Venice, como dirían los franceses, Paul Morand tiene un
librito precioso titulado precisamente así, Venecias, algo insustancial, pero delicioso en
su vaguedad, en su inconcreción evanescente, capta la esencia de la ciudad a
través de su forma última que no de su contenido, parece contemplarla desde la
laguna en la lejanía o desde una estrella lejana, lo has leído Bety?, léetelo
si no lo has hecho, y léete también Las piedras de Venecia de John Ruskin, éste
sí que es un libro indispensable para comprender la ciudad de Venecia más allá
de todo, es decir, más allá de su arte, porque si algo es Venecia es arte en
estado puro, imagíname a mí allí, en medio de todo aquello, en permanente
éxtasis, adormecido entre todo ese tumultuoso silencio de piedras que parecen
pedir una caricia, siquiera una mirada, que quieren, ante todo, ser amadas, que
durante siglos lo han sido por todos los que por allí han pasado, si Roma es el
barroco, su triunfo, Venecia es el clasicismo de Palladio y la orientalización,
el gótico con toques orientales traídos de los lejanos viajes de Marco Polo, y
el cuatrocento veneciano con su luz, las madonas de Bellini, magníficas,
atemporales, en la Galería
de La Academia,
y Tiépolo en la Palacio
Ducal, y las scuolas, Canaletto y sus vedutas, y el Arsenale, y el barrio Mussoliniano
de Santa Elena al final de todo, como en un exilio de todo el tumulto de
turistas que no paran de visitarla y de desvirtuarla trayendo hasta ella un
mundo de cocacolas y hamburguesas, de pizzas baratas y de spaguetti bolognesa,
nada de eso comía yo, por supuesto, mis aquelarres gastronómicos eran algo más
sofisticados, por no decir que entraban en otra dimensión de la realidad, y es
que no he visto mayor bon vivant que el diablo, claro, la gula también es un
pecado, y la lujuria, tal vez te hable de la lujuria del diablo, de lo que
aprendí junto a él, pero eso en otro momento, no ahora, no quiero entretenerme,
recuerda que prometí contarte lo que me sucedió aquella noche mientras intentaba
conciliar el sueño y aquella luz intensa iluminó el cielo y traspasó todo hasta
llegar a mí como si de un bautismo se tratara, un segundo bautismo que en lugar
de agua fuera de intensa luz, de esa intensa luz que entraba poderosa,
fulgurante, espectral, por los altos balcones que se abrían a las aguas del
gran canal y al inmenso cielo estrellado de la noche veneciana, aquel cielo que
creí estar contemplado en ese momento por última vez…
(continuará)
el paseante
el paseante
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