No recuerdo ya ni donde me quedé contando mis aventuras pornográficas...
Bueno, da igual donde me quedara, continuo, creo que no conté nada de mis visitas a los cines porno, primero a los cines S, proyectaban películas en las que no se veía nada, tenías que verlo todo con la imaginación, menudo esfuerzo, yo creo que de esa época en la que veía películas S se me quedó la manía de fabular, inventar, imaginar, luego vendrían los cines X, tremendo espectáculo, la primera vez que vi una película X me quedé impactado, todo era muy violento, muy reiterativo, muy continuado, muy largo, querían llenar el metraje como fuera, y los guiones no existían, se iban al catre y dale que te pego.
A estos cines iba con mi querido amigo de adolescencia y juventud, mi gran amigo Pedrito, un intelectual en ciernes como yo, y un reprimido consumado, como yo.
Recuerdo que íbamos a un cine X en la calle Francisco de Rojas, al lado de la calle Luchana, y nos tapábamos la cara para entrar porque justo en la casa de enfrente del cine X, y además en la primera planta, vivían unos amigos de sus padres, ¡qué bochorno!, ¡qué peligro!, pero ese riesgo no nos quitaba de la cabeza el ir al cine X, todo lo contrario, resultaba aún más excitante si es que eso era posible.
Pecados de juventud, salíamos con la cara colorada como tomates. Excitados y nerviosos. Calientes.
Luego había que soltar tanta tensión acumulada, cada uno por su lado, por supuesto, que siempre estáis pensando mal...
En descargo nuestro he de decir que para compensar, el resto del cine que veíamos era solamente cine de autor y en salas de las llamadas de arte y ensayo y cineclubs.
Por ahí siguieron, o más bien fueron tomando cuerpo, en esos cines del pecado, mis pornografías digitales, aunque por aquel entonces no eran aún digitales sino más bien del celuloide.
En aquella época comenzaron también los sex shops, ¡menuda vergüenza!, ¡qué bochorno!, ¡vaya escándalo!, pero había que ir aunque sólo fuera por conocer de qué iba aquello, por nada más, claro, por supuesto...
El mejor el de la calle Atocha que aún pervive, te metías en una cabinita y echabas monedas de 100 ptas, y elegías película, bueno elegías un número pulsando un botón y veías qué salía, si no te gustaba seguías probando suerte, la butaca de la cabinita era de terciopelo rojo y la verdad es que siempre estaba muy sucia, daba algo de asco, bueno, cosas de pornógrafos, somos muy sufridos.
También había cabinitas que daban a un escenario que giraba donde había stripteases y parejas que hacían el amor en vivo, igual que para las películas ibas echando monedas de 100 ptas y se bajaba una cortinilla, cuando se acabada el crédito la cortinilla subía.
Aquello estaba lleno de viejos verdes y de jovencitos despistados, eran los tiempos del primer destape y la eclosión sexual.
Me ha quedado rarísimo eso de la eclosión sexual, suena como a poner un huevo.
Lo dicho, mucha represión lleva a esa demonización del sexo, convirtiéndolo en un tabú.
Por entonces comencé a leer a Freud y descubrí que había algo llamado libido que movía la vida, el mundo, y, sobre todo, las personas, y que yo no era anormal por tener libido, era natural, estaba despertando a mi sexualidad y aquello había de explotar tarde o temprano.
Pero esto dejémoslo para el siguiente capítulo o entrega, por hoy ya es bastante.
(continuará)