67 – Navidad en el
Divas Club
En el Divas ni rastro de Bruttini, el chico había
desaparecido, Carballo aguantó tenazmente toda la velada por ver si al final
aparecía Brutti sobre el escenario pero ni rastro, en sustitución de los
números del subcomisario habían puesto una serie de parodias de políticos, en
fin, lo de siempre, una serie de monólogos surrealistas con alguna que otra
broma soez o comentario escatológico, todo vale con tal de hacer reír pensó
Carballo, pero a él los chistes no le hicieron mucha gracia, eran un tanto
forzados y faltos en general de ingenio, además él esperaba la actuación de la
Brutta no aquello y se sintió profundamente desilusionado.
El Divas tenía ya colocada la decoración navideña, un tanto
hortera, guirnaldas doradas, espumillón, algún Papá Noel por aquí y por allá,
estrellas de navidad colgadas del techo y un belén un tanto obsceno en un
rincón del escenario hecho con recortes de revista ampliados, en los cuales una
virgen María exuberante cogida de la mano de un San José culturista observaban
atentamente a un niño en su cuna que sacaba la lengua mientras unos reyes magos
con aspecto de drag queen le ofrecían todo tipo de aparatos tecnológicos de
última generación incluida una cafetera Nespresso, un disparate, a la entrada
habían colocado un gran árbol de navidad adornado con pequeños zapatitos de
corista de brillantes colores y minúsculos sujetadores de lentejuelas, terrible
pensó Carballo, el lugar había perdido toda su magia con aquella estrafalaria
decoración navideña pensó Carballo, profundamente defraudado además por la
ausencia de Bruttini sobre la cual no se atrevió a preguntar por no ponerse en
evidencia, el auditorio estaba igualmente alicaído, entre la melancolía
prenavideña y la ausencia de la Brutta el lugar estaba francamente mortecino.
Carballo salió de allí tan pronto como pudo y pensó
acercarse a la buhardilla de Bruttini para saber qué le pasaba pero era ya muy
tarde y estaría seguramente durmiendo junto a su gatito, Cachemir, Carballo
pensó en el lindo gatito de Bruttini y se sonrió para dentro, qué tierno pensó
mientras visualizaba a Bruttini y al gatito dormidos abrazados bajo las vigas
de madera de la buhardillita de la plaza de Chueca, con la estufa encendida
mientras fuera nevaba copiosamente, entonces aceleró el paso para llegar a su
casa porque la nieve arreciaba sobre la Gran Vía que se veía desierta a esas
horas de la madrugada.
(continuará)
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