95 – Carballo se
quedó adormilado.
Carballo se quedó adormilado camino del pueblo, el suave run
run del motor le acunaba, iba dándole el sol y se sentía en el séptimo cielo,
aquello era confort y no el hospital tan inhóspito, valga la redundancia, el
coche había tomado ya la carretera local que conducía a través de un hermoso
valle a su pueblo, Bruttini conducía delicadamente, como si acariciara la
carretera en cada curva, con mimo exquisito, deleitándose tanto en el paisaje
como en el coche, la carretera estaba desierta y hacía una mañana de invierno
muy soleada aunque fuera hacía frío, al llegar al pueblo las últimas curvas de
la carretera tenían nieve y hielo, Bruttini aminoró la marcha y entonces se oyó
algo, Carballo medio en sueños sintió como un ligero sonido que se repetía, un
run run raro que no era el habitual del motor, pensó que tal vez el coche se
iba a estropear y les dejaría allí tirados en mitad de la nieve, se despertó y
vio todo blanco alrededor, Bruttini iba pisando huevos como suele decirse,
había metido una velocidad corta y procuraba ir por el lado de la carretera que
estaba libre de nieve y hielo, apenas se fue despertando Carballo notó cierta
inmovilidad en los brazos, como un peso, medio en sueños todavía pensó que se
trataba de alguna secuela del envenenamiento, al fin se despertó del todo y cuando
miró hacia sus brazos vio que Cachemir estaba acostado sobre ellos ronroneando
sonoramente, qué alegría, Bruttini había traído al gatito con ellos!
-
Comisario le traje al gatito para que le haga
compañía pero cuídelo.
Aparcaron fuera del pueblo, a la entrada, ni cruzar pudieron
el puente de entrada, toda la plaza de la fuente estaba llena de nieve y la
fuente totalmente helada, impresionaba tanta nieve, parecía una escena de
cuento, como un belén de navidad, de algunas chimeneas ascendía un humo blanco
hacia el cielo que llenaba el pueblo de un aroma a invierno, tuvieron que ir caminando
muy despacio, Cachemir pidió salir de su cestita para poder juguetear con la
nieve, ascendieron hasta lo alto del pueblo donde se encontraba la casa de
Carballo, en lo más alto, justo detrás de la Iglesia, el pequeño jardín había
acumulado tanta nieve entre sus muros que había prácticamente desaparecido,
entraron, lo primero que vio Carballo fue un terrible desorden, los de la
mudanza habían dejado los muebles por cualquier parte y de cualquier manera,
sin ningún orden, apenas se podía pasar, ni espacio habían dejado para moverse
por la casa, era necesario cuanto antes poner orden en aquella selva, abrieron
la puerta que daba al jardín y cachemir salió entusiasmado y comenzó a
revolcarse en la nieve, tan negro y con los ojos de color esmeralda resaltaba
con una intensidad fulgurante, parecía un dibujo de Walt Disney evolucionando
sobre la blancura de la nieve, hundiendo sus patitas y dando volteretas que le
dejaban sorprendido como si la nieve le empujara y jugara con él, entre
Bruttini y Carballo recolocaron algunos muebles en las tres plantas de la casa,
en la buhardilla Carballo mostró el viejo piano de pared a Bruttini que se puso
rápidamente a limpiarlo e intentar afinarlo, enseguida estaba tocando las
primeras notas y pronto Carballo pudo
deleitarse, mientras contemplaba el valle nevado desde la terraza de la azotea,
con los compases melancólicos de una polonesa de Chopin que resonaba melodiosamente
en el silencio absoluto de la soleada mañana de invierno y se perdían en el
horizonte llenando el paisaje de una armonía musical como si fuera la banda
sonora de una película, la película de la vida de Carballo.
Bruttini se puso también manos a la obra de encender la
chimenea, al cabo de un rato la casa comenzó a caldearse aunque la calentaba
bastante el sol, qué delicia sentir el calor del hogar después de tanto tiempo
en el frío y umbrío hospital, y sentir la luz del sol dándole a uno en la cara,
y tener todas sus cosas junto a él, eso pensó Carballo, el gatito le seguía
ahora por toda la casa, no paraba de maullar, quería comida y agua, se la puso,
la casa estaba ya en condiciones de habitar, un poco desordenada aún pero poco
a poco todo volvería a tener un cierto orden, decidieron irse a comer al pueblo
de al lado aunque les daba miedo la carretera, estaba francamente peligrosa, Cachemir
se quedó en su cestita dormido delante de la chimenea hecho un ovillo y pasando
de todo.
El camino estaba tan resbaladizo que el viejo Packard
evolucionaba como una bailarina haciendo piruetas sobre el hielo de la
carretera, cuando al fin llegaron al restaurante respiraron aliviados, de comida
había migas manchegas y huevos al plato, lo acompañaron con un vino de la zona,
la Alcarria tenía muy buenos productos naturales, aquello era aún la vida
auténtica de siempre, al pan pan y al vivo vino, como suele decirse, la
mesonera les obsequió con un licorcito de yerbas para terminar y Carballo
volvió a pedir su postre favorito, natillas con galleta y canela, al volver al
pueblo Bruttini dejó a Carballo a la entrada y regresó a Madrid, Carballo se
quedó aislado allí, solo, según subía a la casa comenzaba a atardecer y las sobras
se alargaban sobre la nieve de una manera un tanto telúrica, cuando subió al
salón de la primera planta para ver al gatito comprobó que seguía donde le
había dejado hace unas horas, durmiendo junto al fuego, habían sido demasiadas
emociones para un sólo día, Carballo comenzó a encender las luces de la casa y
avivó el fuego, se oía cantar a algún pajarillo, se asomó para contemplar el
jardincito nevado yo vio a unos gorrioncillos revolcándose sobre la nieve y
agitando nerviosamente las alas como si jugaran.
(continuará)
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