Pues aquello fue fenomenal, el diablo resultó ser en
realidad un tipo estupendo, muy simpático y divertido, me lo pasé muy bien con
él mientras deambulábamos sin rumbo fijo por entre las callejuelas y los
canales de Venecia a la luz de la luna llena, de vez en cuando le miraba y cada
vez le veía con una imagen diferente o eso me parecía, al cabo de un rato
comenzó a amanecer, pero a él le pareció que era demasiado pronto para que
amaneciera y echó el sol para atrás en el horizonte, lo retuvo así hasta que le
pareció, ya sabes Bety que cuando amanece él desaparece y como según él mi
compañía le era tan grata y mi conversación tan amena no quería que terminara
tan pronto, así que seguimos callejeando y charlando, charlamos de todo lo
divino y lo humano, o por mejor decir de todo lo diabólico y humano, que viene
a ser lo mismo pero a sensu contrario, me habló de su infundada mala fama y de
que en realidad él había fundado igualmente una religión con seguidores a nivel
mundial y que en lugar de predicar el bien predicaban el mal, pero que en
verdad no se trataba del mal sino del bien que ellos entendían como tal,
solamente que era todo lo opuesto al bien que se considera como tal por los
católicos.
Esta parte no la entendí muy bien al principio, me produjo
cierta confusión, me lié, quedé algo descolocado, pero él me daba ejemplos de
que en realidad el falso bien era en realidad el mal bajo una capa de falsas
coartadas morales, y el falso mal no era sino la verdad en toda su crudeza,
tapada por ese falso bien de los católicos desde siempre. Y que el falso bien
causaba más y peores males de los que causaría el falso mal si se aplicara al
100%.
En realidad, me dijo, sus seguidores eran los que de verdad
hacían el bien a la humanidad y trataban de salvar al mundo de las garras del
falso bien, incluso pretendió convencerme de que Dios estaba a su favor porque
toda su Iglesia estaba en realidad en su contra, en contra de Dios, y que el
gran error de Dios fue dejarse llevar por los intrigantes y echarle a él, al
diablo, del cielo, con él habrían ido las cosas mejor, hubieran sido
diferentes, y la humanidad no estaría en la situación en la que ahora está.
Venecia empezaba a resplandecer bajo una tenue luz tamizada
en reflejos dorados sobre las evanescentes aguas de la laguna que comenzaba a refulgir
suavemente en el horizonte lejano, irreal, oscurecido aún apenas por la noche
que se marchaba junto con la luna ya débil, pálida y mortecina. La noche
parecía despedirse de nosotros, decirnos adiós en un delicado minué de sombras
que se desvanecían y luces que comenzaban a nacer. De un momento a otro Venecia
comenzó a lucir como una preciada joya, como un valioso diamante al que nada
parecía pudiera ya nunca volver a oscurecer.
Se despidió de mí hasta la próxima noche, me dijo que nos
encontraríamos en el mismo lugar en el que nos habíamos encontrado esa noche y
que me llevaría una sorpresa, un regalo, que iba a cambiar mi vida desde ese
momento en adelante.
Volví a mi hotel pensativo, crucé la Plaza de San Marcos
todavía vacía de turistas con las palomas levantando el vuelo agitadas a mi
paso y entré en el hotel, llegué a la habitación y me tumbé en la cama, en el
momento me quedé dormido y una potente luz me deslumbró en sueños, allí estaba
él, era Dios de nuevo, había vuelto junto a mí y me sonreía como si nada
hubiera pasado, no estaba enfadado conmigo, más bien le noté más cariñoso y
protector que nunca, notaba como me acariciaba en sueños y repetía mi nombre,
cuando me desperté era la hora de comer, me di una ducha y me fui a comer a mi
restaurante favorito, La Casa de la Aurelia en la Fondamenta Nova, mientras
caminaba cruzando Venecia de oeste a este fui pensando en que sólo tenía reserva
en el hotel para una noche más, luego me tenía que marchar y por ahora no había
reservado habitación en ningún otro hotel, imaginé que acabaría tirado en la
calle, un mendigo veneciano me dije a mí mismo y me sonreí para mis adentros
mientras contemplaba una góndola pasar cargada de turistas japoneses por un
pequeño canal secundario, al cruzar un puente volví a encontrarme de frente con
la troupe de japoneses que me acribillaron a fotos mientras chillaban
desesperados como si hubieran visto al mismo diablo.
(continuará)
El paseante
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