viernes, 29 de abril de 2016

La película de la semana. Sansón y Dalila. Cecil B. DeMille. 1949.





Dos películas de la semana en una misma semana, esto rompe las reglas del blog, pero las reglas están para romperse, de no ser así dejarían de ser reglas, ayer por la tarde fui de nuevo a la filmoteca, había leído en el programa el título y que actuaba George Sanders, la percepción es tan selectiva, creí que iba a ver una transposición del mito bíblico al Manhattan de los años 40, vamos, una especie de Eva al desnudo en plan mito, pero no, tan pronto comenzó recordé que se trataba de un péplum de los que veía con delectación en los Espacial vacaciones de la tele en navidades cuando era niño, recuerdo la melodía del Espacial vacaciones, era para mí la melodía de la felicidad que interrumpía la monotonía de las largas tardes de vacaciones navideñas.

Me costó dilucidar quién era George Sanders, increíble, es el cónsul romano, sinceramente muy poco apropiado, parece interpretar el mismo papel que en Eva al desnudo, con una voz y una gestualidad poco propias de un cónsul de Roma, otra que está fuera de lugar totalmente es Angela Lansbury, parece salida de Queens, y además muere lanceada y queda clavada a una columna como si fuera un boquerón de una forma bastante innoble, lógico que la lanza se clavara en la columna porque todo era de cartón.

Hedy Lamarr y Victor Mature estupendos, espléndidos, como a medida del papel, dando cuerpo a una película que te transporta pese a su artificialidad y te hace desconectar del presente, como a la mitad me di cuenta que el tiempo había dejado de existir al contemplarla, igual que me pasaba de niño, me había metido totalmente en la película y había desconectado del presente, algo que sólo consigue el mejor cine.

De fondo la película hace pensar una vez más en los estragos que puede ocasionar el amor no correspondido y como el despecho puede generar verdaderos cataclismos, todo ello con el telón de fondo de los albores del cristianismo y la fe en Dios, al final la terrible Dalila vuelve al redil del amor y se inmola junto a su amado Sansón que la perdona entre las piedras del templo que se derrumba, colosal, sin efectos especiales queda todo mucho más creíble que con los tan de moda efectos especiales, uno se acostumbró al cartón piedra en las película de su infancia y todo lo demás le parece artificial.

Al sentarme en la butaca una señora sentada cerca platicaba con un señor muy mayor al que apenas se le entendía lo que decía, la señora hablaba para que la oyéramos todos menos el  señor que estaba sordo como una tapia, quería mostrarnos sus conocimientos cinéfilos al resto de la sala, venía a decir que Cecil B. DeMille rodó toda la Biblia en sus películas, y también que Victor Mature fue muy mal actor, que nunca la gustó y que parecía que tenía gesto de asco siempre, bueno, opiniones tenemos todos y en ocasiones nos gusta dárnoslas de enterados ante los demás, véase mi caso, pero el cine es mucho más que una erudición o una opinión, es un tú a tú del espectador con la pantalla, un diálogo íntimo como la lectura de un libro o la contemplación de una obra de arte, algo tremendamente subjetivo que te remueve interiormente según sea tu estado de ánimo, en ocasiones generalizar es anteponer un filtro que enturbia la contemplación libre de la película, la entregada contemplación de mi infancia a las películas de Especial vacaciones, sinceramente, a la hora de ver cine prefiero ser siempre un niño.


El paseante


jueves, 28 de abril de 2016

La película de la semana. Que el cielo la juzgue. John M. Stahl. 1945.




Ayer por la tarde estuve en la Filmoteca viendo esta película, esta semana vi el programa y me atrajo el título que vagamente recordaba, que el cielo la juzgue, insuperable, la película es de un Hollywood todavía incipiente, con los colores de esa primera época muy pictóricos, y los decorados recargados al igual que los paisajes, es una película un tanto barroca, también en vestuario, todo lo contrario a la interpretación que es bastante minimalista, sobre todo por parte del protagonista masculino, bastante insípido.

Con todo son siempre películas magníficas, fundacionales del séptimo arte, que sentaron las bases del cine y crearon una nueva forma de expresión artística a caballo de tantas otras como el teatro, la novela, la pintura…, son además estas primeras películas todas ellas muy teatrales, basadas en su mayoría en obras de teatro, con diálogos más que acción, episódicas podríamos decir, son una sucesión de episodios o escenas que van armando una historia, y si bien tienen una hilazón son, no obstante, susceptibles de una percepción aislada por la fuerza intrínseca de la que están dotadas, brillan por sí mismas y se recuerdan luego, al cabo del tiempo de haber visto la película.

