viernes, 4 de julio de 2014

Venice, como dirían los franceses (Aventura veneciana 13).




Venice, como dirían los franceses, Paul Morand tiene un librito precioso titulado precisamente así, Venecias, algo insustancial, pero delicioso en su vaguedad, en su inconcreción evanescente, capta la esencia de la ciudad a través de su forma última que no de su contenido, parece contemplarla desde la laguna en la lejanía o desde una estrella lejana, lo has leído Bety?, léetelo si no lo has hecho, y léete también Las piedras de Venecia de John Ruskin, éste sí que es un libro indispensable para comprender la ciudad de Venecia más allá de todo, es decir, más allá de su arte, porque si algo es Venecia es arte en estado puro, imagíname a mí allí, en medio de todo aquello, en permanente éxtasis, adormecido entre todo ese tumultuoso silencio de piedras que parecen pedir una caricia, siquiera una mirada, que quieren, ante todo, ser amadas, que durante siglos lo han sido por todos los que por allí han pasado, si Roma es el barroco, su triunfo, Venecia es el clasicismo de Palladio y la orientalización, el gótico con toques orientales traídos de los lejanos viajes de Marco Polo, y el cuatrocento veneciano con su luz, las madonas de Bellini, magníficas, atemporales, en la Galería de La Academia, y Tiépolo en la Palacio Ducal, y las scuolas, Canaletto y sus vedutas, y el Arsenale, y el barrio Mussoliniano de Santa Elena al final de todo, como en un exilio de todo el tumulto de turistas que no paran de visitarla y de desvirtuarla trayendo hasta ella un mundo de cocacolas y hamburguesas, de pizzas baratas y de spaguetti bolognesa, nada de eso comía yo, por supuesto, mis aquelarres gastronómicos eran algo más sofisticados, por no decir que entraban en otra dimensión de la realidad, y es que no he visto mayor bon vivant que el diablo, claro, la gula también es un pecado, y la lujuria, tal vez te hable de la lujuria del diablo, de lo que aprendí junto a él, pero eso en otro momento, no ahora, no quiero entretenerme, recuerda que prometí contarte lo que me sucedió aquella noche mientras intentaba conciliar el sueño y aquella luz intensa iluminó el cielo y traspasó todo hasta llegar a mí como si de un bautismo se tratara, un segundo bautismo que en lugar de agua fuera de intensa luz, de esa intensa luz que entraba poderosa, fulgurante, espectral, por los altos balcones que se abrían a las aguas del gran canal y al inmenso cielo estrellado de la noche veneciana, aquel cielo que creí estar contemplado en ese momento por última vez…

(continuará)

el paseante

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