miércoles, 27 de agosto de 2014

La escapada (Aventura veneciana 18).




Bety, aún me recuerdas? Soy yo, no te acuerdas ya de mí?, de mi aventura veneciana, aquel momento de mi vida en que pensé que todo iba a ser posible, que yo todo lo podía y que el mundo, de una manera o de otra, iba a estar siempre a mis pies, como en aquel momento pensé que en verdad lo estaba por tener al diablo precisamente a mi lado, pero me engañaba porque el diablo en realidad era yo, era yo, y tú, y cualquiera, el diablo éramos todos y todos formábamos parte de él y él parte nuestra, resulta extraño saberlo ahora, ya tan tarde, cuando tanto tiempo ha pasado desde aquel verano veneciano tan tórrido y tan hermoso, porque las cosas no vuelven a tener nunca la belleza de la juventud, verdad Bety?, y ésa es precisamente la belleza que, exiliados definitivamente de ella, siempre buscamos, durante toda la vida. Pues bien, al final Satán, el gran Satán desistió de mí, me dejó por imposible, me desechó, me descartó, me repudió, me abandonó, como quieras decirlo, pero no hizo falta ningún mal gesto, ninguna violencia fue precisa, me abandonó con su indiferencia y eso, precisamente eso, fue sin dudarlo lo que más daño me hizo, yo sabía bien que había frustrado sus planes de hacerme Papa y que difícilmente encontraría a alguien tan bueno como yo, no importaba, yo no iba a hacerle el juego, un juego que no era mi juego, en el cual yo no era más que un instrumento y con el cual no me identificaba en absoluto, ni lo más mínimo, y no pensaba fingir o vivir forzado y me marché como había llegado, con lo puesto, mi bolsita de viaje con mis pobres ropas de funcionario que no tiene un duro, y mis billetitos, los pocos que aún me quedaban, arrugados en mi bolsillo y cuidando que no se me perdieran para poder subsistir y regresar a España como pudiera, no sabía bien cómo en aquel momento, y fue entonces cuando pensé en la playa, en el Lido, en el dinero que aquellos dos sátiros me habían ofrecido a cambio de poder gozar de mi cuerpo, y entonces comprendí, por primera vez comprendí, el verdadero valor del dinero y cómo el dinero al final comprometía siempre nuestra integridad moral o física a la postre, fuéramos o no conscientes de ello, cómo por dinero nos vendíamos de una manera o de otra, y cómo yo en realidad me estaba vendiendo al diablo a cambio de todo aquel lujo, de toda aquella vida de plácido abandono y voluptuosidad, de sensuales éxtasis, de placeres exquisitos, de consumados refinamientos, de nunca vistos y frenéticos delirios de poder, venderme, sí, venderme, pensé, y me sentí más puro aún y más rico que el hombre más rico del mundo teniendo sólo mi pureza, mi fragilidad, mi bondad y mi ternura, me comprendes ahora Bety?, comprendes por qué me fui aún abandonando a toda la corte celestial encerrada en el sótano del palazzo, lo comprendes?, me marché porque sólo yo podía, sólo a mí me había sido encomendado, continuar la obra de Dios en la tierra como un nuevo Mesías, o eso pensaba yo.

(continuará)

El paseante


No hay comentarios:

Publicar un comentario