46 – Comida con
Bruttini
Carballo se quedó sorprendido al contemplar lo que había
cambiado la vida de Bruttini, de aquel elegante piso en el que comió junto con
él, su mujer y sus hijos, había pasado a una modesta buhardilla en el madrileño
barrio de Chueca, si bien la buhardilla, o buhardillita como la llamaba
Bruttini, no estaba exenta de cierto encanto bohemio y estaba en perfecto orden,
Bruttini le hizo notar los visillos hechos por él y las faldas de la mesa
camilla igualmente salidas de sus manos, como era verano el calor era bastante
fuerte, razón por la cual Bruttini mantenía abiertas todas las ventanas de las
pequeñas mansardas, desde las cuales se podía ver el reloj de la telefónica
iluminado en rojo presidiendo el cielo de Madrid, y en el otro extremo se podía
ver una sucesión de tejados superpuestos uno sobre el otro como en cascada, con
diferentes tonos de rojos, diferentes tipos de teja de procedencia y antigüedad
diversa, que daban a la vista un encanto especial, uno no se cansaba de mirar
por las ventanas, descubriendo siempre nuevos detalles, un parche en alguna
esquina de un tejado, un canalón para el agua de la lluvia con una forma
extraña, un pararrayos, la cruz de alguna iglesia lejana que sobresalía como
saludando, alguna que otra antena que rompía la belleza de la vista, incluso
pudo ver Carballo alguna que otra bandera gay colgando de ventanas y balcones,
también alguna que otra bandera republicana, ropa tendida, y muchas macetas por
todas partes, llenas de geranios principalmente, que daban alegría y calidez a
la visión de aquel rincón tan castizo de Madrid, desde la calle subía cierto
amortiguado bullicio producido por los viandantes al pasar que se llamaban a
voces entre ellos y se decían todo tipo de cosas, provocativas las más de las
veces, alegres siempre, porque el barrio en general se veía lleno de alegría,
buen humor y gente dispuesta a disfrutar de la vida, al igual que Bruttini.
Bruttini tenía además un pequeño gatito de apenas unos meses de vida totalmente negro al que llamaba Cachemir por su suavidad, el gatito era como una pequeña pantera, apenas llegó Carballo al apartamento el gatito se escondió y no volvió a aparecer, Bruttini y Carballo le estuvieron buscando, miraron debajo del aparador y allí estaba, apenas se asomaron lanzó un potente bufido.
Bruttini tenía además un pequeño gatito de apenas unos meses de vida totalmente negro al que llamaba Cachemir por su suavidad, el gatito era como una pequeña pantera, apenas llegó Carballo al apartamento el gatito se escondió y no volvió a aparecer, Bruttini y Carballo le estuvieron buscando, miraron debajo del aparador y allí estaba, apenas se asomaron lanzó un potente bufido.
La comida discurrió tranquilamente, huevos rellenos de aún
con tomate recubiertos de una exquisita salsa rosa especialidad e Bruttini, el
chico cocinaba bastante bien, sería por su ascendencia siciliana seguramente,
de primer plato gazpacho con guarnición, y de postre otra especialidad
bruttiniana, un exquisito sorbete de guindas al licor con plátano, muy
refrescante y apropiado para un día de calor.
La buhardilla por lo que pudo ver Carballo no resultaba
agobiante y tenía mucho encanto con sus vigas vistas de madera y su suelo de
barro, apenas era sólo un espacio diáfano y en un rincón contaba con un
diminuto baño muy coqueto, el cual Bruttini había adornado con todo tipo de
accesorios que lo hacían muy acogedor al igual que toda la vivienda que estaba
en su práctica totalidad amueblada con muebles de Ikea, lo cual le daba un
contraste entre modernidad y clasicismo con mucho encanto. Tal vez la única
pega, aparte del calor y seguramente el frío en invierno, era la escalera, la
buhardilla estaba situada en la cuarta planta de un vetusto edificio sin
ascensor, pero Bruttini tenía buenas piernas, con el footing que hacía de
continuo aquella escalera para él era pan comido, no así para Carballo que ya
notaba el paso de los años y su falta de entrenamiento, llegó sin resuello a la
buhardillita, pensando por un momento que iba a morir de un infarto o de una
angina de pecho.
Después de la comida que acompañaron con una botella de
delicioso Chianti italiano, se recostaron en el mullido sofá de color rojo,
tremendamente confortable, y se tomaron unos chupitos de limoncello italiano, a
Carballo se le empezaban a cerrar los ojos, se estaba ya quedando medio adormilado
cuando de repente Bruttini de manera súbita e imprevista dijo:
- Comisario, quiere venir esta noche a verme actuar en el Diva's Club?
- Comisario, quiere venir esta noche a verme actuar en el Diva's Club?
(continuará)
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