No es sólo una cúpula celeste, es más,
mucho más.
Es un infinito ilimitado de éter, camino hacia el sol, camino hacia las
estrellas.
Es una piscina de agua pura e inversa, a la cual quieres saltar para
zambullirte y mojarte, bañarte en su placentera agua de luz, pero es imposible
saltar hacia arriba y entonces el cielo se cae sobre ti.
Es un brillo, un fulgor que refulge extraño pero familiar, cósmico y doméstico,
cercano e inalcanzable.
Cielo de Madrid, ¿un invento mío?, patentaría este cielo las 24 horas del día,
con todos sus cambios de luz, sus infinitas posibilidades, con sus cielos
rasos, con sus nubes, su sol, su oscuridad, sus estrellas, con toda su
aterciopelada iridiscencia.
Patentaría Madrid.
Patentaría su cielo.
Ese cielo como un arco tenso que te mira desde arriba acariciándote el alma
con la tenue claridad de su dulce luz.
Querido Madrid, dame tu cielo y te daré mi amor.
Navidad, sí, navidad, y el perrito se
duerme junto a mí abrazándome.
¿Sabe lobi que es navidad?
Sí, lo sabe, él sabe que es navidad porque ve el reflejo de la navidad en mí,
ve el cariño, la emoción, el sentimiento, que la navidad me da, el regalo de
felicidad que me trae, repetido cada año.
Y lobi, el perrito lobi, lobi dog, lo sabe y lo espera cada año, por estas
fechas se pone a esperar la navidad moviendo el rabito y mirándome a los ojos
con el sentimiento y la emoción de los días de navidad.
Llega la navidad y por las noches la ciudad se calla, todo queda en silencio,
cae como una nieve de blanco silencio desde el cielo, y entonces el perrito se
sube a la cama y se duerme junto a mí abrazándome.
Lobito, lobi dog, perrito lobi, que de todas estas maneras se llama, y también
lobo y lobezno, según esté de feroz, pero en la navidad él no es nunca feroz, y
no es feroz porque yo no soy feroz, él que es mi reflejo, yo que soy su
reflejo...
Te quiero lobi.
Te quiero perrito.
I love you.
I love you so...
La realidad no existe.
Sostengo que Madrid no existe, que yo no
existo tampoco, y que nada existe en realidad.
Ni las altas torres, ni el asfalto, ni
el tráfico, ni los guardias de la circulación, todo es inexistente, todo es una
ficción, un invento de mi mente ociosa que aburrida, un buen día, se inventó
una ciudad y la pobló de gente.
La ciudad, invisible a mi corazón, sólo
vive para mis sentidos, y me duele porque sólo podré verla realmente el día que
la vea con el corazón.
Madrid desaparecida, ausente Madrid de
la realidad planetaria del mundo, quimera de Madrid que te empecinas en
subsistir, en ser, sabiendo como sabes ya desde siempre que no existes, que
eres un invento de mi imaginación, un momento de mi pensamiento, y que sin mí
te desmoronas, se caen todas tus torres, se para tu tráfico, y tus guardias de
la circulación desaparecen.
Multitudes vanas, afanes perdidos,
sombras del ayer, del hoy, del siempre.
Madrid perdido, olvidado en la
altiplanicie mesetaria, en el altar del mundo que ofrece su ciudad a Dios, por
si la quiere, la recoge y la hace suya de nuevo.
Madrid, ofrenda de Madrid, tributo de
vida.
Madrid, ciudad creada por mí, y que
conmigo desaparecerá algún día.
Soy el cavernícola de Madrid.
Madrid otra vez, atardece sobre Madrid,
cielo gris de navidad, luces y más luces encendidas colgando del cielo de
Madrid.
Madrid todo gris punteado de rosa, el
gris del cielo sobre el gris del asfalto, el rosa de los árboles, el rosa de
las fachadas, el rosa de las farolas.
Rosa y gris, la primavera navideña de
Madrid, bajo un sol de bombillas.
Me enternece esta visión de Madrid, tan
tenue, tan delicada, tan armoniosa, tan feliz.
Pese a la crisis, pese a las prisas,
pese al desamor, a todo el desamor, Madrid luce con una calma alegre, con una
quietud plena, con un juego de luces que resplandecen como un sol disperso,
entrecortado, fugazmente permanente en nuestra retina.
Me gustan estos atardeceres de invierno
en que Madrid parece como el cuarto de estar de una casa, todo intimidad de
brasero, de mesa camilla con sus faldas, de costurero, y, cómo no, de chocolate
con churros.
