Otra segunda opción, de nuevo iba a ver Los relatos salvajes
pero me lié con la hora, creí que eran las 7:30 y en realidad eran las 6:30, el
resultado es que entré a ver Exodus, al fin y al cabo trata sobre Egipto, me
dije a mí mismo y me autoconvencí inmediatamente, pero más que sobre Egipto la
película trata sobre efectos especiales, muy logrados pero por eso mismo muy
poco verosímiles, la realidad es siempre más imperfecta que los efectos
especiales y eso pasa factura a la hora de transportarte al Egipto faraónico,
uno se transporta a través de la teatralidad, es a lo que está acostumbrado, en
Cleopatra de Mankievicz me transporto a través de los decorados de cartón
piedra, la gestualidad de los actores, sus interpretaciones, los diálogos, me
transporto a través de un texto sea visual, hablado, sonoro, colorístico, de
formas, situaciones, escenas, me transporto a través de mi imaginación que
integra, complementa, amalgama todo aquello, lo hace coherente, retiene lo
fundamental, su esencia, y recrea en mi imaginación con fuerza el antiguo
Egipto, pero esos efectos especiales llevados hasta el límite de la perfección
no me transportan sino a un juego de ordenador, me parece que estoy
contemplando un video juego de la play, como vulgarmente suele decirse.
La película es el Hollywood de ahora, sólo espectáculo,
abundancia abrumadora de medios y escaso, por no decir nulo, ingenio, el
resultado se deja ver, sólo bastaba que con el dineral que gastan no se dejara
ver, no es para salirse del cine, eso no, además es una película muy apropiada
para estas fechas navideñas, pero no pasará a la historia ni dejará huella como
toda esa colección de películas clásicas ambientadas en la antigüedad tan
sugerentes, tan tentadoras para nuestra imaginación, y es que el cine de hoy en
día en su mayor parte, y en especial en estas superproducciones, no confía en
absoluto en nuestra imaginación, en nuestra capacidad como espectadores para
recrear dentro de nuestra cabeza la película, para construirla nosotros mismos
a través de las pistas que nos dé el director, y acabarla, completarla, hacerla
realmente grande por nosotros mismos, como antes sucedía, antes, cuando los
directores y productores de cine confiaban aún en nuestra inteligencia.
Me encantó la música de Alberto Iglesias, me quedé sentado
en la butaca a disfrutarla hasta que se terminaron todos los títulos de crédito
mientras los acomodadores barrían los restos de palomitas del suelo.
El paseante
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