El primer incidente, el lunes siguiente, se produce a las
dos de la tarde. Vi al tipo llegar desde bastante lejos, me sentí un poco
triste. El hombre me gustaba, era un tipo amable, bastante desgraciado. Sabía
que estaba divorciado, que llevaba bastante tiempo viviendo solo con su hija, también
sabía que bebía demasiado. No tenía ninguna gana de mezclarlo en todo esto.
Se acercó a mí, me saludó y me pidió información sobre un
programa que al parecer yo debía conocer. Estallé en sollozos. Él se retiró
enseguida, estupefacto, un poco asustado; creo que hasta me pidió disculpas. No
tenía ninguna necesidad de disculparse, el pobre.
Está claro que tendría que haberme ido en ese momento;
estábamos solos en el despacho, no había testigos, la cosa podía arreglarse de
forma relativamente decente.
El segundo incidente se produjo cerca de una hora más tarde.
Esta vez, el despacho estaba lleno de gente. Entró una chica, lanzó una mirada
desaprobadora a los reunidos y al final decidió dirigirse a mí para decirme que
fumaba demasiado, que era insoportable, que desde luego no tenía la menor
consideración con los demás. Le repliqué con un par de bofetadas. Ella me miró,
desconcertada. Desde luego, no estaba acostumbrada; yo me temía que no hubiera
recibido suficientes bofetadas cuando era pequeña. Por un momento me pregunté
si me las iba a devolver; sabía que si lo hacía me echaría a llorar de
inmediato.
Hubo una pausa y después ella dijo: “Bueno…”, con la mandíbula
inferior colgando tontamente. Para entonces todo el mundo se había vuelto a
mirarnos. Se hizo un gran silencio en el despacho. Yo me doy la vuelta despacio
y exclamo hacia el foro, en voz muy alta: “Tengo cita con un psiquiatra” y me
voy. Muerte de un ejecutivo.
Por otra parte es verdad, tengo cita con el psiquiatra, pero
todavía me quedan más de tres horas por delante. Las paso en un restaurante de
comida rápida, haciendo pedacitos el embalaje de cartón de la hamburguesa. Sin
verdadero método, así que el resultado es decepcionante. Un puro y simple
destrozo.
Cuando le cuento al especialista mis pequeñas fantasías, me
da la baja durante una semana. Incluso me pregunta si no me apetecería pasar
una breve estancia en una casa de reposo. Contesto que no, porque los locos me
dan miedo.
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