martes, 5 de junio de 2012

La muerte del interventor adjunto. Relato corto.


LA MUERTE DEL INTERVENTOR ADJUNTO - Por Nerea.

Aquel día J.R. llegó temprano al trabajo. Atravesó con paso parsimonioso el largo pasillo de la nave que conducía a su despacho mientras pensaba que era una pena que lo que en tiempos fue un hermoso hospital con aires caballerescos, hubiera quedado relegado a un contenedor de oficinas desangeladas…
-”Al menos queda la fuente y estos enormes ventanales que lo hacen luminoso…¡Bueno, y la morcilla de Cari!” -se dijo para animarse-.
Pero fue en vano, porque ninguno de los pensamientos que habían pasado por su cabeza aquella mañana habían conseguido quitarle la desazón que sentía desde que había sonado el despertador. Algo le inquietaba, pero no sabía exactamente qué. Y eso le ponía aún más nervioso.
         Su malestar debió de resultar más obvio de lo que pretendía, porque su nueva amiga también lo notó. Había bajado a verle y charlar con él como hacía de vez en cuando, pero al poco rato le soltó:
-      ¿Qué te pasa J.? Estás muy serio –le dijo-.
-      Pues la verdad es que no lo sé –contestó él, circunspecto-.
Se habían hecho amigos desde el primer momento en que les juntó el azar. Conectaron naturalmente, sin esfuerzo. Como si hubieran coincidido en otras vidas y se conocieran a la perfección.
         J.R. sentía mucha ternura por Reme. Le parecía alegre, pero no loca. Inocente, pero no tonta. Fresca, pero no descarada. Y le encantaba hacerla reír y reírse con ella, porque en esos momentos a ambos les brillaban los ojos.
Como si a través de la risa pudieran sacar la cabeza y tomar una bocanada de fantasía –necesaria como el aire-, para sumergirse de nuevo, alegres como delfines, en las profundidades de la realidad.
         A Reme le gustaba el carácter de J.R. porque lo percibía suave. Pero no ese tipo de suavidad blandengue y fofa. No. Tenía más bien la firme suavidad de un canto rodado, sólo que, a diferencia de éste -moldeado por los caprichos del tiempo-, J.R. parecía estar esculpiéndose a sí mismo como si de una escultura de mármol se tratase. Daba la sensación de que no le había gustado mucho la forma que le había dado la vida (de pensar, de ser, de estar..) y hubiera decidido limar cada arista de su temperamento hasta alcanzar la redondez perfecta. Pero sabía que esa era una tarea ardua, si quería hacerlo bien, así que había optado, sabiamente, por tomárselo con calma, sin prisa pero sin pausa. De ahí la tranquilidad que desprendía…

         Pero aquel día J.R. no estaba tranquilo. Intuía que algo iba a pasar y así se lo dijo a Reme.

-      Recuerda que tengo poderes, Reme. Que todo lo que pienso espontáneamente se cumple, -dijo-.

Reme se rió porque nunca sabía si hablaba en serio o en broma, y es que sus  palabras decían una cosa, su media sonrisa otra, y su mirada otra. Y Reme decidía a cuál de las tres creer, en función de lo cerca del suelo que quisiera tener los pies. Porque hablar con J.R. era como columpiarse. Uno podía sentirse elevado hasta salirse de la órbita terrestre, o peligrosamente cerca de la tierra, tanto que, si te descuidabas, podías rozarte las rodillas con la arena. Pero esa vez Reme decidió seguirle el juego:

-      Muy bien –dijo Reme-. Tienes poderes. Entonces sabrás qué es lo que has pensado para estar tan nervioso ¿no?. Y si sabes lo que has pensado puedes estar prevenido y evitarlo…

-      No es tan fácil, mi querida amiga. Sólo puedo saber lo que va a pasar, pero no puedo intervenir de ninguna manera…  y eso que soy Interventor.

Nuevas risas. J.R. era incapaz de perder su humor incluso en los momentos críticos…

-      Bueno, J. No te preocupes. Mira, si quieres, como esta tarde nos vamos a quedar a hacer horas, puedo pasarme por tu despacho y nos tomamos ese Lambrusco de Caprabo que tienes conservado en hielo… aunque a estas alturas ya estará derretido !!

Quiso sacarle una sonrisa con ese tonto comentario pero, por un lado Reme no era tan ingeniosa como J.R. y por otro, éste parecía francamente preocupado.

-      Vale –dijo sin mucho ánimo-. Quedamos esta tarde.

Reme se fue a comer a un restaurante cercano, pero la comida apenas le aprovechó porque no podía dejar de pensar en su amigo. Aunque ella era de natural optimista, J.R. había conseguido preocuparla, así que pagó la cuenta y decidió ir directamente a verle.
         Se dio cuenta al instante de que algo grave había ocurrido cuando vio un coche de la guardia civil y una ambulancia a las puertas de su lugar de trabajo. Con el corazón en un puño se acercó a uno de los guardias, le dijo que trabajaba allí y le preguntó –temerosa- qué había pasado.

