112 – Voy a
tocarle algo Comisario.
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Voy a tocarle algo Comisario, después de esta
exquisita comida con la que me ha obsequiado y mientras usted se echa una
cabezadita en el sofá frente a la chimenea, voy a tocar algo en el piano de la
buhardilla, le parece?
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Genial Bruttini, me encantará, muchas gracias.
Deliciosa velada, fuera comenzó a nevar lentamente al
principio y luego de manera más intensa, el cielo se puso de un color negro
intenso y hubo un silencio total sobre el valle que pareció de repente como
sacado del tiempo y el espacio, aquello parecía Marte o la Luna, nada que ver
con la tierra, todo tan silencioso, tan obstinadamente silencioso y solitario,
tan falto de luz, de vida, y con esa nieve que ligera parecía flotar en el aire
como si no hubiera gravedad, parecían subir y bajar los copos de nieve,
descender y elevarse en la atmósfera durante largo rato hasta que al final tocaban el suelo y
se fundían con el resto de la nieve que empezaba a cubrir de nuevo el valle,
Carballo se quedó adormecido al calor del fuego de la chimenea recostado en el
sofá y Bruttini comenzó a tocar unos compases melancólicos que parecían
arrastrar una melodía que tímidamente luchaba por hacerse identificable pero
que a la vez tímida y pudorosa volvía a esconderse en otros ritmos diferentes,
en cadencias propias de otras músicas, pero pronto asomó su verdadera identidad
que, aunque disfrazada aún por la maestría de Bruttini, luchaba por abrirse
camino y dejarse ver, sí, estaba claro, era La vie en rose, qué delicia, la
canción favorita de Carballo, toda la bohemia de París sintetizada en esos
deliciosos acordes que acariciaban su alma y parecían hasta besarla, pero la
pericia de Bruttini la disfrazaba con acordes de tango, de rumba, de bolero, de
foxtrot, hasta que a intervalos salía tal cual era con sus maravillosos acordes clásicos
grabados a fuego en el sentimiento colectivo europeo, Bruttini parecía hacer el
amor con la canción, o con el piano tal vez, o con las teclas, o con la música,
parecía hacer el amor delicadamente con la magia de aquella tarde, con la
siesta soñolienta de Carballo, con el fuego de la chimenea, aquella música
llevaba a un clímax, a ese momento álgido que por algún lado tenía que estallar, en
risa, en llanto, en emoción, en felicidad, y por qué?, por qué sentía aquello
en ese momento?, se preguntó Carballo, y se contestó: simplemente por estar
vivo aún y poder disfrutar de la vida, y porque Bruttini parece estar besando
esa canción como si besara a una mujer hermosa antes de hacer el amor con ella.
Cuando de repente unos fuertes golpes en la puerta de
entrada a la casa retumbaron sonoros e hicieron que la música cesara de golpe y
a Carballo por poco se le saliera el corazón del pecho, alguien llamaba a la
puerta…
(continuará)
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