Diario de un
paseante. 23-02-2013 9:50. El supermercado de mi barrio.
Es un supermercado cualquiera, está al lado de mi casa,
apenas un paseo, cruzo la avenida principal del barrio, atravieso unos
jardincillos, y como escondido aparece agazapado entre las sombras de las
farolas, digo esto porque siempre voy por la tarde y ahora en invierno es de
noche muy temprano, a la puerta siempre suele haber uno o varios perritos
atados a la barandilla de la escalera que esperan pacientemente a su amo, cada
uno al suyo, claro, no les sirve uno cualquiera, y que observan atentamente a
todo el que sale cargado de bolsas por si por fin reconocen a su amado amo, lo
de salir cargados con bolsas cada vez menos con lo de la crisis, se compra
menos y dentro hay menos productos, en
algunos casos rayando en la escasez, por ejemplo, antes los pasillos del
supermercado estaban atestados de mercancía, ofertas variadas, productos
especiales, ahora los pasillos lucen vacíos, sorprendente y algo desolador.
El supermercado de mi barrio tiene un vigilante muy amable,
un hombretón con trazas de galán de Hollywood a lo Cary Cooper o Clark Gable,
una mezcla de ambos, lo digo por lo del bigote, es muy serio, pero si le
saludas te contesta amablemente, cuando llego tarde del trabajo y ya han
cerrado intento entrar y no me deja, me señala impertérrito el reloj desde
dentro, el reloj de la muñeca, de su muñeca, pero yo miro y veo que no lleva
reloj, que se trata sólo de un gesto simbólico, entonces saco el móvil y señalo
el móvil como diciéndole que ésa es una hora más precisa que la de una muñeca
que no lleva reloj, pero él me dice que no con la cabeza y dice un no con la
cabeza muy marcado, me recuerda a cuando me decían que no con la cabeza cuando
era niño, tengo estudiado desde entonces la amplitud del movimiento de cabeza
que dice no, si sobrepasa un límite que está marcado, aprendido, en mi memoria,
sé que es inamovible, le miro el bigote que no se mueve, que no dice nada, que
no sonríe, y se estrella mi deseo contra la puerta que no abre, miro con
nostalgia a los últimos clientes que aún hacen cola en la caja con las luces ya
medio apagadas, y me voy algo enfadado, diciéndome que este vigilante es poco
flexible, cosa de los actores de Hollywood, interpretan sus papeles hasta las
últimas consecuencias.
Pese a todo no me llevo mal con el vigilante, sé que cumple
su función y que siempre tiene razón en lo de la hora de cierre, otra cosa es
que yo sea un poco tramposo y quiera aprovecharme de un supuesto desfase
horario entre relojes, inventado desfase que Greenwich desmiente siempre, la
que sí es amiga mía es la cajera, siempre quiere venderme las ofertas del día,
ayer tenían el paquete de nueces a 2 euros, pero no me gustan las nueces, me
saben amargas, y además si quiero nueces mi pueblo está lleno de huertos de
nogales, me doy un paseo por el camino de las huertas y recojo las que quiera,
y además de auténticas nueces españolas, no de California, españolas, las
mejores, las de toda la vida, las que había cuando yo era pequeño, deliciosas,
pero eso pasa en mi pueblo con todo, los higos, las manzanas, los membrillos,
todo lo que cuelgue de los árboles es robable por definición, al menos para mí,
me pasa como con la hora de cierre del súper, soy algo tramposo, total al final
se pudre todo eso en el árbol o en el suelo sin que nadie lo aproveche, lo que
nunca he entrado es a las huertas, hay en temporada, por Halloween, unas
calabazas espectaculares, y unos melones en septiembre que se ven deliciosos en
la distancia, y unos tomates suculentos, y unas lechugas muy verdes, las
lechugas más verdes y bonitas del mundo están todas en mi pueblo, y las
lombardas más azules, y las cebollas más blancas y grandes, cuando recogen las
cebollas huele todo el pueblo a cebolla durante varios días.
