104 – Comisario,
cómo está?
- Comisario, cómo está?
- Muy bien Bruttini, aquí refugiado.
- Y qué hace?
- Nada especial, descansar, reponerme del envenenamiento,
comer, respirar aire puro y cuidar del gatito y de dos nuevos inquilinos, dos
perritos abandonados que he recogido.
- Cuidado Comisario no vayan a atacar a Cachemir.
- No hay peligro Bruttini, son muy buenos y se llevan muy
bien los tres, duermen juntos frente a la chimenea y también en mi cama.
- Se acuesta con los perros?
- Si, claro.
- Pues a mí eso me parece antihigiénico, tenga cuidado no le
vayan a pegar algo.
- No creo.
- Los ha llevado ya a vacunar?
- Todavía no.
- Y a qué está esperando?, usted siempre tan dejado.
- También estoy escribiendo.
- Escribiendo?, el qué?
- Nuestra novela.
- Nuestra qué?
- Novela.
- Tenemos nosotros una novela?
- Bueno, la novela de nuestras aventuras.
- Qué aventuras?
- Pues lo de Vancouver y todo eso, Las aventuras de Carballo
y Bruttini.
- Y va a escribir sobre esa tontería?, no se le ocurrirá
hablar de mí, verdad? No quiero que mi nombre aparezca, no me mencione.
- Tranquilo le pondré un seudónimo.
- Y es que usted sabe escribir?
- Hombre, pues sí, algo sé.
- Pero Comisario no pretenderá a su edad dárselas de
intelectual? Eso de escribir no es lo suyo, usted sirve para investigar casos,
pero para escribir no vale.
- Gracias por los ánimos.
- No, gracias no, la verdad, nada más, escribir nuestra
novela…, me parece absurdo, vaya bobada, lo que sucede es que usted con los años cada
vez hace cosas más absurdas y lo peor es que no se da ni cuenta.
- Exagera.
- Bueno, yo le llamaba por otra cosa, verá, quiero contarle
algo que me pasó anoche.
- Cuéntemelo.
- No, por teléfono no, no son cosas para contar por
teléfono, prefiero contárselo en persona, puedo ir a verle el domingo al
pueblo?
- Claro, véngase y hablamos, le invito a comer en el pueblo
de al lado como el otro día, pero dígame Bruttini, no se habrá enamorado otra
vez?, mire que mañana es el día de los enamorados.
- Comisario, verá, en realidad es mucho más complicado que
todo eso, pero cuando se lo cuente tiene que prometerme no reírse, ni
ridiculizarme, ni hacer chistes, quiero su consejo, pero no se le ocurra
escribir en su novela sobre lo que le cuente, si se enteran en el Cuerpo sería
el hazmerreír de la policía.
- Pero cómo lo voy a escribir, no dice que yo no sé
escribir, que no valgo para eso.
- Vaya Comisario, parece que le dolió, yo le digo mi
opinión, a mí usted no me parece un intelectual precisamente a lo Antonio Gala
o alguien así, instruido, culto, con don de palabra y con imaginación, a mí
usted me parece más bien alguien normalito, quiero decir sin dotes especiales,
porque normal tampoco es, es muy raro, pero no con ese tipo de rareza, sino que
está un poco como chalado, no sé si me explico, pero pese a todo ya sabe que
usted me cae muy bien, que es para mí como un padre, como el padre que nunca
tuve.
- Bueno, gracias Bruttini.
- El domingo estaré allí, tengo que ponerle cadenas al
coche?
- No hace falta Bruttini, en lugar del Packard tráigase el
Jeep.
- Tiene también un Jeep?
- Sí, las llaves están en el apartamento y el coche está
también en el garaje.
- Ok.
- Sabrá conducir un Jeep?
- Claro Comisario, por supuesto, recuerde que yo hice la
mili en la Cruz Roja
de la carretera.
- Es verdad, se me olvidaba, y no se preocupe por la
carretera, está empezando el deshielo, ha salido el sol, está todo precioso.
Cuando terminó de hablar con Bruttini, Carballo regresó al
ordenador y abrió el archivo que contenía el segundo capítulo de La verdadera
historia de Cony y Brown que escribió y publicó en su Blog el propio Brown, y
se puso a leerlo esperando encontrar alguna nueva pista sobre el asesinato de
Cony, y encontrar la inspiración que le permitiera al fin ponerse a escribir su
historia:
2 – La puta barata de Cony.
La puta barata de Cony, eso pensaba en realidad Brown que era Cony, una puta barata, pero a él le gustaba tal y como era, zorra, astuta, lasciva, traidora, irreverente, al fin y al cabo le gustaba la libertad de Cony, que no era como el resto de las mujeres, era como un pájaro, nadie podía apresarla realmente, eso excitaba a Brown, precisamente eso, su libertad. Brown sabía de sus devaneos sexuales desde siempre, y de cómo ella utilizaba a los hombres en su beneficio, cuando era todavía muy joven se enrolló con un hombre mayor del hotel en el que ella trabajaba, a ella desde siempre le habían gustado los hombres maduros, tal vez por sustitución de la figura del padre al que ella perdió a temprana edad, más tarde tuvo un romance con un compañero de trabajo de su edad, Mathew, pero aquello no podía durar, era poco excitante para Cony, dejaron enseguida de verse con asiduidad, Cony entonces comenzó un cierto alejamiento del mundo, se recluyó en sí misma, en su sufrido y resignado marido, en sus hijos, en su vida pueblerina, pero cuando llegó Brown a la empresa resurgió como un Alien salvaje y se puso en marcha, no cejó hasta que tuvo a Brown y Brown la llevó a trabajar junto a él, luego llegaría la traición a Brown y su alejamiento, y ahora, según había oído Brown, estaba liada con el gordo seboso de Murdog, un personaje repugnante que pesaba una tonelada, bestia babosa, Brown se imaginaba a Murdog trepando sobre el cuerpo de Cony y sentía náuseas, le parecía estar sintiendo el apestoso tacto de esa piel de sapo, sintiendo el aliento hediondo de fiera en celo acercarse a la boca de Cony y besarla, sentir que Murdog metía su lengua en la boca de Cony y la besaba como si la serpiente se introdujera en la boca de Eva, era repugnante, una pesadilla de la que Brown se despertaba agitado gritando el nombre de Cony.
De su Cony que ya no era suya sino de cualquiera según conviniera, realmente una puta barata.
(continuará)
Brown desde Vancouver
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