Aquel día J.R. llegó
temprano al
trabajo. Atravesó con paso parsimonioso el largo pasillo de la nave que
conducía a su despacho mientras pensaba que era una pena que lo que en
tiempos
fue un hermoso hospital con aires caballerescos, hubiera quedado
relegado a un
contenedor de oficinas desangeladas…
-”Al menos queda la fuente y
estos enormes ventanales que lo hacen luminoso…¡Bueno, y la morcilla de
Cari!”
-se dijo para animarse-.
Pero fue en vano, porque ninguno
de los pensamientos que habían pasado por su cabeza aquella mañana
habían
conseguido quitarle la desazón que sentía desde que había sonado el
despertador. Algo le inquietaba, pero no sabía exactamente qué. Y eso le
ponía
aún más nervioso.
Su
malestar debió de resultar más obvio de lo que pretendía, porque su
nueva amiga
también lo notó. Había bajado a verle y charlar con él como hacía de vez
en
cuando, pero al poco rato le soltó:
-
¿Qué te pasa J.? Estás muy serio –le dijo-.
-
Pues la verdad es que no lo sé –contestó él,
circunspecto-.
Se habían hecho amigos desde el
primer momento en que les juntó el azar. Conectaron naturalmente, sin
esfuerzo.
Como si hubieran coincidido en otras vidas y se conocieran a la
perfección.
J.R.
sentía mucha ternura por Reme. Le parecía alegre, pero no loca.
Inocente, pero
no tonta. Fresca, pero no descarada. Y le encantaba hacerla reír y
reírse con
ella, porque en esos momentos a ambos les brillaban los ojos.
Como si a través de
la risa
pudieran sacar la cabeza y tomar una bocanada de fantasía –necesaria
como el
aire-, para sumergirse de nuevo, alegres como delfines, en las
profundidades de
la realidad.
A
Reme le gustaba el carácter de J.R. porque lo percibía suave. Pero no
ese tipo
de suavidad blandengue y fofa. No. Tenía más bien la firme suavidad de
un canto
rodado, sólo que, a diferencia de éste -moldeado por los caprichos del
tiempo-,
J.R. parecía estar esculpiéndose a sí mismo como si de una escultura de
mármol
se tratase. Daba la sensación de que no le había gustado mucho la forma
que le
había dado la vida (de pensar, de ser, de estar..) y hubiera decidido
limar
cada arista de su temperamento hasta alcanzar la redondez perfecta. Pero
sabía
que esa era una tarea ardua, si quería hacerlo bien, así que había
optado,
sabiamente, por tomárselo con calma, sin prisa pero sin pausa. De ahí la
tranquilidad que desprendía…
Pero
aquel día J.R. no estaba tranquilo. Intuía que algo iba a pasar y así se
lo
dijo a Reme.
-
Recuerda que tengo poderes, Reme. Que todo lo que
pienso espontáneamente se cumple, -dijo-.
Reme se rió porque
nunca sabía si
hablaba en serio o en broma, y es que sus
palabras decían una cosa, su media sonrisa otra, y su mirada
otra. Y
Reme decidía a cuál de las tres creer, en función de lo cerca del suelo
que
quisiera tener los pies. Porque hablar con J.R. era como columpiarse.
Uno podía
sentirse elevado hasta salirse de la órbita terrestre, o peligrosamente
cerca
de la tierra, tanto que, si te descuidabas, podías rozarte las rodillas
con la
arena. Pero esa vez Reme decidió seguirle el juego:
-
Muy bien –dijo Reme-. Tienes poderes. Entonces
sabrás qué es lo que has pensado para estar tan nervioso ¿no?. Y si
sabes lo
que has pensado puedes estar prevenido y evitarlo…
-
No es tan fácil, mi querida amiga. Sólo puedo
saber lo que va a pasar, pero no puedo intervenir de ninguna manera…
y eso que soy Interventor.
Nuevas risas. J.R. era incapaz de
perder su humor incluso en los momentos críticos…
-
Bueno, J. No te preocupes. Mira, si quieres,
como esta tarde nos vamos a quedar a hacer horas, puedo pasarme por tu
despacho
y nos tomamos ese Lambrusco de Caprabo que tienes conservado en hielo…
aunque a
estas alturas ya estará derretido !!
Quiso sacarle una sonrisa con ese
tonto comentario pero, por un lado Reme no era tan ingeniosa como J.R. y
por
otro, éste parecía francamente preocupado.