Olor a Madrid, a la sopa de los
comedores por las mañanas, al aroma de las pastelerías por las tardes, al
chocolate con churros de las madrugadas.
Todo grisura alegre, todo rosa triste,
Madrid, bello en sus contradicciones, pleno en su hermosura de ciudad perdida
entre la modernidad y la crisis, entre la crisis y la esperanza.
Me produce una emoción cercana al llanto
ver a mi querido Madrid así, tan despojado de sí mismo, tan a flor de piel que
resplandece de nada, de vacío, al aire su alma, expuesta al frío de la tarde, a
la tenue llovizna de los sentimientos.
Cruzo la Plaza Mayor y
veo un carrousel de caballitos parado, vacío, iluminado, esperando que
alguien se suba, sea niño o adulto, pero nadie sube y todo el mundo mira,
esperando que comience a girar y a sonar su música, nadie parece darse cuenta de
que si no se suben el carrousel no va a girar nunca.
Siguen parados esperando, inmóviles,
atentos, por ver si comienza a girar.
Así es Madrid, así es mi ciudad.
Inocente y pura pese a todo aún.
Te quiero Madrid.
A casa, siempre a casa..., a casa al
atardecer, vuelvo.
Vuelvo caminando por las largas avenidas
iluminadas de navidad, como en un sueño feliz del que no quiero despertar, es
navidad y todo es alegría y buen humor, la gente parece optimista, se miran, se
sonríen, hablan, comentan la iluminación, se paran a escuchar a los músicos
callejeros o a ver a las esculturas humanas que hay una en cada esquina con un
platillo a los pies.
Madrid todo luces, relumbran en ella
todas las navidades de mi vida, inolvidables, y todas parecen sólo una, la
navidad de siempre repetida, la navidad que todos llevamos en el corazón desde
antes de nacer ya.
Hay una continua procesión de gentes que
vienen y van sin rumbo y vuelven a pasar por los mismos lugares que antes, y
vuelven a asombrarse igual que lo hicieron antes, hace un rato, hace un año,
cuando eran niños.
Madrid inagotable, poliédrico,
caleidoscópico Madrid, variedad infinita de si mismo repetida una y otra vez de
diferente manera, siempre diversa e interesante y siempre igual, y por eso
mismo más interesante aún.
Y deambulo como un paseante más, porque
Madrid se llena de paseantes en navidad, de paseantes solitarios, de paseantes
acompañados, pero todos con sus ensoñaciones, cada uno con las suyas propias en
la cabeza, tal vez Rousseau se inspiró para escribir su libro en Madrid,
deberían poner una placa en la
Puerta del Sol o en La Cibeles, en algún lugar, que dijera: en Madrid se
inspiró el gran filósofo Jean Jacques Rousseau para escribir su libro Las
ensoñaciones del paseante solitario.
Con el tiempo, algunos siglos después,
habría de llegar otro paseante, también solitario y ensoñador, a contar todo
esto y escribirlo en un blog.
¿Hubiera Rousseau escrito su libro en un
blog si hubiera podido?
Seguro que sí.
El blog de Jean Jacques...
Yo soy el Jean Jacques del siglo 21 de
Madrid, el jacobino, revolucionario, profeta de todos los atardeceres, augur de
todos los amaneceres.
Me quedo con Madrid, me pierdo por
Madrid, y exhausto salgo del círculo de luz de Madrid y llego a las largas, a
las altísimas arboledas, y deambulo por ellas perdido, demorando la hora de
llegar a casa por ver si llega algún platillo volante y me lleva hasta el
espacio, a ver Madrid desde la estratosfera brillar como una constelación de
estrellas que perdidas en el universo esperan siempre el regalo de la
felicidad.
Mira qué belleza de ciudad, mira como
resplandece, como una joya tumbada en el horizonte, tumbada sobre el paño
de terciopelo negro de un joyero, toda brillantes, esmeraldas, rubíes, zafiros,
toda llena de piedras preciosas variadas, multicolores, como un brazalete
olvidado sobre la tierra por algún dios del firmamento.
Tanta belleza, tanta, tanta belleza...
Sólo está ahí para contemplarla, para
dar placer a la mirada, entornados los ojos de tanta deslumbrante hermosura no
podemos sino quedarnos admirados
de tan gran obra, involuntaria obra
hecha de añadidos casuales cuyo resultado es, pese a todo, la armonía, la
perfecta perspectiva, la justa proporción, la exacta graduación del color y de
la luz.
