Foto: Bedri Akcay |
El placer de la
fotografía.
Siempre he obtenido placer de la contemplación, una cosa es
observar, otra contemplar, la contemplación tiene algo de meditación, uno
aparca el pensamiento, quita toda valoración a lo que ve, simplemente se funde
con el objeto contemplado y deja que éste impregne su alma, un buen fotógrafo
es lo que hace, el resto son fotografías fallidas, como en todo arte hay que
poner el alma para conectar con otra alma, la del espectador, así de simple, es
entonces cuando esa contemplación tiene una profundidad que nos permite sentir,
y sintiendo, sólo así es como nos podemos acercar a lo artístico, no desde la
mente sino desde el corazón.
La fotografía en sí misma está en la frontera entre lo
objetivo y lo subjetivo, lo real y lo fantástico, lo fundamental es que esa
frontera quede difuminada para que cale hondo su significado, es entonces
cuando la mente deja de estorbar y la visión deja de observar pasando a
contemplar, algo parecido sucede con la pintura aunque ésta por su técnica
siempre se mantiene más alejada de lo tangible, cuando la pintura se hace
tangible siempre decimos que parece una fotografía queriendo piropearla, en
realidad la pintura no es sino una paráfrasis desde su origen, no así la
fotografía que adquiere el nivel de paráfrasis sólo a través de un proceso
mucho más abierto, menos intencional, más espontáneo, con esto quiero decir que
juega más el subconsciente en el acto fotográfico dada su instantaneidad más que
en la pintura que requiere una lenta elaboración en general.
Por eso hay fotos geniales de desconocidos anónimos que son
fruto de la casualidad que parece brindarnos el subconsciente cuando en
realidad no hay tal casualidad sino más bien inconsciencia.
Lo que más me gusta de las fotografías es su
indescriptibilidad, su infinitud de interpretaciones y significados, su
literalidad última que le brinda un carácter de testimonio histórico que permanece para
el futuro.
El paseante