lunes, 2 de febrero de 2015

Bruttini se fue a actuar al Divas Club (Un asesino en las calles 90).





90 – Bruttini se fue a actuar al Divas Club.

Bruttini se fue a actuar al Divas Club, pero antes le dio la comida a Carballo, el chico insistía en tratarle como a un inválido, le fue dando cucharadita tras cucharadita de un insípido puré de verduras y luego pequeños trocitos de un pescado hervido inidentificable y de lo que parecían unas hojas de lechuga un tanto mustias, muy triste, como para acabar con el apetito de cualquiera, de postre natillas, pero de qué marca eran esas natillas?, ni se sabía, además habían olvidado ponerlas azúcar, Carballo comenzó a pensar que si seguía mucho tiempo allí acabaría de nuevo envenenado pero en este caso en lugar de por el whisky de garrafón del Divas por la comida basura del hospital, y de beber sólo agua, estaba hasta las narices de tanta agua, le habían dicho que tenía que beber seis litros al día para tratar de eliminar el veneno, menos mal que tenía la sonda puesta porque si no se hubiera pasado todo día en el baño, para colmo la comida o lo que fuera tenía un olor como la de la mili y la servían en unas bandejas de plástico iguales a las que se utilizan para servir el rancho en los cuarteles, sinceramente era mejor no comer, el asunto llegó al límite cuando le pidió a Bruttini que le trajera una botella de Jack Daniels y una caja de farias, Bruttini le echó una bronca que ni que fuera su padre, que qué barbaridad, que si eso era un hospital por si no se había dado cuenta, que si así nunca se recuperaría, que si se había vuelto loco o qué… El chico se fue cabreadísimo y cerró la puerta de la habitación de un sonoro portazo, al momento tocaron en la puerta y entró de nuevo alguien de la habitación de al lado, en este caso era una monja, pero cuánta gente cabía en esa habitación?, se preguntó Carballo, aquello parecía el camarote de los hermanos Marx, le aseguró a la hermana que no volvería a suceder,  que no volverían a hacer ruido, a lo que la monjita le respondió con una beatífica sonrisa propia del mismísimo Pablo Iglesias: gracias hijo, que Dios te lo pague.
Hijo?, le había llamado hijo la monja?, pensaría que era joven aún?, él se veía como un vejestorio auténtico y más con esa pinta que tenía, sin afeitar, ojeroso, despeinado, a medio lavar, sin poder levantarse…, pensó que la monjita había visto no su apariencia sino su alma y él era y sería siempre seguro, precisamente eso, un niño, por eso le había llamado hijo.
Un niño de 54 años que yacía indolente en una cama de hospital, con una magnum del 57 metida debajo de la almohada, pero un niño.

(continuará)


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