miércoles, 6 de marzo de 2013
Mis conversaciones con Woody (18). Me he enamorado... (3).
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¿Cómo
va lo de tus pies Woody?
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¿Lo
de mis pies?
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Sí,
lo de tus pies.
-
No
te entiendo.
-
Lo
del olor a pies.
-
Ah,
bien, gracias por preguntar, ni rastro, buenísimo el Peusec, tenías razón.
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¿Han
mejorado las cosas con tu enamorada?
-
Al
menos me siento más seguro.
-
Algo
es algo.
-
Sí.
-
¿Y
por lo demás?
-
Pues
preocupado.
-
¿Por?
-
Tengo
otro problema, verás, quería comentártelo, me ha propuesto que hagamos un viaje
juntos.
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¿Y?
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Pues
que no he compartido nunca habitación con una mujer.
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¿Y?
-
La
intimidad…
-
¿El
sexo?
-
No,
no, lo del sexo no es problema.
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¿Entonces?
-
El
baño.
-
¿El
baño?
-
Sí,
los olores cuando use el baño.
-
Ya.
-
No
sé qué hacer, me da corte, imagina que después de usar yo el baño entre ella.
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Sin
problemas Woody, hay un truco infalible.
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¿Cuál?
-
Cerillas.
-
¿Cerillas?
-
Sí,
llévate una cajita de cerillas al viaje, la guardas en tu neceser en el baño,
cada vez que provoques olores enciendes una cerilla y la apagas de un soplido.
-
¿Y?
-
Borra
cualquier olor, el fuego quema el gas metano.
-
Pero
olerá a cerilla.
-
Mejor
que el otro olor, ¿no?
-
Es
verdad, eres un genio jr, si no fuera por ti mi relación se iría a pique.
-
No
exageres.
-
¿Y
dónde aprendiste eso?
-
En
la mili.
-
¿En
la mili?
-
Sí,
un compañero de campamento nos lo enseñó a todo el batallón, él se ponía a cuatro
patas y soltaba una ventosidad, acercaba un mechero y el resultado era una gran
lengua de fuego saliéndole por el culo.
-
¿Y
no se quemaba?
-
Para
nada.
-
Pero
sería dantesco.
-
Era
una escena como salida de El infierno de Bruegel.
-
Desde
luego.
-
Imagínate
el estallido de risas en el batallón.
-
¿No
era un poco guarro?
-
Para
nada, era un chico educadísimo, con aspecto de ángel, pero le gustaba hacer esa
broma.
-
Pues
vaya broma…
-
Por
si no lo sabes te diré que el gas metano es combustible y además contamina la
atmósfera, hace disminuir la capa de ozono.
-
¿Como
las ventosidades de las vacas?
-
Igual.
-
Resulta
algo curioso y práctico a la vez jr.
-
¿Y
dime Woody, dónde vais de viaje?
-
A
Barcelona.
-
¡Qué
romántico!
-
¿Lo
conoces?
-
Sí,
claro, Barcelona me trae recuerdos, me trae muchos recuerdos…
(continuará)
El paseante
martes, 5 de marzo de 2013
El cuadro de la semana. Maurice Utrillo. Calle de París. 1883-1965.
Montmartre en los tiempos de Utrillo
El alcohólico Maurice Utrillo (1883-1955) se convirtió poco a poco en el más famoso pintor de la vida de Montmartre, con unas 6000 telas donde plasmó en ambientes de bruma onírica escalinatas, calles, parques, cafés y casitas típicas de la turística colina habitada por los más famosos pintores de la Escuela de París. Era hijo de Suzanne Valadon (1865-1938), bellísima y muy humilde muchacha que se inicio a los 15 años trabajando de modelo desnuda y amante de impresionistas como Edgar Degas, Jean Renoir, Puvis de Chabannes y Toulouse Lautrec. Luego se volvió una de las pintoras más notables de su tiempo con una obra escasa pero admirable por su precisión e intensidad. Mujer fatal, disoluta, erotómana insaciable, y además gran artista. Montmartre era en ese entonces una colina alta situada al norte de la ciudad, cuyo ambiente publerino y popular atraía a obreros, artesanos y artistas que pagaban allí bajos alquileres por sus talleres y buhardillas. En la parte baja estaban los burdeles y cabarets de Pigalle inmortalizados por Toulouse Lautrec y en la parte alta el refugio de bohemios, maleantes, prostitutas, artistas y poetas, que se recuperaban allí de la resaca de la fiesta. El joven Picasso, Van Dongen, Braque, Modigliani y muchos otros, vivieron allí en un ambiente de rumba en la primera y segunda décadas del siglo XX, junto a antros ya míticos como El Lapin Agile y el Moulin de la Gallette. Cuando esos artistas pobres y borrachines se volvieron todos famosos y millonarios, el mito de Montmartre creció tanto que hoy los turistas visitan en romería incesante la plaza de Tertre donde pintores de boina, paleta y pincel al aire retratan los visitantes por unos cuantos euros. El lugar guarda su encanto con sus callejuelas empinadas y rincones bucólicos desde donde se observa al fondo la urbe luminosa. Y aunque ahora sólo pueden comprar allí propiedades los millonarios del mundo atraídos por un filme como Amelie Poulain, el lugar conmueve porque fue centro de la gran aventura artística encabezada por el genial Pablo Picasso.