-
Vale –dijo sin mucho ánimo-. Quedamos esta
tarde.
Reme se fue a comer a
un
restaurante cercano, pero la comida apenas le aprovechó porque no podía
dejar
de pensar en su amigo. Aunque ella era de natural optimista, J.R. había
conseguido preocuparla, así que pagó la cuenta y decidió ir directamente
a
verle.
Se
dio cuenta al instante de que algo grave había ocurrido cuando vio un
coche de
la guardia civil y una ambulancia a las puertas de su lugar de trabajo.
Con el
corazón en un puño se acercó a uno de los guardias, le dijo que
trabajaba allí
y le preguntó –temerosa- qué había pasado.
-
No le puedo explicar nada, señorita, y tampoco
puedo dejarla pasar. Hemos precintado la entrada hasta que se aclare lo
sucedido.
No podía creerlo.
Presentía algo
malo y tenía que salir de dudas. Por primera vez Reme se alegró de tener
un
móvil institucional. Buscó el teléfono de uno de los vigilantes del
edificio,
con el que se llevaba muy bien, y le llamó. A los cinco tonos, cuando ya
comenzaba a desesperarse, una voz descompuesta contestó al otro lado del
teléfono.
-¿Dígame?
-Hola
Adrian,
soy Reme. Estoy en la puerta, pero lo guardias no me dejan pasar y
tampoco me dicen nada. ¿Tú sabes qué ha ocurrido?
-Pues
sí,
Reme. Siento tener que ser yo el que te dé esta mala noticia, pero
hemos
encontrado a tu amigo J.R. –el Interventor- muerto en su despacho.
Reme se quedó blanca.
La sangre
de todo su cuerpo se paralizó, presa de la impresión, y colgó el
teléfono sin
decir nada. Cuando consiguió recomponerse su actitud había cambiado. La
idea de
ver a su amigo antes de que se lo llevaran se hizo perentoria y todas
sus
neuronas comenzaron a funcionar –cosa inusual en ella- hasta dar con la
manera
de entrar en el edificio.
Se
dirigió resuelta y decidida al oficial que antes le había impedido el
paso y el
dijo:
-
Ya sé lo que ha pasado y creo que debería
dejarme entrar. Puede que yo sea la última persona que haya visto a José
Ramón
con vida y tal vez pueda ser de ayuda para esclarecer los hechos (pero
¿qué
vocabulario es éste? –pensó para sí- ¡ni que fueras abogada, Reme! Me
parece
que has visto demasiadas películas…)
-
De acuerdo, pasé usted. Pero no salga del
edificio hasta que no le dé permiso alguno de mis compañeros
¿entendido?.
-
Entendido. Muchas gracias.
Reme no podía creer lo
que
acababa de hacer. Ella jamás hubiera tenido el valor de enfrentarse a un
guardia, pero algo que no sabía qué era parecía guiar sus pasos,
diciéndole
cómo debía actuar en cada momento. Tal vez fuera J.R. desde el más allá…
Tuvo suerte, porque
cuando llegó
a la puerta de la oficina de su amigo, no había nadie. Sólo un precinto
que
intentaba disuadir a los curiosos. Lo franqueó y entró cautelosamente en
el
despacho. Los latidos de su corazón se hicieron tan audibles que le
resultaron
ensordecedores. Nunca había visto a un muerto, y menos en esas
circunstancias.
Contra todo pronóstico se
tranquilizó instantáneamente al ver el rostro de J.R., tal era la paz
que
desprendía. Su cabeza descansaba apoyada sobre la pila de papeles que
cubría la
mesa y parecía dormir sereno, con una dulce sonrisa en la cara. Tenía
exactamente la placidez de un bebé. Incluso se podría decir que estaba
contento.
-
Cómo no va a estar contento –pensó para sí,
Reme-. ¡Si se ha pimplao él solito toda la botella de Lambrusco!.
Se avergonzó al
momento de su
frívolo pensamiento. ¡Cómo se le podían ocurrir esas cosas con su amigo
de
cuerpo presente!. Pero es que J.R. tenía la facultad de hacerla reír
incluso
desde la otra vida.
Efectivamente, la botella de
Lambrusco descansaba vacía y sola en la papelera. Llamativamente sola.