Se plantea en el argumento algo tan eterno como la lucha entre el bien y el mal, entre los protagonistas y dentro de la misma persona en el caso de la protagonista femenina, al final la película da un giro en la escena del juicio que hace pensar diferente en cuanto a los motivos del mal y relativizar sus causas si bien no sus consecuencias irreparables.

Es el verdugo una víctima?, y si lo es puede decirse que sea una víctima de sí mismo o de las circunstancias?, de ambas tal vez, en este caso se ve claramente, alguien que quiere el bien máximo para otra persona acaba consiguiendo el efecto contrario, equivocándose en cuanto a la concepción de un enfoque absoluto del bien, excluyente y productor de, podríamos decir, efectos colaterales desastrosos, como una guerra.

La película recuerda a la guerra, entre personas en este caso no entre ejércitos, si bien cualquiera de nosotros lleva dentro un ejército de fuerzas, en ocasiones contrapuestas que debe hacer por dominar, aunque a veces eso sea bastante difícil.


El paseante


miércoles, 27 de abril de 2016

Mi pueblo en Google maps.









10 quesos que pueden cambiarte la vida.

10 quesos que pueden cambiarte la vida


De autor, de supermercado, de pequeños productores, ingleses, franceses, asturianos y catalanes: nuestro comité de expertos queseros nos ayuda a seleccionar algunos ejemplares que vale –mucho– la pena probar o tener en casa.

Posiblemente el mejor día de la historia para la gastronomía no fue el que alguien churruscó sin querer una pieza de carne y se descubrió la cocina, sino el que alguien intentó transportar leche en el estómago de un animal y ésta se mezcló con el cuajo, dando lugar de manera casual al tatara-tatara-tatarabuelo del alimento más delicioso sobre la faz de la tierra: el queso. Todavía faltaban siglos para que aparecieran conceptos como la maduración, las cortezas lavadas o la fondue, pero el bichito de la fermentación ya había hecho de las suyas.
Con la intención de ampliar nuestro panorama quesero hemos vuelto a reunir a nuestro comité de especialistas –en este caso, desde los ideólogos de algunas de nuestras tiendas favoritas hasta Ingenieros Técnicos Agrícolas, pasando por expertos en su cultura – para que nos recomienden algunas de sus variedades preferidas. Desde quesos de autor o procedentes de pequeñas queserías a otros con DOP que puedes encontrar fácilmente en tu supermercado, pasando por algunos cuya versatilidad gastronómica los convierte en comodines imbatibles en cualquier nevera: hay un queso para cada situación (y aquí tenemos unos cuantos).

Luc Talbordet, al frente de la quesería Can Luc –centro de peregrinaje de los fanses de las caseínas y el ácido láctico–, ha escogido el Époisses por varios motivos. “Siendo francés y de familia de Borgoña, sino elijo el queso rey de la zona, me desheredan. Tiene DOP y goza de mucho prestigio tanto en Francia como fuera (te lo puedo confirmar por su éxito en la tienda)”.
Se trata de un queso de leche cruda (o pasteurizada a veces) de pasta blanda y corteza lavada. Luc nos cuenta que “en vez de lavarlo con salmuera, lo hacen con marc de Bourgogne, un aguardiente de uva local, y su maduración dura hasta 8 semanas (para una pasta blanda, es bastante) lo que le da un carácter inconfundible, y un olor tremendo. Su textura es entre cremosa y untuosa. A pesar de ser potente no deja de ser elegante y fino, y con un buen pan y un vino tinto, es el mejor postre que existe”.

Ha sido difícil decidir cuál de los quesos que elabora Pere en Molí de Ger –una pequeña quesería de la Cerdaña de la que ya os hablé hace un tiempo– me gustaba más, pero después de un concienzudo análisis decidí quedarme con su Roques Blanques. Un queso de leche cruda de vaca de maduración larga –un mínimo de tres meses que se alargan en algunas épocas del año–, corteza natural o ligeramente mohosa en piezas de 1 a 2 kilos.
Pere recomienda acompañarlo de avellanas tostadas, membrillo, espárragos verdes, pan de aceitunas negras o blanco y vinos de larga crianza de variedad Syrah y Merlot, y yo lo he usado para mantecar arroces cremosos, lo he mezclado con pasta, cebolla caramelizada y pistacho y comido con pan de centeno y pera salteada con resultados tremendamente placenteros. Y para beber, una Indian Pale Ale.

