jueves, 18 de diciembre de 2014

Y llegó el gran día… (Un asesino en las calles 78).




78 – Y llegó el gran día…

Y llegó el gran día…, y Carballo salió al escenario del Divas Club, y todos los caballeros del auditorio se quedaron mudos esperando su actuación, y Carballo se quedó mudo también y sin poder pronunciar palabra, hubo entonces un embarazoso silencio, el público no sabía bien qué pasaba, si era algo deliberadamente hecho para generar expectación y atención, si el artista estaba concentrándose, como en meditación justo antes de actuar, si se trataba de pánico escénico, si acto seguido Carballo se caería al suelo víctima de un fulminante infarto, si tal vez saldría corriendo, si se disculparía diciendo que se encontraba indispuesto, pero nada de eso pasó, a Carballo todo le daba vueltas en la cabeza hasta que de repente y sin que nadie diera crédito a lo que sucedía Carballo dijo con un hilo de voz perfectamente modulada:
-          Como yo te amo…
Y repitió una octava más alta:
-          Como yo te amo…
Y siguió:
-          Olvídate, olvídate, nadie te amará.
En la sala hubo un susurro generalizado, unos a otros se preguntaban a media voz:
-          Pero no iba a cantar Yo soy aquél?
Efectivamente para cantar Yo soy aquél Carballo llevaba ensayando durante semanas bajo la a veces atenta mirada del gatito Cachemir y a veces acompañado de sus ronquidos, pero Carballo al salir al escenario y ver a toda aquella gente esperando su actuación mirándole en silencio absoluto se quedó en blanco, no es que no supiera qué iba a cantar, es que no sabía ni quién era, ni dónde estaba, ni qué tenía que hacer para seguir vivo, simplemente dejó de existir y se convirtió en la total inconsistencia de Carballo que vagaba por entre las fluctuantes nubes del humo de tabaco del Divas Club, sin embargo, en el último momento algo dentro de él despertó y habló desde más allá de su subconsciente, habló desde el subconsciente colectivo de todos los presentes y del de toda la humanidad, porque Carballo en ese momento rompió las fronteras de la percepción y se conectó con el espíritu universal y comenzó a cantar sin saber qué cantaba y sin saber si sobre el escenario iba a hacer de Raphael o de Rocío Jurado, sin saber siquiera quién eran esos dos ni quién era él, pero el caso es que el crescendo de la actuación iba dejando boquiabiertos a todos los que le contemplaban, a los elegantes caballeros se les caían los monóculos de las cuencas de sus ojos y la ceniza iba resbalando de sus puros sobre sus elegantes trajes de raya diplomática, e incluso alguno manchó babeando su elegante pajarita de seda carmesí, porque aquello fue verdadero arte con mayúsculas, si bien todo el esfuerzo de los ensayos por tratar de ser Raphael no sirvió para nada del fondo del Comisario Carballo surgió una Rocío Jurado vestida como Raphael, porque al fin y al cabo el arte verdadero es siempre intercambiable y un artista de raza es igual a otro artista de raza en lo esencial, y allí, en ese instante, sobre el escenario del Divas Club había tres artistas de raza, Raphael, Rocío Jurado, y cómo no, el gran Carballo, sin duda había nacido una estrella.
Al finalizar la actuación hubo un silencio sepulcral que fue roto por un aplauso y una ovación tan estruendosos como una estampida de búfalos, de resultas de lo cual la lámpara de cristal de la bóveda del Divas Club se cayó de golpe al suelo haciendo un ruido de mil demonios, menos mal que en ese momento no había nadie debajo y no causó ningún daño personal, es más, los caballeros que estaban sentados alrededor ni siquiera se inmutaron absortos como estaban aún en el recuerdo de la actuación que acababa de tener lugar, paladeando aún su regusto en la memoria como si de un exquisito armañac se tratara.

(continuará)


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