-
¿Es que J.R. no tiraba ningún papel? –se
preguntó-. Y como si alguien le hubiera chivado la respuesta se contestó
que
no, que J.R. no tiraba nada. Que todo lo que había en la Vida le servía; todo
lo
valoraba. Incluso aquello que a priori no le gustaba, era capaz de
reconvertirlo, de transformarlo hasta hacer de ello algo amable.
“Entonces, si no
tiraba nada,
tampoco habría tirado la botella de Lambrusco” –pensó Reme-.
Probablemente la
habría adoptado y convertido en un hermoso jarrón donde colocaría
aquella
bonita flor de madera que un día le hizo una amiga.
La idea de que otra
persona había
dejado la botella en la papelera cruzó la mente de Reme como un
relámpago. Si
era así, la primera impresión de que J.R. había muerto por causas
naturales
podría ser falsa. Pero pensar que alguien le quería tan mal como para
matarle,
le parecía descabellado.
-Demasiadas
películas, Reme, ya te lo he dicho –se dijo para sí-. Tranquilízate,
sólo estás
sugestionada y quieres encontrar una explicación a la muerte repentina
de tu
amigo, eso es todo.
Pero a Reme le extrañaba que J.R.
hubiera decidido beber él solo cuando habían quedado esa misma tarde
para
estrenar la botella de vino. Por muy preocupado que estuviera eso no era
propio
de él. Definitivamente algo no cuadraba. Entonces lo vio.
Entre los innumerables
post-it
que se posaban ligeros como mariposas por todo su escritorio, le llamó
la
atención uno que estaba sospechosamente cerca de su mano derecha. Como
si fuera
el último que hubiera escrito antes de morir. Reme no lo pensó dos
veces. Cogió
el post-it y salió del despacho justo cuando comenzaba a oír voces al
final de
la nave. Le dirigió una última mirada de despedida a su amigo, y le
prometió
que averiguaría quién le había hecho eso, porque cada vez estaba más
convencida
de que alguien había acabado con su vida.
Mientras se encaminaba
con
tranquilidad fingida hacia la salida de la nave, se preguntó cómo podía
haber
tenido la sangre fría de robar lo que podía ser una prueba valiosísima
para
arrojar luz sobre lo sucedido. La verdad es que no se reconocía. La Reme habitual se
habría
puesto a llorar desconsoladamente nada más ver a su amigo, y sin embargo
ella
no había soltado ni una sola lágrima. Era como si todos sus sentidos
estuvieran
alertas, concentrados en la única tarea de vengarle. Ya tendría tiempo
de
llorar. Ahora Reme sólo podía sentir que una fuerza superior le impelía a
actuar y le confería el valor para hacerlo.
Pues con ese valor
contestó a los
guardias que la esperaban a la salida de la nave.
-
Señorita, no se puede estar aquí. ¿Puede
decirnos qué hacía en ese despacho?
-
Sólo quería despedirme de mi amigo antes de que
se lo llevaran, contestó Reme con tristeza. – Y para calmar la mirada
recelosa
de los guardias añadió:
-
No sé si puedo servirles de ayuda, pero creo que
he podido ser una de las últimas personas que vieron a José Ramón antes
de su
muerte.
-
En ese caso tenemos que hacerle algunas
preguntas. ¿Cuál es su nombre completo, señorita?
-
Remedios de Dios, y no admito coñas, ¿eh?.
Los guardias se
mostraron muy
profesionales porque no realizaron gesto alguno. Después le preguntaron
sobre su
relación con J.R. y cuándo fue la última vez que habló con ella. Reme
les contó
todo, incluso la extraña preocupación que tenía J.R. esa mañana. Al fin y
al
cabo no tenía nada que ocultar, y se ve que lo notaron enseguida, porque
se
relajaron al momento.
Una vez que hubo declarado lo que
querían saber, la dejaron marchar. Recogió sus cosas y se fue a casa.
Necesitaba pensar. Durante el trayecto en el tren, sacó el
post-it de su bolso y se dispuso
a leerlo. Le temblaban las manos. Sabía que probablemente en ese
pedacito de
papel, J.R. le había dejado la clave de su muerte.
Con trazos
irregulares, debidos
sin duda a que empezaba a notar que se le escapaba la vida, J.R. había
plasmado
en el post-it un dibujo curioso. Reme sabía que a su amigo le gustaba
pintar y
también que le gustaba jugar, así que no le costó llegar a la conclusión
de que
ese mensaje estaba dirigido a ella, un mensaje oculto en una especie de
jeroglífico.
