Bety, aún me recuerdas? Soy yo, no te acuerdas ya de mí?, de
mi aventura veneciana, aquel momento de mi vida en que pensé que todo iba a ser
posible, que yo todo lo podía y que el mundo, de una manera o de otra, iba a
estar siempre a mis pies, como en aquel momento pensé que en verdad lo estaba
por tener al diablo precisamente a mi lado, pero me engañaba porque el diablo
en realidad era yo, era yo, y tú, y cualquiera, el diablo éramos todos y todos
formábamos parte de él y él parte nuestra, resulta extraño saberlo ahora, ya
tan tarde, cuando tanto tiempo ha pasado desde aquel verano veneciano tan
tórrido y tan hermoso, porque las cosas no vuelven a tener nunca la belleza de
la juventud, verdad Bety?, y ésa es precisamente la belleza que, exiliados
definitivamente de ella, siempre buscamos, durante toda la vida. Pues bien, al
final Satán, el gran Satán desistió de mí, me dejó por imposible, me desechó,
me descartó, me repudió, me abandonó, como quieras decirlo, pero no hizo falta
ningún mal gesto, ninguna violencia fue precisa, me abandonó con su
indiferencia y eso, precisamente eso, fue sin dudarlo lo que más daño me hizo,
yo sabía bien que había frustrado sus planes de hacerme Papa y que difícilmente
encontraría a alguien tan bueno como yo, no importaba, yo no iba a hacerle el
juego, un juego que no era mi juego, en el cual yo no era más que un
instrumento y con el cual no me identificaba en absoluto, ni lo más mínimo, y
no pensaba fingir o vivir forzado y me marché como había llegado, con lo
puesto, mi bolsita de viaje con mis pobres ropas de funcionario que no tiene un
duro, y mis billetitos, los pocos que aún me quedaban, arrugados en mi bolsillo
y cuidando que no se me perdieran para poder subsistir y regresar a España como
pudiera, no sabía bien cómo en aquel momento, y fue entonces cuando pensé en la
playa, en el Lido, en el dinero que aquellos dos sátiros me habían ofrecido a
cambio de poder gozar de mi cuerpo, y entonces comprendí, por primera vez
comprendí, el verdadero valor del dinero y cómo el dinero al final comprometía
siempre nuestra integridad moral o física a la postre, fuéramos o no
conscientes de ello, cómo por dinero nos vendíamos de una manera o de otra, y
cómo yo en realidad me estaba vendiendo al diablo a cambio de todo aquel lujo,
de toda aquella vida de plácido abandono y voluptuosidad, de sensuales éxtasis,
de placeres exquisitos, de consumados refinamientos, de nunca vistos y
frenéticos delirios de poder, venderme, sí, venderme, pensé, y me sentí más
puro aún y más rico que el hombre más rico del mundo teniendo sólo mi pureza,
mi fragilidad, mi bondad y mi ternura, me comprendes ahora Bety?, comprendes
por qué me fui aún abandonando a toda la corte celestial encerrada en el sótano
del palazzo, lo comprendes?, me marché porque sólo yo podía, sólo a mí me había
sido encomendado, continuar la obra de Dios en la tierra como un nuevo Mesías,
o eso pensaba yo.
(continuará)
(continuará)
El paseante
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