lunes, 25 de junio de 2012

La playa y yo.


Ésta es la primera playa en la que he estado en mi vida, era muy niño, es la playa de Poniente en Benidorm, inolvidable...
La foto parece salida de la serie de Mercero "Verano azul".
Corría el año de 1964, ayer como quién dice, y apenas había comenzado el mes de agosto, yo cumplía ese verano 4 añitos, qué rico, bueno, al grano, mis padres llevaban dos semanas de cuchicheos, como yo me había portado mal últimamente imaginé que me iban a dar en adopción, de repente un viernes después de cenar me comunicaron que tenía que acostarme temprano...
Y se miraron fijamente...
Terrible, era verdad, pensé, me abandonan.
Al momento mi madre me acarició la cara con ternura y me sonrió mientras mi padre nos miraba fijamente emocionado.
Se despedían de mí, pensé, ya no me volverán a ver más.
Entonces mi madre pronunció la frase:
- Jose, hijo, es que mañana temprano salimos de viaje.
Horror, además me dan en adopción a una familia de fuera de Madrid, pensé aterrorizado, nuevas costumbres, otro idioma tal vez.
Y añadió:
- Porque nos vamos de vacaciones, hijo, nos vamos a la playa, a ver el mar.
Entonces respiré aliviado y pregunté:
- ¿La playa, y eso qué es?
Aún no la había visto en la televisión.
- Pues el mar, hijo, mucha agua y mucha arena.
Mucha arena, eso me gustaba, yo era adicto a la arena, las palas, los cubos, los moldes con forma de pez y de estrella.
Entonces mi madre me dio un beso y mi padre sonriente, eufórico, me tiró de una oreja y me dijo:
- Pero Puppie que vas a ir al playa.
Mi padre de pequeño me llamaba Puppie, es decir, mascota en inglés, él siempre ha sido muy anglofilo, tal vez pensaba que no era un niño, que era un perro o un gato, no lo sé.
Y a la mañana siguiente nos montamos en el Seiscientos y nos fuimos a Benidorm.
Cuando llegué a la playa me extrañó lo llena de gente que estaba, apenas se veía la arena, y el mar quedaba muy lejos, había que abrirse paso entre tanta toalla extendida y tanta sombrilla para llegar al agua, y allí nos pusimos, al lado del agua aunque apenas había sitio.
Y me metí de la mano de mi madre al agua, delicioso, el agua ni fría ni caliente, limpia, de un verde azulado, con unas suaves olas que me mecían con su pronunciada ondulación elevándome y haciéndome caer lentamente, como en un tobogán natural, incesante, como en un abrazo de agua que me acunara, me acariciara, me divirtiera.
Y luego era verdad, había mucha arena, tanta como agua en el mar, aquello era infinito por todas partes, no acababa nunca, igual que el sol, había para dar y tomar, e igual que la gente, infinita también.
Me ha quedado grabado aquel recuerdo, de mi primer día en la playa de manera imborrable, desde entonces para mí el paraíso es eso, una playa llena de gente, unas olas elevadas y suaves que me mecen, me abrazan, me besan todo el cuerpo, un sol infernal, muchas sombrillas, mucha gente, y la alegría, la felicidad, la algarabía, el follón estridente por todas partes.
Enseguida descubrí que para dejar de oír tanto ruido bastaba con sumergirte en la ola, meter la cabeza dentro de ella y dejarte arrastrar hasta la orilla donde te arrojaba cual Jonás recién escupido de la boca de la ballena.

el paseante

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