Para Raquel Lamazares, experta en cultura del queso y una de las responsables del proyecto de la feria AlimentariaEspaña, el país de los 100 quesos’, cree que el Old Amsterdam es “de lejos, el mejor Gouda comercial que se puede encontrara en los supermercados, desde mi punto de vista. Es un queso mantecoso, propio de este tipo de quesos cuando están algo curados, dulzón e intenso”.
Además de tomarlo tal cual con una copa de tinto –por ejemplo, un Merlot– sus posibilidades culinarias tienden al infinito: puede usarse rallado para gratinar, para mezclar con pan rallado en un rebozado, en un puré de verduras o para hacer piruletas y crujientes para decorar. Fundido, rellenando unos libritos de carne o berenjena, en un bocadillo o en croquetas.

Peña Blanca
Xevi Miró y María Carroll, de la quesería Llet Crua, son expertos en localizar pequeños productores que hacen quesos que se salen de lo normal. Su apuesta por el dúo de quesos hermanos Espadán / Peña blanca, sigue mucho esta línea de pensamiento. Xevi nos cuenta que “son lo que se llama cuajadas lácticas, quesos en los que el cuajo animal no interviene en la solidificación de la leche o lo hace de manera residual”. Casi siempre estos quesos son suaves, de los primeros que te comerías en una tabla, pero estos son muy diferentes.
Tienen “una combinación fantástica de hongos y levaduras por fuera, responsables de un olor hiriente y una textura pringosa. En boca ambos tienen un sabor fuerte, persistente, pero equilibrado. Ácido, muy caprino el Espadán y con toques de pimienta, el Peña Blanca”. Las cortezas son la parte más asilvestrada de estos quesos, pero desde Llet Crua recomiendan echarle valor y comerla.

Espadán
Podéis acompañar el Espadán con mermeladas de frutos rojos o con kiwi, y el Peña Blanca, irá de coña con frutos secos. A ambos les sentarán muy bien los vinos del sur: una manzanilla para el Espadán y un oloroso para el Peña Blanca, o un vino blanco fermentado en barrica, con toques de madera. Un vino ligeramente dulce, como los blancos de vendimia tardía también sacará lo mejor de estos quesos.

Si lleva este sello, es de los buenos
Kike Ojanguren es experto en catas y maridajes de quesos asturianos. Aficando en Barcelona, selecciona y distribuye desde Asturias, país de quesos ejemplares de pequeños elaboradores que utilizan métodos tradicionales. “Un queso sencillo de encontrar que me gusta mucho es el Idiazábal –el que se suele encontrar es el ahumado, pero también me encanta el natural, es el que más se consume en Euskadi–, siempre intentado que sean de pastor (elaboradores que tengan su propio ganado de ovejas latxas, ‘Artzai Gazta’ en Euskera)”.
Estos quesos se reconocen por ser de menor tamaño –piezas de +/- 1 k– y se pueden encontrar en supermercados y tiendas especializadas. “Me gusta porque Idiazabal refleja muy bien una zona geográfica, una raza de ganado autóctona, saber hacer y respeto por el medio y la tradición”, apunta Ojanguren “Y también porque encaja en cualquier tabla de quesos, y a la vez es muy versátil en cocina: fundido o en salsas, tiene mil posibilidades”.

MUNDOQUESOS.COM
Laia Pont Díaz es Ingeniera Técnica Agrícola especializada en Industrias Alimentarias, experta en lácteos, una de las autoras del Bloc de Formatges y el libro Formatges. Els 50 millors de Catalunya y nuestra catadora de yogures oficial. Su queso favorito es el Baridà, el único que elabora la pequeña quesería homónima situada en la sierra del Cadí. Puede parecer poca variedad, pero debido a la alimentación de las cabras su sabor muta, siendo mucho más suave el elaborado en primavera, más curado en verano y mucho más graso y potente en invierno.
Laia nos cuenta que “Francesc, el pastor y quesero, tiene un rebaño del 70 cabras alpinas que ordeña a mano, llamándolas por su nombre –cada lote de ocho cabras tiene uno–, la sensibilidad que desprende cuando está con su rebaño te hace entender rápidamente que los humanos no somos más que otras especies”. A ella le gusta acompañarlo con dátiles, y el de invierno también se puede tomar con un buen vino.

