Uno piensa que el actor es como sus personajes, y el actor acaba con frecuencia no sabiendo bien quién es, el actor tiene que desdoblarse, ser otro, y en ese desdoblamiento sucesivo va adquiriendo una nueva identidad, es lo mismo el cine que el juego de la vida, una representación, al final uno acaba neurótico de ser uno mismo, o por mejor decir de no saber quién es, vida y cine, cine y vida, realidad y parodia, parodia y realidad, ¿qué es cierto?, ¿qué es ficción?
Uno tiene que saber parar, si no sabe parar mal asunto, volver a su esencia porque la va perdiendo, la va dejando por el camino, haciendo vida o haciendo películas, en personajes diversos según convenga que va representando para ir sobreviviendo como puede, ir tirando, hacia adelante siempre, pero uno debe volver la vista atrás, recapitular, hacer balance y reajustarse, como si fuera un aparato de precisión, afinarse de nuevo como un instrumento musical. Son ideas.
Yo pensé que Robin Williams era como sus personajes y leyendo su biografía compruebo que no lo debía ser tanto, yo le veía y veía el idealismo, la verdad, la valentía, el coger la vida por los cuernos como suele decirse, veía la elegancia de espíritu, un alma insobornable, un perdedor que ganaba siempre la partida consigo mismo que es lo importante, y yo quería parecerme a él, más bien me consideraba como él, extrapolaba mi vida a la suya, la superponía y me sentía él cuando veía sus películas, siempre con personajes en la misma línea aunque en situaciones diversas.
Tal vez era el amigo que me hubiera gustado tener, o el psicólogo que me hubiera gustado tener, o el profesor de literatura que me hubiera gustado tener, no lo sé bien, Robin Williams me gustaba, y ahora descubro que no era tan fuerte como pensaba, y ahora descubro en definitiva que hasta en eso éramos iguales, hasta en ese secreto que tan oculto hemos sabido guardar él y yo, nuestra debilidad.
el paseante
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