78 – Y llegó el
gran día…
Y llegó el gran día…, y Carballo salió al escenario del
Divas Club, y todos los caballeros del auditorio se quedaron mudos esperando su
actuación, y Carballo se quedó mudo también y sin poder pronunciar palabra,
hubo entonces un embarazoso silencio, el público no sabía bien qué pasaba, si
era algo deliberadamente hecho para generar expectación y atención, si el
artista estaba concentrándose, como en meditación justo antes de actuar, si se
trataba de pánico escénico, si acto seguido Carballo se caería al suelo víctima
de un fulminante infarto, si tal vez saldría corriendo, si se disculparía
diciendo que se encontraba indispuesto, pero nada de eso pasó, a Carballo todo
le daba vueltas en la cabeza hasta que de repente y sin que nadie diera crédito
a lo que sucedía Carballo dijo con un hilo de voz perfectamente modulada:
-
Como yo te amo…
Y repitió una octava más alta:
-
Como yo te amo…
Y siguió:
-
Olvídate, olvídate, nadie te amará.
En la sala hubo un susurro generalizado, unos a otros se
preguntaban a media voz:
-
Pero no iba a cantar Yo soy aquél?
Efectivamente para cantar Yo soy aquél Carballo llevaba
ensayando durante semanas bajo la a veces atenta mirada del gatito Cachemir y a
veces acompañado de sus ronquidos, pero Carballo al salir al escenario y ver a
toda aquella gente esperando su actuación mirándole en silencio absoluto se
quedó en blanco, no es que no supiera qué iba a cantar, es que no sabía ni
quién era, ni dónde estaba, ni qué tenía que hacer para seguir vivo,
simplemente dejó de existir y se convirtió en la total inconsistencia de
Carballo que vagaba por entre las fluctuantes nubes del humo de tabaco del Divas
Club, sin embargo, en el último momento algo dentro de él despertó y habló
desde más allá de su subconsciente, habló desde el subconsciente colectivo de
todos los presentes y del de toda la humanidad, porque Carballo en ese momento
rompió las fronteras de la percepción y se conectó con el espíritu universal y
comenzó a cantar sin saber qué cantaba y sin saber si sobre el escenario iba a
hacer de Raphael o de Rocío Jurado, sin saber siquiera quién eran esos dos ni
quién era él, pero el caso es que el crescendo de la actuación iba dejando boquiabiertos
a todos los que le contemplaban, a los elegantes caballeros se les caían los
monóculos de las cuencas de sus ojos y la ceniza iba resbalando de sus puros
sobre sus elegantes trajes de raya diplomática, e incluso alguno manchó
babeando su elegante pajarita de seda carmesí, porque aquello fue verdadero
arte con mayúsculas, si bien todo el esfuerzo de los ensayos por tratar de ser
Raphael no sirvió para nada del fondo del Comisario Carballo surgió una Rocío
Jurado vestida como Raphael, porque al fin y al cabo el arte verdadero es
siempre intercambiable y un artista de raza es igual a otro artista de raza en
lo esencial, y allí, en ese instante, sobre el escenario del Divas Club había
tres artistas de raza, Raphael, Rocío Jurado, y cómo no, el gran Carballo, sin
duda había nacido una estrella.
Al finalizar la actuación hubo un silencio sepulcral que fue
roto por un aplauso y una ovación tan estruendosos como una estampida de
búfalos, de resultas de lo cual la lámpara de cristal de la bóveda del Divas
Club se cayó de golpe al suelo haciendo un ruido de mil demonios, menos mal que
en ese momento no había nadie debajo y no causó ningún daño personal, es más,
los caballeros que estaban sentados alrededor ni siquiera se inmutaron absortos
como estaban aún en el recuerdo de la actuación que acababa de tener lugar,
paladeando aún su regusto en la memoria como si de un exquisito armañac se
tratara.
(continuará)
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