109 – Otra vez
soñando con el moños!
Otra vez soñando con el moños!, se dijo Carballo a sí mismo
cuando se despertó de sus sueños con el moños y con Bruttini, pobre chico!,
pensó, espero que no le haya sucedido ni le vaya a suceder nada de lo que he
soñado, y esta obsesión con el moños a qué se deberá?, tal vez sea algo
patológico en mí, debería ir al psicólogo?, será una especie de manía
persecutoria?, todo esto se preguntaba Carballo mientras el domingo por la
mañana al despertarse salía a duras penas de las nebulosas de sus pesadillas y
trataba de quitarse de encima a sus dos perritos y a su gatito que dormían
plácidamente apoyados sobre él impidiéndole cualquier movimiento, apenas se
desperezó salió a la terraza de la buhardilla donde tenía el dormitorio,
contempló el paisaje con los últimos restos de nieve en las laderas de las
montañas y respiró el aire puro del invierno que le llenó de frío los pulmones
revitalizándolo, el sol de la mañana comenzaba a insinuarse tímidamente entre
unas nubes extáticas como grandes zepelines, Carballo pensó entonces en la
eternidad, en que ese paisaje seguiría ahí después de que él ya no estuviera, siempre
idéntico, y en que otro Carballo se asomaría como él hace a la terraza a
contemplar ese mismo lugar en una mañana de un invierno futuro seguramente.
Bruttini llegaría a la hora de comer, algo quería comentarle
el pobre chico, qué le habría sucedido?, algo le pasaba, estaba claro, decidió
ir a pasear hasta el pueblo de al lado con los perritos, el camino era
perfecto, bucólico, como sacado de un cuadro de la escuela inglesa, todo en su
sitio en una especie de paisajismo espontáneo no por eso menos medido, el mejor
jardinero la naturaleza, está claro, el camino rural era en realidad la cañada
real Galiana, por donde los rebaños trashumantes iban y venían antiguamente de España
a las Galias y viceversa, de ahí el nombre, según la estación del año, en busca
de pastos, en el punto medio del recorrido había una preciosa ermita románica
en piedra dedicada a Santiago Apóstol, aquel tramo de la cañada real Galiana
era parte de un ramal lateral del camino de Santiago que utilizaban los
peregrinos para incorporarse al camino principal durante la Edad Media desde
las tierras más meridionales, todo estaba impregnado de historia, caminando
junto a las huertas, oyendo el rumor de discurrir del agua en el río, volvió
Carballo a pensar en la eternidad, en el paso del tiempo, en el paso del hombre
sobre la tierra, y en su paso por la vida, su misión, su esperanza, le pareció
todo ello como veleidades de joven romántico, algo que tal vez pese a su edad
aún era, y recordó Las ensoñaciones del paseante solitario de Rousseau, su
libro favorito del cual había tomado el nombre y la filosofía que inspiraban su
blog, la filosofía del paseante, del caminante, caminante no hay camino, se
hace camino al andar, y de la reflexión a hilo de lo que uno ve al pasar por
los lugares y al hilo del movimiento de la mente, la imaginación, que se mueven
en paralelo al movimiento de los pies sobre el camino, toda una filosofía de
vida, la del pasar quizás sin apenas dejar huella más que en nuestro interior,
verdadera aventura de vivir la de vivir hacia dentro.
Santiago era su apóstol favorito, le tenía mucha fe, cuando
llegó a la ermita paró para rezar mirando la imagen del santo a través de las
celosías de la puerta, siempre hacía allí un alto, luego al reemprender el camino
miraba la higuera que había enfrente de la ermita y el árbol de lilas en
primavera siempre florecidas, no dejando nunca de aspirar su delicioso aroma,
pero ahora era invierno y todo lucía sin verdor, despoblado el campo de sus
galas parecía ceñirse su alma constricta a tanta desolación, dejándola enjuta
de sentimientos y algo pesarosa por la falta de abundancia de los dones de la
naturaleza que el invierno deparaba.
Pero debía seguir sin pausa, quería tener tiempo al regresar
para preparar la casa y prepararse él para la visita, el sol brillaba cada vez
con mayor intensidad, la mañana estaba radiante de luz, reverberaba su luz
entre la nada del invierno, entre su despoblado paisaje que tanto se asemejaba
en ese momento de su vida al alma del comisario Carballo.
Al llegar a la casa para hacer tiempo hasta la llegada de
Bruttini decidió leer el capítulo tercero de La verdadera historia de Cony y
Brown:
3 - La mayor enemiga de Cony era Tipi.
La mayor enemiga de Cony dentro de la empresa era Tipi, una mujer de mediana edad entrada en carnes, pelo ralo, prominentes gafas y escaso sentido del humor, no soportaba a Cony por envidia, envidiaba su talle esbelto, sus rasgos perfectos, su mirada seductora, su astucia, su inteligencia, ella era a su lado como una pelotilla, parecía que en lugar de andar iba a echar a rodar, se la tenía jurada a Cony, Tipi era amiga además del gran jefazo lo cual complicaba mucho las cosas para Cony, por eso Cony se enrolló con Murdog, al fin y al cabo Murdog era parte de la red, la mafia, la camarilla, como quisiera denominarse, y ellos eran los que mandaban, conseguían lo que querían, sexo, dinero, poder, podían hacerte la vida realmente imposible, por ese motivo Cony no tuvo más remedio que pegarse a la pestilente bola de sebo de Murdog.
Brown con frecuencia
se preguntaba cómo lograrían hacer el amor Murdog y Cony, le resultaba
imposible pensar que alguien con ese volumen corporal pudiera tener sexo con
otra persona, se imaginaba además el pene de Murdog como una especie de pilila
infantil que no servía para nada, apenas un diminuto colgajo escondido debajo
de la inmensa barriga, y qué haría Cony con aquello se preguntaba Brown, debía
de ser repugnante además de muy dificultoso llegar a tener sexo con Murdog, a
Brown le parecía una verdadera pesadilla, pero estaba claro que algo harían,
Brown se imaginaba posturas, imaginaba el cuerpo de Cony, sus perfectas
proporciones, su rosada piel de tacto de seda, deslizarse de alguna manera por
entre los escondrijos de aquella masa informe de carne pegajosa, entre aquel
aliento putrefacto, entre aquel olor corporal del diablo, bajar hasta las
profundidades del sexo de Murdog y meterse la abyecta pilila entre sus carnosos
labios carmesí, entre sus preciosos dientes como de marfil, tomarlo con su
suave y cálida lengua y lamerlo hasta que la pilila exhausta exhalara su
repugnante jugo.
Pobre Cony pensaba
Brown pero luego se arrepentía de sentir pena por ella, tenía lo que se
merecía, ella se lo había buscado, en lugar de estar junto a él que la hubiera
dado todo, estaba junto a una morsa hedionda que la explotaba y hasta la haría
entregarse seguramente a otros de la red, Brown estaba convencido de que Murdog
hacía que Cony se prostituyera, que hiciera favores sexuales a destacados miembros
de la red a cambio de su impunidad, pero Brown sospechaba que eso no podía
durar y que un día se acabaría todo de mala manera, de la peor manera.
Brown desde
Vancouver
(continuará)
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