100 - La novela.
Al día siguiente no podía ni abrir la puerta de la casa, se
imaginó en el fondo de un enorme alud y la casa dentro, se asomó por las
ventanas y aquello parecía la luna, todo blanco, desértico, iluminado con una
intensa y fría luz cenital, glacial, tenía provisiones de sobra, el congelador
estaba hasta los topes de todo, sin problemas pensó, sintiéndose más seguro de
que el moños tendría difícil llegar hasta él con esa nevada, pasarían días
hasta que las carreteras quedaran despejadas y fueran transitables, los perritos
estaban hambrientos así que a falta de otra cosa descongeló una pieza de
redondo de ternera que tenía en el congelador y les puso unos deliciosos
filetitos propios del más refinado gourmet de ternera a la jardinera, los
pobres se relamían de gusto, también les hizo una patatitas fritas, parecía que
estaban reviviendo, estaban realmente hambrientos, cuántos días llevarían sin
comer los pobres?, se preguntó, mirándoles pensó que debería ponerles un
nombre, no les iba a llamar siempre perrito y perrita, de pronto el perrito al
terminar su porción de asado se puso a aullar pidiendo más, Carballo se echó a
reír, parecía un lobo en medio de tanta nieve por todas partes y aullando, y se
dijo a sí mismo: le llamaré Lobito, pero qué nombre ponerle a la perrita?,
había un nombre que a Carballo le vino a la mente, la ternera que se estaban
comiendo era un estofado a la tailandesa, ése era el nombre exacto de la
receta, así que decidió llamarla Thai, como la diosa budista, decididos pues
los nombres, una vez hubieron comido entreabrió la puerta del pequeño jardín
que acumulaba una cuarta de nieve y salieron a hacer sus necesidades de manera
fugaz por el frío, de un brinco se colaron de nuevo dentro y se aposentaron
frente a la chimenea, para lo cual Carballo tuvo que subir de nuevo a
Thai al salón de la primera planta, Cachemir les miraba desde su cesto, se
estiró de placer todo lo largo que era cuando les vio llegar y se incorporó de
nuevo al grupo junto a la chimenea para mejor darse calor.
Carballo bajó al escritorio que tenía en la planta baja en
un rincón de la cocina comedor, abrió el portátil y se sentó enfrente de la
pantalla parpadeante, colocó las manos sobre el teclado, entró en internet,
abrió su blog, Las ensoñaciones del paseante solitario, como el libro de su
admirado Rousseau, y se quedó pensativo, de repente se le había ocurrido una
idea, como un fogonazo, una idea genial como todas las suyas, escribir una
novela con el argumento de todas las peripecias que habían vivido él y Bruttini
desde que estuvieron en Vancouver con motivo de la investigación del asesinato
de Cony, y antes de nada pensó en qué título le pondría a la narración y a la
cabeza se le vino llamarla “Un asesino en las calles”, tan grande era su
obsesión por el moños que andaría buscándole desesperadamente por las calles de
Madrid, a 100 kilómetros y mucha nieve de distancia... (por ahora).
(continuará)
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