lunes, 11 de agosto de 2014

Creo que no hay ninguna varita mágica para que recuperes la ilusión.




Creo que no hay ninguna varita mágica para que recuperes la ilusión. Ni siquiera ya disponemos del consultorio de la señorita Francis, que aconsejaba casos como el tuyo.
Pero si te sirve de algo, te doy la receta que yo uso para cocinar la ilusión de cada día.
Cuando trabajaba de abogado en Madrid me atormentaba bastante la idea de llegar hasta la edad de jubilación haciendo la misma tarea siempre, resolver los problemas de los demás a cambio de dinero, en cierta manera era prostitución masculina. Y para mitigar ese tormento y llegar al despacho cada día con cierto ánimo, empecé a soñar con la idea de iniciar una nueva vida. Muchos días, antes de acostarme, sacaba una libreta de mi mesilla de noche y hacia números para saber con cuánto podía disponer si dejara de trabajar. Como no tenía suficientes recursos para vivir desahogadamente, soñaba con vivir en un país más pobre para que el dinero me cundiera más. Y me compraba guías de viaje y así soñaba cada día con un país diferente. Por las mañanas en los atascos de la carretera de la Coruña me ponía a pensar en mi vida en el nuevo país de residencia, y me decía, seguro que allí no habrá atascos! El caso es que así estuve varios años hasta que di el paso definitivo, quedándome finalmente a solo 400 kilómetros de Madrid.
Una vez que llegué al destino de esa ilusión, la ilusión siguiente era ir comprobando cómo había dejado atrás algo que detestaba, el trabajo.
Pasaron 16 años sin trabajar con ilusiones muy diversas, el sexo, los viajes, mi jardín. Y de repente me dicen que tengo cáncer.
Los primeros días tenía bastante euforia porque en realidad lo había asumido con una tremenda alegría, a todo el mundo se lo contaba, hasta se lo conté a un policía de tráfico para que no me pusiera una multa y funcionó.
Pero cuando pasaron unas semanas y tuve que elegir médico para operarme en Madrid, ya me dejó de ilusionar lo de tener cáncer. Y empecé a pensar en todo lo que me iba a perder si me moría. Ni viajes, ni paseos por el jardín, ni achucharme con mis perras, y paseaba por Madrid como en plan despedida.
Pero la suerte llamó a mi puerta y aunque la resonancia magnética diagnosticó que tenía cáncer, la biopsia posterior lo descartó.
Y así sigo ya dos años, con la tremenda ilusión de estar vivo.
Y hace dos meses y pico tuve el gravísimo accidente de tráfico en que murió el que colisionó conmigo y yo ileso. Y la ilusión por el simple hecho de sobrevivir me ha subido casi hasta las nubes.
No creo que necesites sentir la muerte cerca para saber que es el destino cercano o no tanto, el tuyo y el mío y el de todos los que se cruzan contigo cada día.
Yo he dejado bastante arrinconado el tema del sexo y me siento igual de ilusionado por vivir. Los viajes tampoco me hacen soñar como antes, pero es que no los necesito para incrementar mi felicidad permanente. Las drogas las he dejado de un día para otro, y ni siquiera noto su ausencia. Me levanto muy ilusionado todos los días solo por el hecho de que estoy sano, aunque no sea del todo, pero hasta cuando me duele algo o tengo molestias, me desaparecen porque ni las hago caso.
Me encuentro muy a gusto haga lo que haga y esté donde esté.
No necesito ni planear futuros inciertos, ni soñar con otra vida ni otros paisajes. De momento sueño con pedalear un rato en mi bicicleta para ir a regar los frutales que planté esta primavera en un terreno que tengo como a 5 kilómetros. Después tal vez debiera comprar algo de fruta, y una rica horchata podría suponer el broche de oro para una feliz jornada.

Un abrazo muy fuerte.

La cabrita ilusionada


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