107 – La
mariconera
Menos mal que el moños no se llevó la pequeña mariconera de
Bruttini que quedó tirada en un rincón de la cabina, apenas pudo tantear
Bruttini en la oscuridad para encontrarla de lo oscuro que estaba, al
subcomisario no le temblaba el pulso en estas situaciones tan comprometidas,
estaba formado para ello, había sido adiestrado para poder salir airoso de
situaciones mucho peores, recogió del suelo la mariconera, comprobó que dentro
estaba el billetero y las llaves del apartamento de Carballo en el que ahora
estaba viviendo y salió con la cabeza alta de la cabina, cruzó todo el
laberinto, salió a la pista de baile y bajo los focos intermitentes de las luces
de la pista de baile todos le miraban como si se tratara de una aparición
desnudo completamente como iba con la mariconera cruzándole el pecho, parecía un
cruzado, subió las escaleras hacia la salida ante la mirada atónita del portero
quién en toda su vida de portero en semejante garito nunca había presenciado
nada igual, de esta manera Bruttini pasó a los anales de la historia del Strong,
y hay que decir que salió airoso, valiente y decidido a la calle donde el frío
del invierno madrileño le recibió sin misericordia, su cuerpo brillaba bajo la
glauca luz de las farolas, subió por la calle Veneras hasta la plaza de Santo
Domingo para luego por el tramo final de la calle Leganitos salir a la plaza del
Callao, cruzar la Gran Vía y meterse en el portal del edificio en el que vivía
Carballo, quién no haya ido nunca completamente desnudo por la calle a las cinco
de la madrugada de un sábado día de los enamorados no sabrá nunca lo que sintió
Bruttini, pero tal vez la experiencia sea de lo más recomendable y una vez
superada ya no se dé importancia a nada en la vida y el mundo se vea de manera
diferente a partir de ese momento, la desnudez es algo que conturba, la propia y
la ajena, sin embargo convengamos que Bruttini no hacía nada ilegal ni
prohibido, ni tan siquiera algo inmoral, razón por la cual los policías no
hubieran nunca podido detenerle, y si lo hubieran intentado además a Bruttini
sólo le hubiera bastado enseñar su carnet de subcomisario que llevaba dentro de
la mariconera, pero como en Madrid nunca hay policía a mano no hubo ningún
problema, ni rastro de la poli, pensó Bruttini, pues mejor, así evito el
escándalo de tener que identificarme, si bien tenía preparado decir que le
habían robado la ropa unos gamberros depravados, los turistas y noctámbulos que
pasaban a esas horas por la Gran Vía no dejaron de tomarle fotos y al día
siguiente todas poblaban la red, un caso único fue el de aquella noche, cuando
llegó al apartamento se duchó a fin de desprenderse de toda esa podredumbre
física y moral que le había caído encima esa noche de oscura pasión y se acostó
en la flamante cama recién comprada en Ikea no sin antes dejar la mariconera en
la flamante mesilla comprada en Ikea y apagar la lamparita de noche igualmente
comprada en Ikea, redecora tu vida, pensó Bruttini, y se echó a llorar
amargamente. Qué pena!
(continuará)
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