-
¿Pero qué coño es esto? -se preguntó Reme-. ¿Cómo
es posible que alguien sea capaz de elaborar un jeroglífico cuando se
está
muriendo?.
La verdad es que si
había alguien
capaz de eso y mucho más, era J.R. Él era sorprendente hasta el final.
Al principio pensó que
el dibujo
tal vez fuera producto de un delirio, porque no parecía tener mucho
sentido.
Representaba a una gallina de la que salía un bocadillo –como en las
viñetas de
los tebeos- que contenía la onomatopeya de un cacareo: “COC, COC,
COOCC”. Pero
si el dibujo era desconcertante, más lo era el hecho de que el cacareo
estuviera
tachado. Como si en el último momento J.R. hubiera pensado que la señal
que estaba
dejando no era la adecuada para transmitir lo que quería.
-
Primero dibujas una gallina cacareando… ¡Y luego
lo tachas!. Desde luego J.R. no me lo has dejado muy fácil, que digamos –
le
reprochó Reme mirando al cielo-
Después de un rato cavilando tuvo
que reconocer, muy a su pesar, que a lo mejor tendría que llevar el
post-it a
la policía científica si quería esclarecer el misterio…
Aquella
noche
apenas pudo conciliar el sueño y cuando lo conseguía, una imagen
aparecía
con inquietante insistencia, una y otra vez. En el sueño veía a su amigo
hablando con una gallina que llevaba bajo el brazo. Parecían discutir.
La
gallina no hacía más que decir COC, COC, COOCC, y J.R. le respondía
enfadado:
NO, gallina, COC, COC, COOCC, NO !!
Cuando Reme se despertó, sobresaltada
por la alarma del reloj, estaba empapada en sudor. Recordaba el sueño
con
perfecta nitidez, pero seguía tan perpleja como el día anterior. La
verdad es
que no le extrañaba nada que hubiera soñado con su amigo y la gallina,
porque
se dio cuenta de que se había quedado dormida con el post-it en la mano,
estudiándolo.
-
Por cierto, ¿dónde está el post-it? –se
preguntó-. Claro con las vueltas que habré dado en la cama se habrá
caído…
Efectivamente, cuando
salió de la
cama, allí estaba el post-it, pegado en el suelo del parqué. Parecía
quejarse
de haberse caído, bueno, más bien de que le hubieran tirado, porque ese
lecho,
aunque cálido, le resultaba un poco duro. Pero esperó resignado a que
Reme le
recogiera.
Se agachó para
cogerlo y se quedó
petrificada. Por primera vez lo estaba viendo al revés, es decir con la
gallina
boca abajo y las letras invertidas. Y tuvo una revelación. Es verdad que
se
había preguntado antes por qué el último de los tres cacareos estaba
escrito de
diferente manera, pero en su momento pensó que era una licencia poética
de J.
para darle más realismo al comentario de la gallina. Ahora, al verlo
desde otra
perspectiva, se dio cuenta de que no estaba escrito así por casualidad,
que era
una pista clave. Y ella sabía el significado.
-
¡Cómo no se me había ocurrido antes! –exclamó
emocionada-. ¡¡ El tercer COOCC me está llevando a las siglas de
Comisiones
Obreras!!. Pero es que hay más: el asesino NO es de Comisiones Obreras
¿verdad,
amigo?, y no lo es porque… ¡LO HAS TACHADO!. ¡Qué ingenioso eres,
cabrón! –dijo
sonriendo al espíritu de J.R.-
Reme ató cabos y supo sin ninguna
duda quién había matado a su amigo. Se duchó, se vistió y después de
tomar un
desayuno frugal se fue a trabajar. En el tren planeó la manera de
abordar al
asesino, y cuando entró en el palacio se dirigió, serena, hasta el final
de la
nave donde sabía que estaba la mesa del compañero de J.R. Allí lo
encontró,
sentado y solo, mirando tranquilamente la pantalla del ordenador. Reme
no había
tratado mucho a Jorge Javier. Sólo sabía que era miembro de U.G.T. y que
parecía llevarse bien con J.R. Parecía.
Reme se acercó muy despacio,
teatralmente, al oído de Jorge Javier y éste se estremeció. Tal vez
esperaba oír
un mensaje diferente a lo que estaba a punto de escuchar.