-      No le puedo explicar nada, señorita, y tampoco puedo dejarla pasar. Hemos precintado la entrada hasta que se aclare lo sucedido.

No podía creerlo. Presentía algo malo y tenía que salir de dudas. Por primera vez Reme se alegró de tener un móvil institucional. Buscó el teléfono de uno de los vigilantes del edificio, con el que se llevaba muy bien, y le llamó. A los cinco tonos, cuando ya comenzaba a desesperarse, una voz descompuesta contestó al otro lado del teléfono.

         -¿Dígame?
        
         -Hola Adrian, soy Reme. Estoy en la puerta, pero lo guardias no me dejan pasar y tampoco me dicen nada. ¿Tú sabes qué ha ocurrido?

         -Pues sí, Reme. Siento tener que ser yo el que te dé esta mala noticia, pero hemos encontrado a tu amigo J.R. –el Interventor- muerto en su despacho.

Reme se quedó blanca. La sangre de todo su cuerpo se paralizó, presa de la impresión, y colgó el teléfono sin decir nada. Cuando consiguió recomponerse su actitud había cambiado. La idea de ver a su amigo antes de que se lo llevaran se hizo perentoria y todas sus neuronas comenzaron a funcionar –cosa inusual en ella- hasta dar con la manera de entrar en el edificio.
         Se dirigió resuelta y decidida al oficial que antes le había impedido el paso y el dijo:

-      Ya sé lo que ha pasado y creo que debería dejarme entrar. Puede que yo sea la última persona que haya visto a José Ramón con vida y tal vez pueda ser de ayuda para esclarecer los hechos (pero ¿qué vocabulario es éste? –pensó para sí- ¡ni que fueras abogada, Reme! Me parece que has visto demasiadas películas…)

-      De acuerdo, pasé usted. Pero no salga del edificio hasta que no le dé permiso alguno de mis compañeros ¿entendido?.

-      Entendido. Muchas gracias.

Reme no podía creer lo que acababa de hacer. Ella jamás hubiera tenido el valor de enfrentarse a un guardia, pero algo que no sabía qué era parecía guiar sus pasos, diciéndole cómo debía actuar en cada momento. Tal vez fuera J.R. desde el más allá…

Tuvo suerte, porque cuando llegó a la puerta de la oficina de su amigo, no había nadie. Sólo un precinto que intentaba disuadir a los curiosos. Lo franqueó y entró cautelosamente en el despacho. Los latidos de su corazón se hicieron tan audibles que le resultaron ensordecedores. Nunca había visto a un muerto, y menos en esas circunstancias.

Contra todo pronóstico se tranquilizó instantáneamente al ver el rostro de J.R., tal era la paz que desprendía. Su cabeza descansaba apoyada sobre la pila de papeles que cubría la mesa y parecía dormir sereno, con una dulce sonrisa en la cara. Tenía exactamente la placidez de un bebé. Incluso se podría decir que estaba contento.

-      Cómo no va a estar contento –pensó para sí, Reme-. ¡Si se ha pimplao él solito toda la botella de Lambrusco!.

Se avergonzó al momento de su frívolo pensamiento. ¡Cómo se le podían ocurrir esas cosas con su amigo de cuerpo presente!. Pero es que J.R. tenía la facultad de hacerla reír incluso desde la otra vida.

Efectivamente, la botella de Lambrusco descansaba vacía y sola en la papelera. Llamativamente sola.

-      ¿Es que J.R. no tiraba ningún papel? –se preguntó-. Y como si alguien le hubiera chivado la respuesta se contestó que no, que J.R. no tiraba nada. Que todo lo que había en la Vida le servía; todo lo valoraba. Incluso aquello que a priori no le gustaba, era capaz de reconvertirlo, de transformarlo hasta hacer de ello algo amable.

“Entonces, si no tiraba nada, tampoco habría tirado la botella de Lambrusco” –pensó Reme-. Probablemente la habría adoptado y convertido en un hermoso jarrón donde colocaría aquella bonita flor de madera que un día le hizo una amiga.

La idea de que otra persona había dejado la botella en la papelera cruzó la mente de Reme como un relámpago. Si era así, la primera impresión de que J.R. había muerto por causas naturales podría ser falsa. Pero pensar que alguien le quería tan mal como para matarle, le parecía descabellado.
         -Demasiadas películas, Reme, ya te lo he dicho –se dijo para sí-. Tranquilízate, sólo estás sugestionada y quieres encontrar una explicación a la muerte repentina de tu amigo, eso es todo.

Pero a Reme le extrañaba que J.R. hubiera decidido beber él solo cuando habían quedado esa misma tarde para estrenar la botella de vino. Por muy preocupado que estuviera eso no era propio de él. Definitivamente algo no cuadraba. Entonces lo vio.

