El libro lleva 20 años en mi poder, desde que se editó en
España, creo recordar que lo leí inmediatamente después de El talento de Mr.
Ripley, ahora lo releo, apenas recuerdo nada pero compruebo de nuevo las
razones que me llevan a adorar a la Highsmith, su magistral manera de escribir
tan suya, tan propia, tan particular, lo leo en el metro camino del trabajo por
las mañanas y en ocasiones interrumpo la lectura y saboreo lo que acabo de leer
como un bocado exquisito, lo paladeo, me deleito, intentando sacar todo su
sabor, todos sus matices, todo su aroma, y me quedo fascinado con el mundo que
recrea como si estuviera formando parte de la acción y viviera allí, en ese
mundo, junto a Tom Ripley, o mejor aún siendo él o cualquiera de los
personajes, tan bien captados, retratados, desmenuzados psicológicamente de una
manera tan interesantemente amena y ligera a la vez.
El encanto añadido para mí de esta novela es que versa sobre
el mundo del arte, las falsificaciones, las dobles identidades, y, por qué no
decirlo, los asesinatos, a Tom Ripley más vale no cruzárselo en el camino porque
si uno se descuida y se atraviesa en sus planes puede acabar fácilmente
enterrado en el jardín de su casa, rodeado eso sí de crisantemos, glicinas y
tulipanes cultivados por él mismo, todo un detalle.
Aún no lo he terminado, es tanta la intriga que voy
demorando acabarlo para poder mantener el suspense y que mi imaginación haga
cábalas sobre el desarrollo de la trama que vendrá, pero nunca acierto, he de
reconocerlo, la Highsmith sabe bien cómo sorprenderme siempre, toca en mí esa
fibra sensible de manera tan sublime que parece fuera yo mismo, algo propio de
todo gran escritor, ser a la vez arte y parte, escritor y lector a la vez.
El paseante
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