Aquella noche sucedió lo nunca visto, por los balcones que
daban al Gran Canal, entró Dios, te sorprende?, te resulta inverosímil?, pues
no lo es en absoluto, y no sólo entró él sino los doce apóstoles, en primer
lugar los cuatro evangelistas, y después de todos ellos, hasta entró Judas, se
ve que Dios le había perdonado ya, y entraron los padres de la Iglesia,
encabezados por San Agustín, y para finalizar el cortejo divino entró la virgen
acompañada de Santa Ana y el niño Jesús, ni rastro de San José, eso me extrañó
mucho, yo al menos no lo vi, pero era tanta la multitud que hasta la amplia
habitación del palacio se quedó pequeña, menos mal que los techos eran muy
altos, porque todos, absolutamente todos, levitaban, llevaban además unos
ropajes espectaculares como salidos de una pintura de Ticiano, especialmente
Dios lucía en su enorme grandeza ropajes de mezclados colores, túnicas de una
seda de raso nunca vista que ocupaban prácticamente todo el espacio a su
alrededor haciéndolo destacar como lo que era, Dios, entonces él me miró y me
sonrió y todo se desvaneció a mi alrededor, perdí la conciencia, pensé que se
trataba de una alucinación pero no lo era, era real, como me vieron tan aturdido
empezaron a susurrar entre ellos y a mirarme todos con mucha ternura también,
me hicieron sentir como uno de ellos, me hicieron sentir santo, bueno, feliz,
eterno, pero al cabo de un momento me sentí embarazoso, quiero decir que no
sabía qué hacer a continuación, esperé a ver qué hacían ellos, no podía llamar
al diablo y pedirle camas para todos, imagina la que se hubiera armado, cuando
de improviso un viento helado se apoderó de todos nosotros, fue como si se nos
echara encima el polo norte, nos quedamos petrificados de la impresión porque
Satanás en persona entró por la puerta de la habitación derribándola y detrás
de él toda su cohorte de diablos, entonces, rápidamente apresaron a toda la
corte celestial con Dios a la cabeza y los sacaron en volandas de la
habitación, allí nadie tocaba el suelo, todos levitaban menos yo, apenas
hubieron salido me sentí tan perdido que perdí el conocimiento, cuando a la
mañana desperté pensé que se había tratado de un sueño, no podía preguntar, no
me atrevía, como cada día tomé un baño en la bañera de mármol travertino de mi
vestidor, me acicalé meticulosamente tratando de calmar mi nerviosismo y bajé a
desayunar como siempre hacía al jardín central del palacio donde me estaría
esperando como era habitual el diablo, menudo papelón pensé mientras bajaba los
peldaños gastados de la escalera central del palacio, temblaba, temblaba,
temblaba, pero no quería que se notara mi miedo, miré hacia abajo y allí estaba
Satán esperándome con su mejor sonrisa en los labios mirándome fijamente…
(continuará)
El paseante
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