Pues una noche sucedió algo increíble, no lograba dormirme,
bajo aquel tremendo dosel de la cama que parecía más bien el baldaquino de San
Pedro era difícil conciliar el sueño, era como intentar dormirse tumbado en el
suelo de una catedral, complicado, los balcones que daban al Gran Canal estaban
abiertos de par en par a fin de que entrara el frescor de la noche y del agua,
la luna llena brillaba enfrente de mi dormitorio como si quisiera decirme algo,
advertirme de algo, luna llena como la de la noche en que conocí al diablo, de
mi primer encuentro con él, junto al puente de los suspiros, recuerdas?, el
tiempo había corrido y ahora habitaba en su casa junto a él, yo daba vueltas y
más vueltas en aquel mullido y confortable lecho de plumas, entre las sábanas
de delicada seda apenas tapado por una recamada colcha con brocados de oro,
miraba al dosel o baldaquino y me sentía diminuto, insignificante, poca cosa
debajo de aquella enormidad que la luz de la luna que entraba por los balcones
engrandecía aún más, vueltas y más vueltas, y no podía rezar, mi viejo truco
para quedarme dormido, no en la casa del diablo, hubiera salido despedido por
uno de los balcones de haberlo hecho por sacrílego, aquello era el templo de Satanás,
no debía rezar, ni decir “por Dios” o “gracias a Dios” o “ si Dios quiere” ni
cosas por el estilo.
Y entonces, en pleno insomnio sucedió, que qué sucedió me
preguntas, pues es muy fuerte, no sé bien si debo contártelo, algo jamás visto,
ni siquiera imaginado, tenía la vista fija en la claridad del cielo que se veía
a través de los balcones cuando una luz extraña surgió del infinito
del cielo.
(continuará)