Crítica | El desconocido del lago (L'inconnu du lac) EL PAÍS 09/04/2014
ATADURAS Y ESPOSAS INVISIBLES
crítica de El desconocido del lago | L’inconnu du lac, Alain Guiraudie, 2013
Muchas veces el cine se crece cuando debe
luchar contra determinadas limitaciones o adaptarse a ciertas imposiciones. No
es casualidad, por tomar un ejemplo cercano, que las comedias más logradas en su
acidez y crítica social se produjeran en nuestro país durante el franquismo,
sorteando la censura mediante el subtexto, las elipsis, el simbolismo u otro
tipo de habilidades cinematográficas. La censura también existía por aquel
entonces en Hollywood, y con ella tuvo que enfrentarse de una forma patente
Alfred Hitchcock. Su forma de entender el cine le empujaba a realizar películas
caracterizadas por una alta dosis de suspense e intriga pero también una pequeña
dosis de erotismo, la cual debía sin embargo ocultarse o plasmarse con
cuentagotas. Con la abolición del código Hays tuvo lugar cierta liberación al
respecto, aunque naturalmente las constricciones no han desaparecido, ya sean
impuestas por productoras o por otros medios, por mucho que ya no se encuentren
catalogadas en un listado de reglas. De hecho, a veces son los propios cineastas
los que optan por trabajar bajo un contexto estricto de restricciones,
precisamente para estimular su creatividad y superar un desafío concreto. Las
cosas pues no han cambiado tanto y la sombra de Hitchcock es alargada. Si
El desconocido del lago (L’inconnu
du lac, 2013) muestra en unos parámetros que no pueden ser más explícitos lo
que el maestro del suspense a menudo se veía forzado a dejar turbadoramente
implícito, su director Alain Guiraudie se autoimpone por otro lado una serie de
condiciones en lo que respecta a sus actores, su historia y la localización en
que la misma transcurre.
En efecto, estamos ante un relato homosexual en
el que todos los personajes son masculinos, reunidos todos ellos en un lago por
lo demás desierto y en sus boscosos alrededores. En ellos es donde toma cuerpo
un drama que nuevamente mezcla el thriller y la sexualidad, con el protagonismo
de un joven llamado Franck que se enamora de ese desconocido del título, Michel.
Éste último tiene ya un amante, pero una noche en la que cree estar solo con él
y ambos están nadando en el lago, Michel lo asesina ahogándolo en el agua. Y la
fijación que Franck siente por él le conduce a presenciar el crimen escondido
entre los árboles cerca de la playa. El acontecimiento marca pues el gran punto
de inflexión de una historia que hasta entonces evocaba cierta capacidad
intimidatoria por la presencia de unos hombres anhelantes aunque pasivos, pero
que se centraba más bien en el comportamiento despreocupado de Franck y en sus
conversaciones amistosas con el menos agraciado Henri, el único hombre de la
función que no se desnuda. A partir de entonces, por tanto, se introduce más
claramente el género policiaco con algunos de sus elementos típicos, como la
llegada de un sereno y encorvado detective y las preguntas que va formulando a
Franck y Henri, principales sospechosos del fallecimiento no resuelto. Y con
ello la inquietante intensidad de la narrativa va en aumento, aunque la misma es
intencionadamente básica, no solo por sus reducidos personajes y su decorado
único, sino por las simples motivaciones que empujan a aquellos, los diálogos
casuales y tranquilos que intercambian y la progresión dramática que dibuja,
hacia un provocador desenlace que mezcla el deseo y la muerte.
En su relación con ese hombre apuesto pero
enigmático, que va más allá de la simple satisfacción sexual con la que los
demás nadadores y paseantes se conforman, Franck se debate efectivamente entre
el deseo y el miedo, dualidad que está presente en toda la película. Sus planos
a menudo largos y fijos nos muestran a estos hombres desde una perspectiva de
recelo y suspicacia, construyendo una intimidación y una tensión latentes como
ya hemos dicho en todo el metraje. Guiraudie explota pues al máximo las
cualidades hipnóticas de este enclave idílico, repitiendo motivos visuales como
el apartado lugar donde se aparcan los coches, usando la vibración del follaje o
el leve oleaje del lago causados por el viento para acomodar las elipsis de una
narrativa que transcurre a lo largo de unos días y también para reflejar la
tumultuosa pasión que late en las venas de sus personajes. Estos como también
hemos adelantado aparecen a menudo desnudos, con todos sus atributos al
descubierto, pero la presencia insistente de esta gráfica sexualidad conlleva un
creciente desapego hasta evitar toda distracción al respecto, consiguiendo algo
tan difícil como que uno se acostumbre y casi se olvide de que estos hombres
bien dotados están completamente desnudos, incorporando y entendiendo entonces
sin tapujos su desinhibida manera de ser. Además, los dos protagonistas Pierre
Deladonchamps y Christophe Paou, que interpretan respectivamente a Franck y a
Michel, aseguraban verlo justificado y necesario, aunque el primero también
mencionaba en la misma entrevista que la falta de ropa es un vestuario más, de
lo cual deducimos su realismo y a la vez su intención artística. En cualquier
caso tal circunstancia no obstaculiza la labor de unos actores, de pasado más
bien televisivo y más bien desconocidos en la gran pantalla, que hacen gala de
un talento muy natural en este filme.
Por su parte, en otra entrevista el propio
Guiraudie comentaba que pretendía unir la sensualidad con el rigor en su
visualización de este melodrama tan oscuro como luminoso. Dicha sensualidad trae
causa de los elementos narrativos y estéticos ya señalados, pero incluso
adquiere más fuerza y deja mayor poso al ser tratada con dicho rigor, referido
éste a la precisión con que están colocada la cámara y ajustado el encuadre y a
la precisión semejante con que los actores se desenvuelven frente a aquella y
dentro de aquel. El máximo control ejercido de esta forma sobre la cinta da
lugar a una engañosa serenidad que en realidad tiene el efecto de nutrir y cocer
a fuego lento la pasión que se respira en el relato, seduciéndonos con unas
imágenes que se suceden con tanta claridad como imperceptibilidad. El mérito
fotográfico de las mismas también es atribuible por supuesto a su operadora
Claire Mathon, curtida en el provechoso y estimulante mundo del cortometraje,
mientras que su paciente y a la vez apremiante ritmo se consigue en gran parte
gracias al montador Jean-Christophe Hym, cuya experiencia en el mundo del
documental también resulta muy provechosa y significativa en este caso. Estos
elementos técnicos además sirven para contraponer la obra de Guiraudie con la de
otro “imitador” de Hitchcock con la que se podría comparar: Brian de
Palma. El director americano también ha partido de las enseñanzas de su maestro
y ha impulsado sus temas de identidad, misterio y sexo, pero lo ha hecho con un
barroquismo del que se aleja el director francés. Éste último en realidad
desprende una sabiduría y una elegancia más clásicas, sin dar nunca ningún paso
en falso y midiendo cada fotograma de una película en apariencia sencilla pero
profundamente memorable. ★★★★★
Ignacio
Navarro
enviado
especial a Bosnia y Herzegovina | 19ª edición del Festival de Sarajevo | crítico
cinematográfico.
Francia,
2013. Director: Alain Guiraudie. Guion: Alain Guiraudie. Productora: Les Films
du Worso / M141 / Films de Force Majeure. Fotografía: Claire Mathon. Montaje:
Jean-Christophe Hym. Intérpretes: Pierre Deladonchamps, Christophe Paou, Patrick
d’Assumçao, Jérôme Chappatte, Mathieu Vervisch. Presentación: Festival de Cannes
2013.
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