martes, 26 de junio de 2012

La película de la semana. La inglesa y el duque. Eric Rohmer. 2001.


Otra recomendación de mi padre, garantía de calidad, del mejor cine, mi padre es mi maestro en cinefilias, mi guía cinematográfico, tiene un gusto exquisito, ya he recomendado otras películas que él a su vez me recomendó.
Esta película es sorprendente, atípica en la filmografía de Rohmer, un director intimista, de lo cotidiano, en cuyas películas no pasa nada, como un notario del día a día de cualquiera, eso es precisamente lo que hace grande a su cine, te hace pensar sobre el presente, sobre tu vida, viendo reflejada la vida de los demás, tan similar a la tuya, en la pantalla.
Reflexivo Rohmer.
Pero en este caso aborda el género histórico, el París de la Revolución Francesa, en un tono idéntico al del resto de sus películas, es decir, intimista, cercano, corriente.
Retrata la cotidianeidad de ese momento histórico tan glosado.
Sorprende como resuelve la ambientación, mediante decorados de cartón pintado que son como cuadros, los personajes se mueven delante de paisajes y calles que no son sino grandes lienzos, grandes pinturas, con algún elemento en primer plano de decorado tradicional.
Impresiona la grandeza de la película mediante este truco tan sencillo, insuperable, ningún efecto especial, tan en boga ahora, hubiera obtenido un resultado más eficaz para hacernos trasladar con la imaginación a ese momento histórico, y es que habitualmente vemos la historia desde los ojos del arte, en concreto desde los ojos de la pintura, y eso hace Rohmer en esta película, que por ello mismo es más real que cualquier efecto especial.
No sé si os pasará a vosotros pero en las películas de efectos especiales no consigo centrarme en el argumento, mi cabeza está continuamente valorando la calidad de los efectos especiales, es decir, su verosimilitud.
Pues Rohmer, mediante lo inverosímil logra la mayor verosimilitud, paradógico, cosas de genios.
Película de conversaciones, verla en el francés original, película de interiores, de salas de estar, de vestuario y objetos decorativos, mobiliario, todos esos pequeños detalles que acercan al espectador a la intimidad de las escenas y de los personajes.
Recuerdo la escena en que un carruaje se acerca desde un fondo de paisaje pintado y cruza por debajo de un arco de triunfo de cartón piedra que no pretende sino marcar eso, que es de cartón piedra, en ese momento me sentí como nunca en la Revolución Francesa.
Ya me lo advirtió mi padre, no puedes perdértela, y tenía razón, gracias papá.

Un beso,

el paseante

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