Es difícil abrir mi nevera y no encontrar en ella una tarrina de queso quark. El sabor de este queso batido es bastante neutro –especialmente en sus versiones más comerciales, lo de orígen ruso o polaco tienen un punto de acidez más marcado– y su textura muy untuosa, lo que ofrece innumerables posibilidades en la cocina. Con plátano, fresas y trocitos de galleta es un desayuno campeón, con un poco de ajo y perejil picados es perfecto para acompañar ahumados, con zumo de limón, sal, pimienta y cebollino es el aliño perfecto para una ensalada o unas patatas asadas y con él se pueden hacer unas tartas de queso y mousses campeonas.
Una cucharada en un bol de crema de verduras le aportará sedosidad y mezclado con setas, cebolla, puerro y ajo pochado –y posteriormente triturado o no, como se prefiera– es una salsa para pasta estupenda. ¿Alguna ventaja más? Pues sí: para lo cremoso que es, no tiene demasiadas calorías: entre 38 y 91, según la variedad. El de Lidl, de marca Milbona, es más que decente y muy fácil de encontrar.

WWW.WIKIPEDIA.COM
Para Raquel Llamazares Nueva Inglaterra es la meca definitiva para los admiradores del queso azul. “Es bastante difícil decantarme, porque hay muchos y me gustan todos: Stilton, Dorset, Cashel Blue… Aunque hay uno en particular que me vuelve completamente loca: el Shropshire. Su dulzor en un queso azul me tiene maravillada”.
Se trata de un queso colonizado por el Penicillium roqueforti que caracteriza a los quesos azules, con un color naranja intenso fruto de la adición de achiote (la misma semilla que se usa para sazonar la cochinita pibil). Más mantecoso que el Stilton, marida estupendamente con un Pinot Noir, un Riesling o cervezas como la Porter o la Stout.
Raclette

A Luc no le duelen prendas en reconocer la versatilidad de un queso tan sencillo de encontrar como el Raclette. “Es ideal para cocinar todo tipo de platos, además de la conocida raclette, en la que va fundido con patatas, pepinillos y jamón, también se puede servir con cualquier tostada, gratin de verduras, pastel de patatas o quiche”. También siente debilidad por la historia que tiene detrás: el queso raclette, tal como lo conocemos no es ningún queso artesanal, tradicional, etc, sino un invento del siglo XX impulsado por la marca Tefal.
En los sesenta/setenta, la marca francesa inventó el aparato de raclette eléctrico como lo conocemos ahora, e incentivo a muchas queserías, cooperativas e industrias alimentarias a desarrollar un queso que fundiera muy bien, que se cortará fácilmente y tuviera un sabor tradicional”, nos cuenta Talbordet a todos los que vivíamos sin saber que la máquina llegó antes que el queso. “Antiguamente, en Suiza se fundía cualquier queso acercando la rueda al hogar y se rascaba –’racler’, en francés, de allí la palabra raclette– el queso con un cuchillo sobre una rebanada de pan”. El de Entremont es fácil de encontrar y muy rico.
Gamoneu

Gamoneu d´Onao. ASOCIACIONDEQUESEROSARTESANOS.COM
No es de extrañar que un asturiano de pro como Kike Ojanguren diga que el Gamoneu es uno de sus quesos favoritos. “Concretamente siento debilidad por Juan Sobrecueva, personaje emblemático del ambiente quesero asturiano, gran afinador que sube sus quesos a la espalda caminando hasta su cueva, cerca de los lagos de Covadonga”, confiesa con afecto. “Aunque mi favorito es el Gamoneu d'Onao, donde Manuel se encarga de las vacas, cabras y ovejas y Belén –su mujer– lo elabora, con registro sanitario desde hace pocos años”.
El Gamoneu es un queso realmente especial, con una mezcla de tres leches, ahumado tranquilamente durante 20-30 días y luego madurado en cueva natural, lo que le da sabores y aromas especiales: rústicos, de cabaña, con leve picor final. A Kike le gusta “mano a mano con una cerveza artesana intensa, con bastante alcohol y cuerpo, como una winter ale. Después de comer, cenar o de merendola: cualquier hora es buena”.

lunes, 25 de abril de 2016

6 - LA ROMÁNTICA LUNA (poemas 51 a 60).