Y por encima de todo, sobrevolando la
ciudad, mi mirada, que como un halcón la sobrevuela cada atardecer cuando llego
a casa, contemplando desde la lejanía el espectáculo del que hace poco acabo de
formar parte, ahora tranquilo, solitario, ensoñador, paseante de los recuerdos,
fugitivo de la realidad.
Madrid como un icono de ciudad en la
lejanía, iluminada por millones de bombillas como una verbena de verano en
invierno, como una verbena llena de farolillos en navidad.
Cosmopolita y multiétnico Madrid que de
lejos sigue pareciendo un tenderete de feria.
Te quiero Madrid.
Ya te lo he dicho mil veces pero te lo
repito una más, te quiero y no quiero perderte nunca.
Sin ti no sería capaz de vivir ya.
Cae la tarde y llega la noche, se
levanta la luna en el cielo como un globo de plata y va sumiéndose todo en una
oscuridad fría.
A lo lejos se ve la ciudad, tendida,
como acostada, parece estar acurrucándose en su lecho, rodeada de montañas en
la inmensidad de la meseta.
Empiezan a encenderse todas las luces,
tímidamente al principio, una a una, y luego decididas comienzan a resplandecer
todas como en cascadas de colores.
Un nuevo sol ilumina la ciudad, un sol
de neón que resplandece entre las fachadas de los edificios, por entre las
calles, en las grandes avenidas, en los últimos rincones, las plazas, los más
recónditos confines de la ciudad.
La ciudad bosteza con todas sus bocinas,
con todas sus músicas, con todas sus conversaciones, como un animal
prehistórico que sólo quiere ya, a esta hora del día, dormir, descansar,
olvidarse de todo.
Pero por encima de este animal dormido
hay millones de personas que no paran de moverse, de ir de aquí para allá, sin
dejarla dormir apenas.
Pero luego, más tarde, cuando la luna
empieza a alcanzar el punto más alto, entonces todos nos vamos a dormir, y
llega el momento mágico en que la luna comienza a dialogar con la ciudad bajo
la atenta mirada de las lejanas montañas que silenciosas cuidan de que todo
siga en calma.
Entonces la luna le pregunta a la ciudad
cómo van las cosas por ahí abajo, y la ciudad responde que no muy bien, que más
bien las cosas van mal, que estamos en crisis, que los seres humanos estamos en
crisis, a nivel mundial y en Madrid también.
La luna le pregunta a la ciudad que por
qué estamos en crisis y la ciudad no le sabe responder y dice: cosas de la
economía, ¿y qué es eso?, pregunta la luna, que sólo sabe de romanticismo
y de declaraciones de amor.
Pues eso parece ser algo muy serio y con
mucha influencia en los asuntos humanos.
Y entonces la luna sonríe con su aura de
plata, y con su glauca luz que ilumina ya toda la ciudad responde que no hay
nada más importante en los hombres que su corazón, y que no hay dinero ni
economía que pueda con eso, y que si los hombres están en crisis es por haber
vivido dando la espalda a las cosas del corazón.
Tú siempre tan romántica luna, le responde la ciudad medio bostezando y vencida
ya por el sueño, tú siempre tan romántica luna..., y se queda dormida.
A la mañana siguiente la ciudad se despierta y apenas se acuerda de la
conversación que tuvo con la luna y piensa que todo debió ser un sueño, y sigue
acogiendo ese mundo de prisas, de falsas quimeras, de ilusiones materiales y de
infelicidad, que apresa a los hombres de manera implacable un día más.
Pero la luna sabe esperar su momento y sabe que volverá a reinar en el corazón
de los hombres algún día y que los hombres volverán a ser felices.
314 - Plegaria a la luna.
Luna te doy mi vida, dame tu amor, te entrego toda esta ilusión que llevo
dentro del corazón , si la quieres tómala, porque por aquí abajo no se sabe
bien qué hacer con la ilusión, quédate con mi optimismo, con mi fe en los
demás, con mis ganas de amar, de ayudar, de ser mejor cada día, quédate con
todo, porque de verdad te digo que por aquí abajo todas esas cosas no sirven
para nada hoy en día.
Quédate con todo lo mío y llévatelo a tu
más allá de azul, plata y nubes, y quédatelo si es que te sirve de algo.
Soñé contigo tantas veces luna, soñé con
tu amor, con tu cielo, con tu luz, te contemplé plateada brillar sobre el mar
en la noche, y alejarte a la mañana cuando el sol volvía a reinar en el
firmamento, te contemplé menguando y creciendo, y siempre supe esperar la noche
en que con tu fascinante disco de oro finalmente nos dejabas a todos con la
boca abierta.
