martes, 22 de julio de 2014

Las aventuras de Pumby (7). Las bicicletas son para el verano.



Las aventuras de Pumby. Memorias de un niño franquista. Las bicicletas son para el verano.

Las bicicletas son para el verano, está claro, ya lo dijo Fernán Gómez en su obra de teatro y Jaime Chávarri en su película, ya lo dijo Gabino Diego, papá pero las bicicletas son para el verano, en esto el 18 de julio comenzó la guerra civil y el chaval se quedó sin bici, terrible.

Yo tuve mi bici también, en los años 60, algo después de la guerra civil, España era ya algo diferente, desarrollismo, baby boom, conmigo que nací en el 60 se inició el baby boom, somos muchos los de esa generación, ante la prosperidad económica las familias se compraron un seiscientos para ir a la playa en verano y se dedicaron a tener hijos, a los niños de entonces se nos mantenía con poco, la vida era muy barata y no había tantas necesidades como ahora, nos pasábamos el día en la calle jugando, yo en cuanto tuve bici todo el día pedaleando, la bici era mi libertad, con ella recorría los confines de mi pequeño mundo que a mí me parecía inabarcable.

Mi padre siempre cuenta que le costó 1.500 pesetas, que ahora vendrían a ser 9 euros, imaginaros cómo ha subido todo, la compró con las 1.500 pesetas que le pagaron por escribir un artículo para una revista de informática, de la informática que estaba en sus albores en aquella época, qué tiempos más entrañables, era marca Orbea y plegable, así la podíamos llevar a la sierra en verano, allí sí que pedaleaba, pero sin salir de la urbanización, eso sí, eso nunca, la carretera era muy peligrosa, pero la urbanización era grande, inmensa para un niño de 11 años, tenía unos cromados preciosos, manillar y sillín graduables, eso era muy novedoso entonces, y trasportín para llevar algún paquetito o a algún amiguito subido detrás, fabuloso, yo me inventé poner un cartón sujeto con una pinza de las de tender en el soporte de la rueda trasera y al girar la rueda el choque sucesivo con sus radios hacía que aquello sonara como si fuera una moto, cada día cambiaba el cartón, cuanto más firme más ruido, pero sin pasarse porque si era muy duro y no cedía se daba la vuelva y ya no sonaba, todo en su justa medida.

Con mi madre discutía a cuentas de la bici, cada mañana tenía que ir, antes de poder irme a la piscina, a comprar el pan, el vino y la leche, y en la leche estaba el problema por increíble que parezca porque la leche era de lechería nada de en botella, con lo cual tenía que llevarla en una lechera que yo colgaba con cuidado del manillar, que no se te derrame la leche Jose, me decía cada mañana mi madre, pero la leche con el traqueteo se salía por la tapa que no era hermética y me manchaba los cromados, además era una leche caústica, es decir, los estropeaba, dejaba la marca del churretón de leche y ya no volvían a brillar por mucho que frotaras, la leche me traía por el camino de la amargura, y además aquella leche tan pura, directa de la teta de la vaca al vaso hirviéndola antes y quitándole la nata, estaba malísima, era un suplicio, y me estreñía, cosas de la época, decían que era más sana, a mí me parece ahora todo aquello una tontería.

Mi abuela guardaba la nata de la leche, que según ella era exquisita tomarla con los mantecados típicos del pueblo, de gourmet, viva el colesterol.

A veces se me pinchaba una rueda y me quedaba sin pedalear hasta el día siguiente, como en paro de bici, mustio, por la tarde subíamos mi padre y yo con mi madre al pueblo a hacer la compra y de paso mi padre le decía a Rufino el del taller que había sido amigo de la infancia, un amigo un poco golfo, oye Rufi que al chico se le ha vuelto a pinchar la rueda mira a ver si le puedes poner un parche, eso está hecho Ramón trae para acá, y yo volvía a la urba con la rueda  en la mano como quién vuelve orgulloso con un trofeo de vuelta al hogar, presumiendo de rueda para que todos pudieran ver que yo también tenía bici.


El paseante


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