Las aventuras de Pumby. Memorias de un niño franquista. Las bicicletas son para el verano.
Las bicicletas son para el verano, está claro, ya lo dijo
Fernán Gómez en su obra de teatro y Jaime Chávarri en su película, ya lo dijo
Gabino Diego, papá pero las bicicletas son para el verano, en esto el 18 de
julio comenzó la guerra civil y el chaval se quedó sin bici, terrible.
Yo tuve mi bici también, en los años 60, algo después de la
guerra civil, España era ya algo diferente, desarrollismo, baby boom, conmigo
que nací en el 60 se inició el baby boom, somos muchos los de esa generación,
ante la prosperidad económica las familias se compraron un seiscientos para ir
a la playa en verano y se dedicaron a tener hijos, a los niños de entonces se
nos mantenía con poco, la vida era muy barata y no había tantas necesidades
como ahora, nos pasábamos el día en la calle jugando, yo en cuanto tuve bici
todo el día pedaleando, la bici era mi libertad, con ella recorría los confines
de mi pequeño mundo que a mí me parecía inabarcable.
Mi padre siempre cuenta que le costó 1.500 pesetas, que
ahora vendrían a ser 9 euros, imaginaros cómo ha subido todo, la compró con las
1.500 pesetas que le pagaron por escribir un artículo para una revista de
informática, de la informática que estaba en sus albores en aquella época, qué
tiempos más entrañables, era marca Orbea y plegable, así la podíamos llevar a
la sierra en verano, allí sí que pedaleaba, pero sin salir de la urbanización,
eso sí, eso nunca, la carretera era muy peligrosa, pero la urbanización era
grande, inmensa para un niño de 11 años, tenía unos cromados preciosos, manillar
y sillín graduables, eso era muy novedoso entonces, y trasportín para llevar algún
paquetito o a algún amiguito subido detrás, fabuloso, yo me inventé poner un
cartón sujeto con una pinza de las de tender en el soporte de la rueda trasera
y al girar la rueda el choque sucesivo con sus radios hacía que aquello sonara
como si fuera una moto, cada día cambiaba el cartón, cuanto más firme más
ruido, pero sin pasarse porque si era muy duro y no cedía se daba la vuelva y
ya no sonaba, todo en su justa medida.
Con mi madre discutía a cuentas de la bici, cada mañana
tenía que ir, antes de poder irme a la piscina, a comprar el pan, el vino y la
leche, y en la leche estaba el problema por increíble que parezca porque la
leche era de lechería nada de en botella, con lo cual tenía que llevarla en una
lechera que yo colgaba con cuidado del manillar, que no se te derrame la leche
Jose, me decía cada mañana mi madre, pero la leche con el traqueteo se salía por
la tapa que no era hermética y me manchaba los cromados, además era una leche
caústica, es decir, los estropeaba, dejaba la marca del churretón de leche y ya
no volvían a brillar por mucho que frotaras, la leche me traía por el camino de
la amargura, y además aquella leche tan pura, directa de la teta de la vaca al
vaso hirviéndola antes y quitándole la nata, estaba malísima, era un suplicio,
y me estreñía, cosas de la época, decían que era más sana, a mí me parece ahora
todo aquello una tontería.
Mi abuela guardaba la nata de la leche, que según ella era
exquisita tomarla con los mantecados típicos del pueblo, de gourmet, viva el
colesterol.
A veces se me pinchaba una rueda y me quedaba sin pedalear
hasta el día siguiente, como en paro de bici, mustio, por la tarde subíamos mi
padre y yo con mi madre al pueblo a hacer la compra y de paso mi padre le decía
a Rufino el del taller que había sido amigo de la infancia, un amigo un poco
golfo, oye Rufi que al chico se le ha vuelto a pinchar la rueda mira a ver si
le puedes poner un parche, eso está hecho Ramón trae para acá, y yo volvía a la
urba con la rueda en la mano como quién
vuelve orgulloso con un trofeo de vuelta al hogar, presumiendo de rueda para
que todos pudieran ver que yo también tenía bici.
El paseante
No hay comentarios:
Publicar un comentario