Me despertaste tantas noches con tu luz,
cayendo sobre mí a través de la ventana abierta de las noches de verano, y por
mirarte me quedaba sin poder dormir, porque te amaba luna, como quién ama un
sueño imposible, inalcanzable, inventado, fugaz.
Te me escapaste siempre, me prometías
una felicidad que nunca llegaba, un amor que nunca se consumaba, una compañía
que a la mañana se marchaba.
Me prometiste tantas cosas que nunca
cumpliste luna, que ya no te creo.
Pero aún no creyéndote ya, no puedo
dejar de creerte, porque sin ti me moriría, sin creer en ti, que es lo último
en lo que se puede creer cuando todo se acaba, yo me moriría.
Y te sigo creyendo con el corazón, y
siempre te creeré aunque mil veces más me engañes con toda tu belleza, con toda
tu poesía, con toda tu falsa promesa de amor.
Te quiero luna.
Estate tranquila, nada puede con mi
amor.
Con mi amor por ti que mueve montañas.
¿Te vas?
¿Ya te vas?
¿Una vez más me dejas?
Luna, siempre que te vas estoy aún
dormido, nunca puedo despedirme de ti.
Apenas llega el sol desapareces.
Eres patrimonio de los gatos callejeros,
de los vagabundos, de las palomas de las plazas, eres compañera del desamparo,
del abandono, de las vidas perdidas de los desesperados que no pueden dormir,
de los moribundos, de los fracasados, de todos los que insomnes sólo te tienen
a ti en ese momento en que el mundo desaparece y sólo quedas tú en el
firmamento.
Y cada día desapareces antes de que llegue
a verte de nuevo, y sin despedirte de mí dices adiós a todo hasta el siguiente
anochecer en que volverás a reinar una vez más, como cada día, como siempre
desde que el mundo es mundo.
Me gustaría algún amanecer que me
llevaras contigo lejos, a lejanas tierras donde cuando de aquí te vas empiezas
a reinar, me gustaría irme contigo a Arabia, a Egipto, contemplarte reflejada
en el Nilo, a la India
y poder ver tu reflejo en el Ganges, al Mar Muerto, a cualquier lugar en el que
tú estés me gustaría estar contigo, para sentirte deslumbrante lejos de aquí y
contemplar tu belleza reflejada en las montañas, los mares, los desiertos, las
selvas, en cualquier lugar del planeta donde tú cada día estás, en su noche,
siempre en su noche, con esa oscuridad llena de secretos que sólo tu visión
sabe desvelarnos.
Pero te vas y aquí me quedo, como un
gato abandonado subido por los tejados que te busca y ya no te encuentra, y
maúlla llamándote sin tener nunca respuesta.
Mírate a ti misma perdida en el amanecer
huir del sol.
Mírate perdiendo tu reflejo de plata, tu
fulgor de nieve, tu halo de hermosura.
Mírate acabar perdida por entre un cielo
que deslumbra luz dorada.
Un cielo que no es ya tu cielo de plata
azul.
Que no tiene tu recogimiento, tu
romanticismo, tu espiritualidad.
Mírate luna un día más cómo el sol te
echa del firmamento.
Cómo los hombres dejamos de verte.
Cómo tus sombras, tus penumbras, tus
misterios, desparecen tras de ti.
Y mira como queda todo expuesto a la
cruda luz del día, a la cruda luz del sol que no engaña, donde nada puede
esconderse y todo es verdad.
Mírate perder el territorio de tus
incertidumbres, tus dudas, tus desasosiegos, el territorio de tu amor.
Mírate claudicar cada mañana y
abandonarnos si decir palabra, sin ninguna explicación.
Como si tu fracaso fuera nuestro
fracaso, como si tu huida fuera nuestra perdición.
¿Regresarás luna?
Te pregunto.
Y no me respondes nunca.
Es triste quererte tanto y no tener
nunca respuesta de ti, ¿sabes?
¿Lo has pensado?
Porque yo te quiero luna, ya lo sabes,
pero por si no lo recuerdas te lo repito.
Te quiero y espero siempre cada día al
atardecer que llegues junto a mí.
Para curarme las heridas y sentir tu
tacto puro sobre mi alma herida.
Tu tacto que todo lo cura, que todas las
heridas cicatriza.
Tu tacto.
Ese bálsamo de amor.
La romántica luna (poemas 51 a 60)
José Ramón Carballo