94 – El coche.
A Carballo le reconfortó salir al fin del hospital, nada más
poner el pie en la calle el mundo le pareció un espectáculo realmente
maravilloso, único, aunque sólo fuera por ver la luz del sol, sentir el ruido
del tráfico, ver a la gente pasar, eso era suficiente, cosas en las que
habitualmente ni se fijaba ahora le parecían un milagro, algo de lo que no
quería separarse, que no quería perder, había sobrevivido al veneno, ahora
tenía que sobrevivir a un asesino que andaba suelto y seguramente seguiría
empeñado en matarle por alguna razón que a Carballo se le escapaba y que
esperaba descubrir en la tranquilidad de su pueblo, aislado de todo, rodeado
del silencio de la naturaleza. Cuando vio el coche con Bruttini al volante
esperándole a la puerta sintió un sobresalto de alegría súbita, incontenible,
de exaltación, como de aventura juvenil, de road movie que se iniciaba, una
road movie camino de sí mismo, como las que iniciaban los beatniks cuya
literatura él tanto admiraba. Bruttini dio dos toques de claxón y Carballo se
acercó al coche y subió, al sentarse sintió el confort y la calidez del suave
cuero de los asientos que brillaban con reflejos dorados a la luz del tibio sol
de la mañana, se sintió como en el paraíso después de la espartana vida del
hospital, al fin estaba en casa…, el coche era como la antesala de su casa.
- Comisaro, menudo coche, es de colección, qué maravilla!
- Es un Packard del año 57, una pieza única.
- Y cómo lo consiguió?, si me permite preguntárselo.
- Era el coche de mi abuelo.
- Pues es precioso, me encanta el color marfil, la pintura
parece nácar auténtico, y todos esos cromados, y la capota parece como
terciopelo rojo, qué señorial, y este salpicadero de madera y el tacómetro
iluminado, y estos asientos Comisario que le hacen a uno sentirse como si
flotara, me encanta conducir un coche así, todo el mundo me mira, parezco un
millonario, cuando paso se apartan con respeto, es como si pasara el rey o algo
parecido, y la conducción tan suave, tan elegante, me encanta el ruido del
motor, es una delicia, me podría quedar dormido escuchando el ruido del motor…
- Pues procure no hacerlo Bruttini o nos estrellaríamos.
- Era una metáfora Comisario, voy conduciéndolo con mis
cinco sentidos, por nada del mundo querría darme un golpe con esta maravilla de
coche, antes prefiero morirme.
- No exagere Bruttini pero vaya con cuidado, el coche tiene
seis marchas, se lo digo para cuando nos metamos en carretera.
- Seis marchas? Qué pasada!
- Me alegro que le guste tanto, si se porta bien cuando me
maten se lo dejaré en herencia, le parece?
- Comisario, qué cosas dice! Pero no olvide que lo que sí me
tiene que dejar en herencia es el piano del apartamento, al menos yo sé
tocarlo, se le había olvidado que me lo tiene que dejar en herencia?
- No sé qué decirle Bruttini, ese piano vale seguramente más
que el mismo apartamento, no lo habrá movido con la remodelación, verdad?
- Por favor Comisario, está usted hablando con un pianista,
para mí un piano es más sagrado que una imagen de Jesucristo, el piano está en
su sitio, no lo moví de ahí en ningún momento, es más, lo estuve afinando,
suena mejor que nunca. Siento lástima, en el pueblo no podré tocarle el piano.
- Hay uno también allí Bruttini, no se preocupe, pero es más
sencillo, está guardado en la buhardilla, es un antiguo piano de pared, no sé
si servirá, nadie lo usa desde hace siglos.
- Yo lo desempolvaré, tenemos tiempo, cuando vaya a verle me
entretendré en eso, en eso y en poner orden en la casa, la verdad es que quedó
todo un poco manga por hombro cuando llevé todas sus cosas.
- Ya me imagino, usted y su manía de redecorarme la vida,
deberían contratarle en Ikea.
- Pongo la radio Comisario?
- Sí, por favor.
En la radio comenzó a sonar la pequeña serenata nocturna de
Mozart, todo era absolutamente perfecto y Carballo se sintió renacer, iban
pasando por las calles de Madrid que él contemplaba con delectación como quién
saboreara un delicioso manjar que pensaba ya nunca más iba a poder paladear.
(continuará)
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