No es sólo una cúpula celeste, es más, mucho más.
Es un infinito ilimitado de éter, camino hacia el sol, camino hacia las estrellas.
Es una piscina de agua pura e inversa, a la cual quieres saltar para zambullirte y mojarte, bañarte en su placentera agua de luz, pero es imposible saltar hacia arriba y entonces el cielo se cae sobre ti.
Es un brillo, un fulgor que refulge extraño pero familiar, cósmico y doméstico, cercano e inalcanzable.
Cielo de Madrid, ¿un invento mío?, patentaría este cielo las 24 horas del día, con todos sus cambios de luz, sus infinitas posibilidades, con sus cielos rasos, con sus nubes, su sol, su oscuridad, sus estrellas, con toda su aterciopelada iridiscencia.
Patentaría Madrid.
Patentaría su cielo.
Ese cielo como un arco tenso que te mira desde arriba acariciándote el alma
con la tenue claridad de su dulce luz.
Querido Madrid, dame tu cielo y te daré mi amor.



Navidad, sí, navidad, y el perrito se duerme junto a mí abrazándome.
¿Sabe lobi que es navidad?
Sí, lo sabe, él sabe que es navidad porque ve el reflejo de la navidad en mí, ve el cariño, la emoción, el sentimiento, que la navidad me da, el regalo de felicidad que me trae, repetido cada año.
Y lobi, el perrito lobi, lobi dog, lo sabe y lo espera cada año, por estas fechas se pone a esperar la navidad moviendo el rabito y mirándome a los ojos con el sentimiento y la emoción de los días de navidad.
Llega la navidad y por las noches la ciudad se calla, todo queda en silencio, cae como una nieve de blanco silencio desde el cielo, y entonces el perrito se sube a la cama y se duerme junto a mí abrazándome.
Lobito, lobi dog, perrito lobi, que de todas estas maneras se llama, y también lobo y lobezno, según esté de feroz, pero en la navidad él no es nunca feroz, y no es feroz porque yo no soy feroz, él que es mi reflejo, yo que soy su reflejo...
Te quiero lobi.
Te quiero perrito.
I love you.
I love you so...



La realidad no existe.
Sostengo que Madrid no existe, que yo no existo tampoco, y que nada existe en realidad.
Ni las altas torres, ni el asfalto, ni el tráfico, ni los guardias de la circulación, todo es inexistente, todo es una ficción, un invento de mi mente ociosa que aburrida, un buen día, se inventó una ciudad y la pobló de gente.
La ciudad, invisible a mi corazón, sólo vive para mis sentidos, y me duele porque sólo podré verla realmente el día que la vea con el corazón.
Madrid desaparecida, ausente Madrid de la realidad planetaria del mundo, quimera de Madrid que te empecinas en subsistir, en ser, sabiendo como sabes ya desde siempre que no existes, que eres un invento de mi imaginación, un momento de mi pensamiento, y que sin mí te desmoronas, se caen todas tus torres, se para tu tráfico, y tus guardias de la circulación desaparecen.
Multitudes vanas, afanes perdidos, sombras del ayer, del hoy, del siempre.
Madrid perdido, olvidado en la altiplanicie mesetaria, en el altar del mundo que ofrece su ciudad a Dios, por si la quiere, la recoge y la hace suya de nuevo.
Madrid, ofrenda de Madrid, tributo de vida.
Madrid, ciudad creada por mí, y que conmigo desaparecerá algún día.
Soy el cavernícola de Madrid.



