martes, 26 de agosto de 2014

La película de la semana. Una jornada particular. Ettore Scola. 1977.




El azucarero de mi abuela.

Me voy a ir por las ramas, algo muy mío, pues bien, el 6 de mayo de 1938 Hitler visitó Roma, le esperaba Mussolini, por supuesto, y unos grandes fastos o celebraciones, a lo grande, desfiles y todo eso, música militar, multitudes, fue recibido en olor de multitudes, se dice así?, las multitudes huelen, eso está claro, pues bien, me voy ahora por las ramas un poquito, no mucho, luego vuelvo al tema que nos ocupa, el 6 de mayo de 1938 mi madre cumplió 4 años de edad, qué fuerte!, qué coincidencia!, seguro que en la antigua radio con caja de madera del comedor de mis abuelos dieron noticia de tan fastuoso acontecimiento pese a que por aquel entonces, conviene recordar el matiz, estaba aún vigente la Segunda República Española, vigente?, se dice así?, bueno, que aún estaba viva, esto me está quedando fatal, es que hace mucho calor y no me concentro, mi padre ese día ya tenía 7 años, mi padre nació en 1930, aún vigente Alfonso XII, qué mal suena lo de vigente, por poco tiempo vigente, al año siguiente acabarían con su vigencia y se proclamaría la Segunda República ya citada, y de 1936 a 1939 la Guerra Civil Española, ese pequeño ensayo de la Segunda Guerra Mundial, mis padres eran niños, niños de la guerra como se los suele llamar, la guerra les marcó profundamente, hambre, odios, asesinatos, represión, miedo, Madrid durante la guerra civil fue un verdadero infierno, bombardeos, muchos bombardeos, en casa de mis abuelos paternos entró un obús, ellos ya estaban refugiados en los sótanos del cercano convento de San Plácido, menos mal, de ese obús se salvó milagrosamente un azucarero de cristal color ámbar, el obús, muy selectivo, se llevó por delante el tejado de la casa, media alacena donde estaba el azucarero, y su tapa, de ahí para abajo no tocó nada, incluida el azúcar que quedó dentro esperando ser servida en el café, con una cucharita dentro recuerdo de Burgos, el azucarero ha sido un fetiche familiar desde entonces, cuando en casa de mi abuela se servía el café aparecía siempre el azucarero sin la tapa, todos mirábamos el azucarero en silencio y esperábamos, esperábamos que mi abuela contara la historia del azucarero, nunca nos cansábamos de oírla, era siempre nueva, o eso nos parecía, tenía algo mágico, sobrenatural, divino, el azucarero era como nuestro Santo Grial particular, lo venerábamos, en él se resumía toda la barbarie y el absurdo de cualquier guerra que no hace en definitiva sino destripar azucareros, pues bien, continúo, con el pasar de los tiempos se puso de moda la sacarina y en lugar del azucarero aparecía en la bandeja del café un botecito de plástico al que apretando un botón le salía una pildorita minúscula blanca que echada en el café le daba un sabor espantoso a hojalata, qué por qué sé que sabía a hojalata?, muy sencillo, porque yo de niño chupaba todo, incluida la hojalata, y eso me permite tener un conocimiento fidedigno del sabor de la hojalata, pero entonces yo, guardián de las tradiciones, pedía azúcar en lugar de sacarina para que mi abuela contara la historia, y yo la decía: anda Lala (la llamaba así, Lala), cuenta lo del azucarero…
Mi abuela después de contar lo del azucarero me sonreía de una manera como no me ha sonreído nunca nadie en la vida, con una sonrisa de cariño, ternura, y amor, que me dirigía sólo a mí y nada más que a mí, que era, según dicen, su favorito.
Vaya rollo no?, os interesa?, bueno, yo sigo, después de Franco llegó la transición democrática, qué bendición, verdad?, luego ha venido esto de ahora, la postransición democrática con lo de Puyol y todo eso, por cierto, mi abuela a Puyol no podía ni verlo y a Carrillo aún menos, cada vez que salía en la tele Carrillo decía: me vais a perdonar, y se iba hasta que la avisábamos de que ya no estaba en pantalla, continúo y vuelvo a mis padres, muchos devaneos histórico-políticos han pasado, ahora andan alarmados, y no me extraña, con Podemos y Pablo Iglesias, les parece, bueno, nos parece, una especie de nuevo Carrillo, con eso queda dicho todo, lo mismo el chico resulta ser un pedazo de pan, pero claro, llueve sobre mojado, como suele decirse, no me extraña que la vejez sea sinónimo de perplejidad, vivir para ver, las personas mayores que han visto ya tantas cosas lo único que quieren es que haya orden y tranquilidad porque si eso se pierde estamos acabados. Es el conocido como subconsciente colectivo.
Espero que os haya gustado lo que os he contado, a mí me encanta contarlo, yo he tomado el relevo de mi abuela en contar lo del azucarero, ahora os lo cuento a vosotros en el blog, todo esto viene a cuento de la película de la semana, Una jornada particular de Ettore Scola, que narra el encuentro entre un locutor de radio al que han despedido del trabajo y echan de la Italia de Mussolini por homosexual, y una sacrificada ama de casa, encarnados por la pareja del cine italiano por antonomasia, es decir, Mastroianni y la Loren, en unos papeles que son como el reverso a los que les eran habituales, al final estos dos personajes antagónicos en apariencia se hacen amigos, se comprenden el uno al otro en todas sus miserias e ilusiones perdidas, y se identifican totalmente el uno con el otro, llegan a identificarse tanto que hasta hacen el amor. Magnífica película con el fondo sonoro continuo de la retransmisión radiofónica de ese encuentro entre Hitler y Mussolini en Roma, en olor de multitudes, claro, eso siempre, eso que no falte, para eso están las multitudes, para hacer el tonto.

El paseante


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