El azucarero de mi abuela.
Me voy a ir por las ramas, algo muy mío, pues bien, el 6 de
mayo de 1938 Hitler visitó Roma, le esperaba Mussolini, por supuesto, y unos
grandes fastos o celebraciones, a lo grande, desfiles y todo eso, música militar,
multitudes, fue recibido en olor de multitudes, se dice así?, las multitudes
huelen, eso está claro, pues bien, me voy ahora por las ramas un poquito, no
mucho, luego vuelvo al tema que nos ocupa, el 6 de mayo de 1938 mi madre cumplió 4
años de edad, qué fuerte!, qué coincidencia!, seguro que en la antigua radio
con caja de madera del comedor de mis abuelos dieron noticia de tan fastuoso
acontecimiento pese a que por aquel entonces, conviene recordar el matiz,
estaba aún vigente la Segunda República
Española, vigente?, se dice así?, bueno, que aún estaba viva, esto me está
quedando fatal, es que hace mucho calor y no me concentro, mi padre ese día ya
tenía 7 años, mi padre nació en 1930, aún vigente Alfonso XII, qué mal suena lo
de vigente, por poco tiempo vigente, al año siguiente acabarían con su vigencia
y se proclamaría la Segunda República
ya citada, y de 1936 a
1939 la Guerra Civil
Española, ese pequeño ensayo de la Segunda
Guerra Mundial, mis padres eran niños, niños de la guerra
como se los suele llamar, la guerra les marcó profundamente, hambre, odios,
asesinatos, represión, miedo, Madrid durante la guerra civil fue un verdadero
infierno, bombardeos, muchos bombardeos, en casa de mis abuelos paternos entró
un obús, ellos ya estaban refugiados en los sótanos del cercano convento de San
Plácido, menos mal, de ese obús se salvó milagrosamente un azucarero de cristal
color ámbar, el obús, muy selectivo, se llevó por delante el tejado de la casa,
media alacena donde estaba el azucarero, y su tapa, de ahí para abajo no tocó
nada, incluida el azúcar que quedó dentro esperando ser servida en el café, con
una cucharita dentro recuerdo de Burgos, el azucarero ha sido un fetiche
familiar desde entonces, cuando en casa de mi abuela se servía el café aparecía
siempre el azucarero sin la tapa, todos mirábamos el azucarero en silencio y
esperábamos, esperábamos que mi abuela contara la historia del azucarero, nunca
nos cansábamos de oírla, era siempre nueva, o eso nos parecía, tenía algo
mágico, sobrenatural, divino, el azucarero era como nuestro Santo Grial
particular, lo venerábamos, en él se resumía toda la barbarie y el absurdo de
cualquier guerra que no hace en definitiva sino destripar azucareros, pues
bien, continúo, con el pasar de los tiempos se puso de moda la sacarina y en lugar
del azucarero aparecía en la bandeja del café un botecito de plástico al que
apretando un botón le salía una pildorita minúscula blanca que echada en el
café le daba un sabor espantoso a hojalata, qué por qué sé que sabía a hojalata?,
muy sencillo, porque yo de niño chupaba todo, incluida la hojalata, y eso me
permite tener un conocimiento fidedigno del sabor de la hojalata, pero entonces
yo, guardián de las tradiciones, pedía azúcar en lugar de sacarina para que mi
abuela contara la historia, y yo la decía: anda Lala (la llamaba así, Lala),
cuenta lo del azucarero…
Mi abuela después de contar lo del azucarero me sonreía de
una manera como no me ha sonreído nunca nadie en la vida, con una sonrisa de
cariño, ternura, y amor, que me dirigía sólo a mí y nada más que a mí, que era,
según dicen, su favorito.
Vaya rollo no?, os interesa?, bueno, yo sigo, después de
Franco llegó la transición democrática, qué bendición, verdad?, luego ha venido
esto de ahora, la postransición democrática con lo de Puyol y todo eso, por
cierto, mi abuela a Puyol no podía ni verlo y a Carrillo aún menos, cada vez
que salía en la tele Carrillo decía: me vais a perdonar, y se iba hasta que la
avisábamos de que ya no estaba en pantalla, continúo y vuelvo a mis padres,
muchos devaneos histórico-políticos han pasado, ahora andan alarmados, y no me
extraña, con Podemos y Pablo Iglesias, les parece, bueno, nos parece, una
especie de nuevo Carrillo, con eso queda dicho todo, lo mismo el chico resulta
ser un pedazo de pan, pero claro, llueve sobre mojado, como suele decirse, no
me extraña que la vejez sea sinónimo de perplejidad, vivir para ver, las
personas mayores que han visto ya tantas cosas lo único que quieren es que haya
orden y tranquilidad porque si eso se pierde estamos acabados. Es el conocido
como subconsciente colectivo.
Espero que os haya gustado lo que os he contado, a mí me
encanta contarlo, yo he tomado el relevo de mi abuela en contar lo del
azucarero, ahora os lo cuento a vosotros en el blog, todo esto viene a cuento
de la película de la semana, Una jornada particular de Ettore Scola, que narra
el encuentro entre un locutor de radio al que han despedido del trabajo y echan
de la Italia
de Mussolini por homosexual, y una sacrificada ama de casa, encarnados por la
pareja del cine italiano por antonomasia, es decir, Mastroianni y la Loren, en unos papeles que
son como el reverso a los que les eran habituales, al final estos dos
personajes antagónicos en apariencia se hacen amigos, se comprenden el uno al otro
en todas sus miserias e ilusiones perdidas, y se identifican totalmente el uno
con el otro, llegan a identificarse tanto que hasta hacen el amor. Magnífica
película con el fondo sonoro continuo de la retransmisión radiofónica de ese
encuentro entre Hitler y Mussolini en Roma, en olor de multitudes, claro, eso
siempre, eso que no falte, para eso están las multitudes, para hacer el tonto.
El paseante
No hay comentarios:
Publicar un comentario