26 – Carballo y la
melancolía
Carballo y su melancolía, tal vez se debiera a sus orígenes
galaicos, las brumas norteñas hacen que el carácter sea sombrío, él siempre
pensaba que el origen de su melancolía era ése, o tal vez la vida que le había
ido llevando al desencanto, pero no, realmente fue así desde niño, tristón,
pesimista, solitario, incapaz de relacionarse con soltura, frente a esa esencia
suya había desarrollado una capa de protección en la cual todas esas
insuficiencias eran suplidas por fingidas actitudes contrarias, como un teatro
o una representación a fin de sobrevivir en la dura realidad, eso hacía que
Carballo en sociedad no se sintiera a gusto porque lisa y llanamente no era él,
así de simple.
Dentro del apartado sociedad estaban los demás, ésa era
obviamente la sociedad, los otros, los que estaban del otro lado, con un trato
más o menos cercano, más o menos necesario, más o menos conveniente, y dentro
de los otros había mujeres, tema difícil para Carballo, espinoso, se dió cuenta
desde que era pequeño de que con las mujeres cabían pocas bromas, eran de
cuidado, su experiencia nunca fue demasiado buena, y es que Carballo era un
tanto ácrata y las mujeres lo que intentaban siempre era organizarle la vida,
él sabía mejor que ellas organizarse la vida por sí mismo con arreglo a sus
preferencias desde muy niño, por tanto empezó a rehuir su trato y a poner
barreras o límites, con el paso del tiempo y fruto de la experiencia Carballo
llegó a la conclusión de que lo que las mujeres hacían era irte llenando la
cabeza de piedras, piedras en forma de sutiles reproches que se iban quedando
en tu cerebro, que te hacían sentir culpable, que exigían un comportamiento por
tu parte impuesto por ellas, eso lo pensó Carballo desde siempre, y se dijo a
sí mismo que eso nunca, y evitó un compromiso con las mujeres, llegó a tener
siendo joven una novia, incluso llegó a barajar la idea de casarse, pero
aquella novia era como las demás, eso lo fue descubriendo poco a poco porque al
principio el amor no le hacía ver las cosas con claridad, como todas fue
llenándole día tras día la cabeza de piedras hasta que el peso era tan grande
que no pudo más y la abandonó, cuando le comunicó su decisión de dejarla ella
se tomó la precaución de ponerle en el cerebro una última piedra, la más
pesada, en venganza, pero él que ya conocía el truco al salir a la calle y
verse por fin solo, se sacó la piedra y la dejó en la acera por si a alguien le
venía bien y quería aprovecharla, se sintió liberado y la vida le pareció en
aquel instante un continente ilimitado por conquistar, y se puso a
conquistarlo.
Piedras, piedras, piedras, todas las mujeres que fue
conociendo desde su niñez habían ido dejando sus piedras, una o dos, tres o
muchas, grandes, pequeñas, medianas, ligeras o pesadas, algunas eran como piedra
pómez, livianas de llevar, y otras parecían de puro plomo, te dejaban hundido
hasta que te las quitabas de encima.
El trabajo de acarrear piedras para la mujer es algo
involuntario, no son conscientes de ello, eso pensaba al menos Carballo, era su
forma de sobrevivir, a través de esa coacción psicológica ellas sobrevivían,
conseguían cumplir su fines, realizaban sus ideales de vida, tenían las cosas
claras y para eso se pertrechaban de un montón de piedras, con todas las
piedras que iban dejando las mujeres en la cabeza de los hombres se podía
construir la gran muralla china, estaba claro.
(continuará)
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