Madrid otra vez, atardece sobre Madrid, cielo gris de navidad, luces y más luces encendidas colgando del cielo de Madrid.
Madrid todo gris punteado de rosa, el gris del cielo sobre el gris del asfalto, el rosa de los árboles, el rosa de las fachadas, el rosa de las farolas.
Rosa y gris, la primavera navideña de Madrid, bajo un sol de bombillas.
Me enternece esta visión de Madrid, tan tenue, tan delicada, tan armoniosa, tan feliz.
Pese a la crisis, pese a las prisas, pese al desamor, a todo el desamor, Madrid luce con una calma alegre, con una quietud plena, con un juego de luces que resplandecen como un sol disperso, entrecortado, fugazmente permanente en nuestra retina.
Me gustan estos atardeceres de invierno en que Madrid parece como el cuarto de estar de una casa, todo intimidad de brasero, de mesa camilla con sus faldas, de costurero, y, cómo no, de chocolate con churros.
Olor a Madrid, a la sopa de los comedores por las mañanas, al aroma de las pastelerías por las tardes, al chocolate con churros de las madrugadas.
Todo grisura alegre, todo rosa triste, Madrid, bello en sus contradicciones, pleno en su hermosura de ciudad perdida entre la modernidad y la crisis, entre la crisis y la esperanza.
Me produce una emoción cercana al llanto ver a mi querido Madrid así, tan despojado de sí mismo, tan a flor de piel que resplandece de nada, de vacío, al aire su alma, expuesta al frío de la tarde, a la tenue llovizna de los sentimientos.
Cruzo la Plaza Mayor y veo un carrousel de caballitos parado, vacío, iluminado, esperando que alguien se suba, sea niño o adulto, pero nadie sube y todo el mundo mira, esperando que comience a girar y a sonar su música, nadie parece darse cuenta de que si no se suben el carrousel no va a girar nunca.
Siguen parados esperando, inmóviles, atentos, por ver si comienza a girar.
Así es Madrid, así es mi ciudad.
Inocente y pura pese a todo aún.
Te quiero Madrid.



A casa, siempre a casa..., a casa al atardecer, vuelvo.
Vuelvo caminando por las largas avenidas iluminadas de navidad, como en un sueño feliz del que no quiero despertar, es navidad y todo es alegría y buen humor, la gente parece optimista, se miran, se sonríen, hablan, comentan la iluminación, se paran a escuchar a los músicos callejeros o a ver a las esculturas humanas que hay una en cada esquina con un platillo a los pies.
Madrid todo luces, relumbran en ella todas las navidades de mi vida, inolvidables, y todas parecen sólo una, la navidad de siempre repetida, la navidad que todos llevamos en el corazón desde antes de nacer ya.
Hay una continua procesión de gentes que vienen y van sin rumbo y vuelven a pasar por los mismos lugares que antes, y vuelven a asombrarse igual que lo hicieron antes, hace un rato, hace un año, cuando eran niños.
Madrid inagotable, poliédrico, caleidoscópico Madrid, variedad infinita de si mismo repetida una y otra vez de diferente manera, siempre diversa e interesante y siempre igual, y por eso mismo más interesante aún.
Y deambulo como un paseante más, porque Madrid se llena de paseantes en navidad, de paseantes solitarios, de paseantes acompañados, pero todos con sus ensoñaciones, cada uno con las suyas propias en la cabeza, tal vez Rousseau se inspiró para escribir su libro en Madrid, deberían poner una placa en la Puerta del Sol o en La Cibeles, en algún lugar, que dijera: en Madrid se inspiró el gran filósofo Jean Jacques Rousseau para escribir su libro Las ensoñaciones del paseante solitario.
Con el tiempo, algunos siglos después, habría de llegar otro paseante, también solitario y ensoñador, a contar todo esto y escribirlo en un blog.
¿Hubiera Rousseau escrito su libro en un blog si hubiera podido?
Seguro que sí.
El blog de Jean Jacques...
Yo soy el Jean Jacques del siglo 21 de Madrid, el jacobino, revolucionario, profeta de todos los atardeceres, augur de todos los amaneceres.
Me quedo con Madrid, me pierdo por Madrid, y exhausto salgo del círculo de luz de Madrid y llego a las largas, a las altísimas arboledas, y deambulo por ellas perdido, demorando la hora de llegar a casa por ver si llega algún platillo volante y me lleva hasta el espacio, a ver Madrid desde la estratosfera brillar como una constelación de estrellas que perdidas en el universo esperan siempre el regalo de la felicidad.



Mira qué belleza de ciudad, mira como resplandece, como una joya tumbada en el horizonte, tumbada sobre el paño de terciopelo negro de un joyero, toda brillantes, esmeraldas, rubíes, zafiros, toda llena de piedras preciosas variadas, multicolores, como un brazalete olvidado sobre la tierra por algún dios del firmamento.
Tanta belleza, tanta, tanta belleza...
Sólo está ahí para contemplarla, para dar placer a la mirada, entornados los ojos de tanta deslumbrante hermosura no podemos sino quedarnos admirados
de tan gran obra, involuntaria obra hecha de añadidos casuales cuyo resultado es, pese a todo, la armonía, la perfecta perspectiva, la justa proporción, la exacta graduación del color y de la luz.
Y por encima de todo, sobrevolando la ciudad, mi mirada, que como un halcón la sobrevuela cada atardecer cuando llego a casa, contemplando desde la lejanía el espectáculo del que hace poco acabo de formar parte, ahora tranquilo, solitario, ensoñador, paseante de los recuerdos, fugitivo de la realidad.
Madrid como un icono de ciudad en la lejanía, iluminada por millones de bombillas como una verbena de verano en invierno, como una verbena llena de farolillos en navidad.
Cosmopolita y multiétnico Madrid que de lejos sigue pareciendo un tenderete de feria.
Te quiero Madrid.
Ya te lo he dicho mil veces pero te lo repito una más, te quiero y no quiero perderte nunca.
Sin ti no sería capaz de vivir ya.