Bueno, creo que me he vuelto a ir por las ramas, cosas de la
edad, pierdo el hilo, es que ya soy muy mayor, tengo 52 años, no sé si ya os lo
había dicho pero es algo que me gusta dejar claro de antemano, si queréis ser
mis amigos ya lo sabéis, no soy ningún joven, tal vez por eso soy algo más
sabio, o al menos yo así me siento, quiero decir que de joven iría al
supermercado pero no lo vería como lo veo ahora, el vigilante me parecería un
antipático sin más, no tendría para mí nada de hollywodiense, y de la cajera no
me haría amigo, ni le compraría las ofertas del día, por cierto, ayer la compré
unos envases pequeñitos de leche vaporizada para echar al café, una tontería,
pero lo compro sólo por agradarla, eran sólo a 50 céntimos, un chollo, además le
hace ilusión que se lo compre, se lo noto, a la pobre nadie le compra las
ofertas de día, con la crisis la gente lleva el dinero justo, me dijo que
estaba muy buena la leche vaporizada echada en el café, que le daba un sabor
dulzón, yo voy y le digo que no tomo café y me pregunta que qué es lo que
desayuno, un vaso de leche le contesto y se ríe, me dice: bueno, entonces no
vas a echar leche a la leche, y se vuelve a reír, se ríe más y más alto, le
hago gracia aunque no diga nada, me ve y se sonríe, es muy simpática, yo creo
que me considera una especie de Woody Allen, despistado, contradictorio,
caótico, entrañable, bonachón y absurdo, le hago gracia como si fuera un Woody
Allen de andar por casa, aunque ella seguro que no conoce a Woody Allen tanto
como yo que es mi alter ego, pero me mira y me siento como Woody aunque ella no
piense en Woody cuando me mire, pero Woody es un sentimiento universal, mira
ahí va un tipo como Woody, eso lo piensas aún sin saber quién es Woody muy
bien, bueno, pues eso, que para ella soy un Woody Allen sin nombre ni etiqueta,
un Woody Allen innombrado, apócrifo, esto no sé si lo he sabido explicar muy
bien, a veces no sé hilvanar bien las palabras con los pensamientos, los
pensamientos son tan sutiles e imprecisos en ocasiones, tan evanescentes, y las
palabras tan pesadas que cuesta dominarlas, domarlas, pulirlas, aligerarlas,
entrelazarlas sutil y debidamente.
Si leyera todo esto la cajera del supermercado se volvía
loca, y al verme saldría corriendo, abandonaría la caja a la carrera, o lo
mismo le hacía gracia y se enamoraba de mí perdidamente, y hasta acababa viendo
alguna película de Woody Allen y me adoptaba como su Woody Allen particular,
como quién adopta una mascota, y cuando entrara a trabajar por las mañanas me
ataba a la barandilla de la escalera del supermercado y me dejaba ahí todo el
día tumbado al sol de la mañana viendo llegar y marchar a todos, esperando que
saliera mi dueña, ¿mi dueña?, así llamaba Don Quijote a Dulcinea, mi dueña…,
suena bonito.
Mi dueña, la cajera, es muy generosa, a la gente necesitada
que le falta alguna monedita para pagar siempre se la perdona, un día la van a
echar, tiene muy buen corazón, recuerdo un día que delante de mí iba a pagar un
niño con una paquete de pan de molde y un paquete de golosinas en las manos, no
le alcanzaba el dinero, seguro que su madre le había dado para comprar el pan y
le había dicho que le subiera la vuelta, seguro, eso me decía a mí mi madre de
niño, me decía, y ten cuidado con la vuelta, que no te engañen, cuando yo era
pequeño debían de engañar a los niños con la vuelta, o eso se pensaba mi madre
al menos, pues bien, cuando el niño fue a pagar se puso rojo, yo ya estaba
presto a pagarle la diferencia para que se pudiera llevar las golosinas pero la
cajera se me adelantó, le sonrió como una madre, como sólo una madre sabe
sonreír, y le regaló las golosinas.
La cajera del súper y yo estamos hechos el uno para el otro,
yo creo que soy su Woody Allen, y ella mi Annie Hall, claro, pero todo desde un
punto de vista imaginario, de ficción, como cinematográfico, mejor así, como
una fantasía, si nos emparejáramos ella descubriría enseguida que me huelen los
pies, qué vergüenza, a Woody seguro que no le huelen los pies, en el cine esas
cosas no se notan, y yo descubriría que su instinto maternal tan tierno con el
niño seguramente conmigo la convertiría en una mandona, no sé, tal vez me estoy
precipitando en lo de que sea una mandona, pero en lo de mis pies os aseguro
que no me estoy precipitando, es una cuestión hormonal, soy muy hombre y a los hombres
nos huelen los pies, lo mismo hasta le gustaba…
Por cierto, la cajera no sabe mi edad, todavía no se la he
dicho, ella me llama de tú, y me hace ilusión, como si aún me viera joven, y
eso me hace sentir bien, me rejuvenece, es tan buena conmigo.
Esta tarde voy a volver sólo para comprarle la oferta del
día, nada más.
Nada más.
El paseante