miércoles, 23 de abril de 2014

Gente que viaja en el metro. Reflexión.



Viajan conmigo cada día a mi lado, cada día son diferentes, nunca iguales, diversos, pero siempre me transmiten de manera callada, con su sola presencia, el mismo mensaje, parecen decirme que son como yo, de esta forma ellos me hacen reparar cada día en que soy uno más pese a que yo me considere tan único, tan importante, tan insustituible, y todo esto lo soy pero para mí solamente, para ellos soy igual que ellos son para mí, uno más, en el metro reflexiono sobre lo que el otro significa en mi vida, en la vida de todos, y sobre el destino de cada cual y el fin último de la existencia, que tal vez sea sólo vivir, viajar en el metro, ir al trabajo y volver a casa, poco más, tal vez complementado por hacerlo de una manera consciente, reflexionar sobre la vida, sus posibilidades, sus problemas y soluciones, la felicidad, la sociedad, la solidaridad, la espiritualidad, lo que digo, tal vez complementado por desarrollar un cierto grado de consciencia.

La ciudad es la alineación, la despersonalización, el afán diario que te priva de la capacidad de pensar sobre ti, sobre tu vida, sobre tu destino, tu finalidad, la ciudad es un tanto irreflexiva en tanto en cuanto es el reino de la prisa, del agobio, de las obligaciones, uno parece tener sólo obligaciones, familiares, sociales, laborales, tributarias…, uno parece vivir aprisionado por todas esas obligaciones que impiden que el alma respire a gusto, tranquila, que se ensanche y saque lo mejor de ella, y uno vive aislado de la naturaleza, sus ciclos, toda esa sabiduría secular que encierra, que en la ciudad es sustituida por la artificialidad del consumismo, yo en el metro soy especialmente consciente de todo eso en tanto me parece algo antinatural ir confinado en un vagón a través de un túnel de un lado a otro de la gran ciudad.

No me extraña que la gente quede absorta de un libro, del móvil, del ipod, o de lo que sea, o que duerma, no me extraña, en ese paréntesis del trayecto uno quiere no ser consciente de nada porque si lo piensa con calma la pregunta sería: ¿pero qué pinto yo aquí, qué estoy haciendo con mi vida?

El momento mejor es cuando se sale del laberinto, siquiera sea transitoriamente, y se respira el aire y se ve la luz, de nuevo.

el paseante

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