- Sé que has matado a
J.R. –le
soltó a bocajarro en un susurro-. Jorge Javier se quedó lívido, lo que
otorgó
más seguridad a Reme para continuar su acusación.
-Tienes dos opciones
–dijo dueña
de sí-. La primera es negarlo todo y decir que estoy loca, pero si haces
eso te
juro que te haré la vida imposible de mil maneras distintas hasta que
confieses. Tú no me conoces. Y la otra opción -que creo que es la más
inteligente- es que lo hagas ahora y alegues enajenación mental
transitoria.
Tal vez así consigas pasar sólo unos pocos años en la cárcel. Tú
decides.
Jorge Javier sopesó
un momento
ambas posibilidades y optó por la confesión.
-
Está bien. Yo lo hice. Le maté porque las risas
que salían de su despacho cada vez que venías a verle me quemaban por
dentro.
Yo intentaba controlarme, no darle importancia, pero la sensación iba en
aumento hasta que se hizo insoportable. Entonces empecé a sentir la
urgencia de
decirle lo que pensaba y acabar con ello. Pasé tiempo dándole vueltas a
la
idea, intentado encontrar las palabras adecuadas. Había imaginado todas
las
reacciones posibles. Incluso había comprado un matarratas cuando
fantaseé con
la idea de matarle si me rechazaba. Había guardado el veneno en un cajón
y en
él descansaba olvidado, esperando su momento estelar. Total, muerto el
perro se
acabó la rabia ¿no?. Así que ayer por la tarde, como estábamos solos,
pensé que
era el momento adecuado para abordarle, y entré en el despacho decidido a
decir
lo que sentía –“Tengo que confesarte una cosa que me está matando,
J.R”-le
dije-. Él me miró curioso y me animó a continuar:-“Tú dirás Jorge”.
–“Verás,
dije con voz temblorosa, no sé como decirlo…estoy enamorado de ti”.
Aunque J.R.
trató de mantener el tipo, como caballero educado que era, no pudo
evitar dejar
traslucir cierta repulsión cuando me declaré. Yo le conocía bien y sabía
interpretar sus gestos. Así que inmediatamente salí del despacho
avergonzado.
Poco después salió él intentado apaciguar los ánimos: -No te preocupes
Jorge
Javier, yo te tengo mucho aprecio como amigo, y no es nada personal. Si
fuera
homosexual seguro que ya habría intentado seducirte, pero es que soy
asexuado,
compréndelo. Y para hacer las paces, si te parece, te invito a tomar
algo del
Lambrusco que iba a compartir con Reme esta tarde-. A mí ya nada podía
consolarme. Le quería para mí y si no podía tenerle acabaría con él. El
Lambrusco me dio una idea, así que le contesté:– “Estupendo, ve a tu
despacho
que yo voy ahora con dos vasitos de plástico que guardo para ocasiones
como
ésta”-dije aparentado normalidad-. Rescaté el matarratas del cajón y le
eché un
poco en su vaso. Entré relajado a su oficina, cogí la botella delante de
él y
llené los dos vasos.- ¡Chin, chin! ¡Por la vida!-brindamos-. La cosa se
animó y
al final terminamos la botella. Tras apurar la última copa me excusé y
salí del
despacho. No sé si llegó a pedir ayuda cuando comenzó a sentirse mal,
porque yo
me fui a mi casa en seguida. Eso es todo. El resto ya lo sabes.
Reme
le miró
con profundo desprecio y no hizo comentario alguno. No lo merecía.
Recorrió el
pasillo de la nave rumbo a la salida con una sensación de triunfo. Y una
profunda tranquilidad le invadió de repente, esa tranquilidad que solía
transmitirle J.R. Notaba que él estaba sonriendo desde el más allá,
agradecido,
y supo, como esas cosas que se saben por que sí, que su amigo había
alcanzado
la redondez perfecta. En vida él no sabía lo cerca que estaba de su
objetivo.
Fue cuando sintió que le acechaba la muerte cuando lo vio. De ahí la
enigmática
sonrisa que se le quedó prendida en el rostro.
La mayoría de las personas necesitan muchas
vidas para alcanzar esa
redondez porque no se preocupan por aprender, viven sin apenas darse
cuenta de
que están vivos. Pero J.R. no, J.R. se lo había currado, había exprimido
la Vida
al máximo y se había
ganado a pulso el premio.
…Cuando Reme sintió la certeza de ese
pensamiento entonces, sólo
entonces, comenzó a llorar.
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