Cae la tarde y llega la noche, se levanta la luna en el cielo como un globo de plata y va sumiéndose todo en una oscuridad fría.
A lo lejos se ve la ciudad, tendida, como acostada, parece estar acurrucándose en su lecho, rodeada de montañas en la inmensidad de la meseta.
Empiezan a encenderse todas las luces, tímidamente al principio, una a una, y luego decididas comienzan a resplandecer todas como en cascadas de colores.
Un nuevo sol ilumina la ciudad, un sol de neón que resplandece entre las fachadas de los edificios, por entre las calles, en las grandes avenidas, en los últimos rincones, las plazas, los más recónditos confines de la ciudad.
La ciudad bosteza con todas sus bocinas, con todas sus músicas, con todas sus conversaciones, como un animal prehistórico que sólo quiere ya, a esta hora del día, dormir, descansar, olvidarse de todo.
Pero por encima de este animal dormido hay millones de personas que no paran de moverse, de ir de aquí para allá, sin dejarla dormir apenas.
Pero luego, más tarde, cuando la luna empieza a alcanzar el punto más alto, entonces todos nos vamos a dormir, y llega el momento mágico en que la luna comienza a dialogar con la ciudad bajo la atenta mirada de las lejanas montañas que silenciosas cuidan de que todo siga en calma.
Entonces la luna le pregunta a la ciudad cómo van las cosas por ahí abajo, y la ciudad responde que no muy bien, que más bien las cosas van mal, que estamos en crisis, que los seres humanos estamos en crisis, a nivel mundial y en Madrid también.
La luna le pregunta a la ciudad que por qué estamos en crisis y la ciudad no le sabe responder y dice: cosas de la economía, ¿y qué es eso?,  pregunta la luna, que sólo sabe de romanticismo y de declaraciones de amor.
Pues eso parece ser algo muy serio y con mucha influencia en los asuntos humanos.
Y entonces la luna sonríe con su aura de plata, y con su glauca luz que ilumina ya toda la ciudad responde que no hay nada más importante en los hombres que su corazón, y que no hay dinero ni economía que pueda con eso, y que si los hombres están en crisis es por haber vivido dando la espalda a las cosas del corazón.
Tú siempre tan romántica luna, le responde la ciudad medio bostezando y vencida ya por el sueño, tú siempre tan romántica luna..., y se queda dormida.
A la mañana siguiente la ciudad se despierta y apenas se acuerda de la conversación que tuvo con la luna y piensa que todo debió ser un sueño, y sigue acogiendo ese mundo de prisas, de falsas quimeras, de ilusiones materiales y de infelicidad, que apresa a los hombres de manera implacable un día más.
Pero la luna sabe esperar su momento y sabe que volverá a reinar en el corazón de los hombres algún día y que los hombres volverán a ser felices.


314 - Plegaria a la luna.