Utrillo, a quien llamaban « litrillo » por su beodez, vivió traumatizado desde la infancia. Su madre no tenía mucho tiempo para él, nunca supo quien fue su padre y tuvo el apellido Utrillo gracias a un artista catalán que, siendo amante de su madre, se ofreció a reconocerlo. Desde muy temprano fue internado en asilos para desintoxicarse y pagaba las cuentas de bar haciendo cuadros rápidos de calles, parques y esquinas de barrio. Nadie lo tomaba en serio, y para acabar de arreglar el cuadro, su madre Suzanne se enamoró de su mejor amigo, Utter, veinte años menor que la modelo de Degas. Gracias a Utter, madre e hijo establecieron contactos con el medio comprador y el hombre se convirtió en el administrador de esos dos talentos malogrados durante los largos y felices años de entreguerras. Poco a poco los cuadros de Utrillo gustaron por sus ambientes misteriosos cargados de bruma que llegaban al alma del público. Sus cuadros se vendían como pan caliente y aunque al final la calidad de Utrrillo se derrumbó, se volvió una celebridad visitada por Rita Hayworth y el Aga Khan. Utrillo triunfó, y la ciudad lo lloró cuando murió en 1955 convertido en una leyenda cargada de medallas y honores.
Sus obras se volvieron un fenómeno de sociedad y ellos solos encarnaron en pareja el mito figurativo de Montmartre que aún hoy fascina a los turistas. El cuerpo desnudo y adolescente de Suzanne Valadon, que enloqueció de amor al músico Erick Satie y a otros muchos de su época, puede verse en el famoso cuadro de Degas «Después del baño» y en una foto color sepia que él le tomó para plasmar su desnudez. Valadon será experta en desnudos luminosos y coloridos de gran factura, expuestos al lado de los impersonales ambientes de su hijo. Murió alcohólica y según la leyenda, subía clochards y maleantes a su cama en la casa de rica de la avenida Junot, en Montmartre, donde terminó sus días lejos de su hijo, un Mauricio Utrillo ya elegante, casado, estable y millonario, que se extinguió a su vez en paz en una mansión del elegante suburbio de Le Vesinet, donde pintaba en pijama con sus profundos ojos azules y su rostro arrugado de empedernido fumador.
Por Eduardo Garcia Aguilar
lunes, 4 de marzo de 2013
La película de la semana. Siempre a tu lado (Hachiko). Lasse Hallström. 2009.
P.d.- No me resulta fácil hablar sobre esto, se agolpan los
pensamientos, los sentimientos, las emociones y me colapsan, pierdo la
distancia que se necesita para ser capaz de hablar sobre algo con cierta
precisión y claridad, todo se agolpa, se vuelve confuso, se vuelve demasiado
emocionante, visceral, arrollador, intento hablar sobre ello en todo caso, se
trata de algo a primera vista tan simple y común como la experiencia de tener
un perro, o de que un perro te tenga a ti, ¿quién elige a quién?, el argumento
de la película es también simple, la relación entre un perro y su amo, la
muerte del amo y cómo el perro sigue yendo durante 10 años a esperarle a la
estación de tren cada día tal y como hacía cuando estaba vivo y regresaba del
trabajo, hasta que el perro, al cabo de 10 años, muere en una noche de nieve frente a la
estación y sueña que llega al fin su amo y se reencuentra con él, bueno, lo he
explicado fatal, he querido controlar la emoción pero la misma emoción me ha
bloqueado, ha censurado la cascada de sentimientos desbocados que esta historia
me despierta porque me toca muy adentro, toca una fibra muy íntima mía, la de
la relación sentimental con todas las mascotas que he tenido a lo largo de mi
vida, perros y gatos.
De la película, de la historia, me llevo el regusto amargo y
la sensación de que nunca estaremos a la altura de la generosidad y entrega
incondicional que tienen los animales con nosotros, seguimos siendo egoístas y
cicateros por mucho que les queramos, nunca, como digo, estamos a su nivel,
como dice mi padre, cuanto más conozco a las personas más prefiero a los
animales. Basta con mirarles a los ojos, o, por mejor decir, con ver cómo nos
miran ellos para saberlo.
El perro sigue ahí, impertérrito, durante 10 años, esperando
la llegada de su amo, día tras día, él no sabe que su amo no regresará nunca
como nosotros sabemos, qué listos somos, sin embargo él es el único que presiente
la muerte de su amo el día, el último día que le ve partir, como cada día, por
la mañana, hacia el trabajo, intenta retenerle llevándole la pelota con la que
juega hasta la estación para que se la tire, intentando así que se quede junto
a él, pero al final su amo se va, y el perro le despide con mirada melancólica,
¿quién es más listo?, da igual, nosotros nos creemos más listos, pero al final
el perro nos gana hasta en eso, porque el perro tenía también razón en que su
amo regresaría un día a por él aunque tuviera que esperarle hasta la muerte,
porque sería en esa muerte precisamente donde se reencontrarían definitivamente
y para siempre.
Francamente, creo que es bastante difícil volver a sentir
demasiado interés por la mayoría de los humanos cuando se vive la experiencia
de tener un perro, o de que un perro te tenga a ti por mejor decir, y creo que
eso queda perfectamente plasmado en esta película basada en una historia real.
El paseante
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