Luna te doy mi vida, dame tu amor, te entrego toda esta ilusión que llevo dentro del corazón , si la quieres tómala, porque por aquí abajo no se sabe bien qué hacer con la ilusión, quédate con mi optimismo, con mi fe en los demás, con mis ganas de amar, de ayudar, de ser mejor cada día, quédate con todo, porque de verdad te digo que por aquí abajo todas esas cosas no sirven para nada hoy en día.
Quédate con todo lo mío y llévatelo a tu más allá de azul, plata y nubes, y quédatelo si es que te sirve de algo.
Soñé contigo tantas veces luna, soñé con tu amor, con tu cielo, con tu luz, te contemplé plateada brillar sobre el mar en la noche, y alejarte a la mañana cuando el sol volvía a reinar en el firmamento, te contemplé menguando y creciendo, y siempre supe esperar la noche en que con tu fascinante disco de oro finalmente nos dejabas a todos con la boca abierta.
Me despertaste tantas noches con tu luz, cayendo sobre mí a través de la ventana abierta de las noches de verano, y por mirarte me quedaba sin poder dormir, porque te amaba luna, como quién ama un sueño imposible, inalcanzable, inventado, fugaz.
Te me escapaste siempre, me prometías una felicidad que nunca llegaba, un amor que nunca se consumaba, una compañía que a la mañana se marchaba.
Me prometiste tantas cosas que nunca cumpliste luna, que ya no te creo.
Pero aún no creyéndote ya, no puedo dejar de creerte, porque sin ti me moriría, sin creer en ti, que es lo último en lo que se puede creer cuando todo se acaba, yo me moriría.
Y te sigo creyendo con el corazón, y siempre te creeré aunque mil veces más me engañes con toda tu belleza, con toda tu poesía, con toda tu falsa promesa de amor.
Te quiero luna.
Estate tranquila, nada puede con mi amor.
Con mi amor por ti que mueve montañas.


315 - ¿Te vas?

¿Te vas?
¿Ya te vas?
¿Una vez más me dejas?
Luna, siempre que te vas estoy aún dormido, nunca puedo despedirme de ti.
Apenas llega el sol desapareces.
Eres patrimonio de los gatos callejeros, de los vagabundos, de las palomas de las plazas, eres compañera del desamparo, del abandono, de las vidas perdidas de los desesperados que no pueden dormir, de los moribundos, de los fracasados, de todos los que insomnes sólo te tienen a ti en ese momento en que el mundo desaparece y sólo quedas tú en el firmamento.
Y cada día desapareces antes de que llegue a verte de nuevo, y sin despedirte de mí dices adiós a todo hasta el siguiente anochecer en que volverás a reinar una vez más, como cada día, como siempre desde que el mundo es mundo.
Me gustaría algún amanecer que me llevaras contigo lejos, a lejanas tierras donde cuando de aquí te vas empiezas a reinar, me gustaría irme contigo a Arabia, a Egipto, contemplarte reflejada en el Nilo, a la India y poder ver tu reflejo en el Ganges, al Mar Muerto, a cualquier lugar en el que tú estés me gustaría estar contigo, para sentirte deslumbrante lejos de aquí y contemplar tu belleza reflejada en las montañas, los mares, los desiertos, las selvas, en cualquier lugar del planeta donde tú cada día estás, en su noche, siempre en su noche, con esa oscuridad llena de secretos que sólo tu visión sabe desvelarnos.
Pero te vas y aquí me quedo, como un gato abandonado subido por los tejados que te busca y ya no te encuentra, y maúlla llamándote sin tener nunca respuesta.



Mírate a ti misma perdida en el amanecer huir del sol.
Mírate perdiendo tu reflejo de plata, tu fulgor de nieve, tu halo de hermosura.
Mírate acabar perdida por entre un cielo que deslumbra luz dorada.
Un cielo que no es ya tu cielo de plata azul.
Que no tiene tu recogimiento, tu romanticismo, tu espiritualidad.
Mírate luna un día más cómo el sol te echa del firmamento.
Cómo los hombres dejamos de verte.
Cómo tus sombras, tus penumbras, tus misterios, desparecen tras de ti.
Y mira como queda todo expuesto a la cruda luz del día, a la cruda luz del sol que no engaña, donde nada puede esconderse y todo es verdad.
Mírate perder el territorio de tus incertidumbres, tus dudas, tus desasosiegos, el territorio de tu amor.
Mírate claudicar cada mañana y abandonarnos si decir palabra, sin ninguna explicación.
Como si tu fracaso fuera nuestro fracaso, como si tu huida fuera nuestra perdición.
¿Regresarás luna?
Te pregunto.
Y no me respondes nunca.
Es triste quererte tanto y no tener nunca respuesta de ti, ¿sabes?
¿Lo has pensado?
Porque yo te quiero luna, ya lo sabes, pero por si no lo recuerdas te lo repito.
Te quiero y espero siempre cada día al atardecer que llegues junto a mí.
Para curarme las heridas y sentir tu tacto puro sobre mi alma herida.
Tu tacto que todo lo cura, que todas las heridas cicatriza.
Tu tacto.
Ese bálsamo de amor.


La romántica luna (poemas 51 a 60)
José Ramón Carballo