Entre los innumerables post-it que se posaban ligeros como mariposas por todo su escritorio, le llamó la atención uno que estaba sospechosamente cerca de su mano derecha. Como si fuera el último que hubiera escrito antes de morir. Reme no lo pensó dos veces. Cogió el post-it y salió del despacho justo cuando comenzaba a oír voces al final de la nave. Le dirigió una última mirada de despedida a su amigo, y le prometió que averiguaría quién le había hecho eso, porque cada vez estaba más convencida de que alguien había acabado con su vida.

Mientras se encaminaba con tranquilidad fingida hacia la salida de la nave, se preguntó cómo podía haber tenido la sangre fría de robar lo que podía ser una prueba valiosísima para arrojar luz sobre lo sucedido. La verdad es que no se reconocía. La Reme habitual se habría puesto a llorar desconsoladamente nada más ver a su amigo, y sin embargo ella no había soltado ni una sola lágrima. Era como si todos sus sentidos estuvieran alertas, concentrados en la única tarea de vengarle. Ya tendría tiempo de llorar. Ahora Reme sólo podía sentir que una fuerza superior le impelía a actuar y le confería el valor para hacerlo.

Pues con ese valor contestó a los guardias que la esperaban a la salida de la nave.
-      Señorita, no se puede estar aquí. ¿Puede decirnos qué hacía en ese despacho?
-      Sólo quería despedirme de mi amigo antes de que se lo llevaran, contestó Reme con tristeza. – Y para calmar la mirada recelosa de los guardias añadió:
-      No sé si puedo servirles de ayuda, pero creo que he podido ser una de las últimas personas que vieron a José Ramón antes de su muerte.
-      En ese caso tenemos que hacerle algunas preguntas. ¿Cuál es su nombre completo, señorita?
-      Remedios de Dios, y no admito coñas, ¿eh?.

Los guardias se mostraron muy profesionales porque no realizaron gesto alguno. Después le preguntaron sobre su relación con J.R. y cuándo fue la última vez que habló con ella. Reme les contó todo, incluso la extraña preocupación que tenía J.R. esa mañana. Al fin y al cabo no tenía nada que ocultar, y se ve que lo notaron enseguida, porque se relajaron al momento.

Una vez que hubo declarado lo que querían saber, la dejaron marchar. Recogió sus cosas y se fue a casa. Necesitaba pensar. Durante el trayecto en el  tren, sacó el post-it de su bolso y se dispuso a leerlo. Le temblaban las manos. Sabía que probablemente en ese pedacito de papel, J.R. le había dejado la clave de su muerte.

Con trazos irregulares, debidos sin duda a que empezaba a notar que se le escapaba la vida, J.R. había plasmado en el post-it un dibujo curioso. Reme sabía que a su amigo le gustaba pintar y también que le gustaba jugar, así que no le costó llegar a la conclusión de que ese mensaje estaba dirigido a ella, un mensaje oculto en una especie de jeroglífico.

-      ¿Pero qué coño es esto? -se preguntó Reme-. ¿Cómo es posible que alguien sea capaz de elaborar un jeroglífico cuando se está muriendo?.

La verdad es que si había alguien capaz de eso y mucho más, era J.R. Él era sorprendente hasta el final.

Al principio pensó que el dibujo tal vez fuera producto de un delirio, porque no parecía tener mucho sentido. Representaba a una gallina de la que salía un bocadillo –como en las viñetas de los tebeos- que contenía la onomatopeya de un cacareo: “COC, COC, COOCC”. Pero si el dibujo era desconcertante, más lo era el hecho de que el cacareo estuviera tachado. Como si en el último momento J.R. hubiera pensado que la señal que estaba dejando no era la adecuada para transmitir lo que quería.

-      Primero dibujas una gallina cacareando… ¡Y luego lo tachas!. Desde luego J.R. no me lo has dejado muy fácil, que digamos – le reprochó Reme mirando al cielo-

Después de un rato cavilando tuvo que reconocer, muy a su pesar, que a lo mejor tendría que llevar el post-it a la policía científica si quería esclarecer el misterio…

         Aquella noche apenas pudo conciliar el sueño y cuando lo conseguía, una imagen aparecía con inquietante insistencia, una y otra vez. En el sueño veía a su amigo hablando con una gallina que llevaba bajo el brazo. Parecían discutir. La gallina no hacía más que decir COC, COC, COOCC, y J.R. le respondía enfadado: NO, gallina, COC, COC, COOCC, NO !!

Cuando Reme se despertó, sobresaltada por la alarma del reloj, estaba empapada en sudor. Recordaba el sueño con perfecta nitidez, pero seguía tan perpleja como el día anterior. La verdad es que no le extrañaba nada que hubiera soñado con su amigo y la gallina, porque se dio cuenta de que se había quedado dormida con el post-it en la mano, estudiándolo.

-      Por cierto, ¿dónde está el post-it? –se preguntó-. Claro con las vueltas que habré dado en la cama se habrá caído…

Efectivamente, cuando salió de la cama, allí estaba el post-it, pegado en el suelo del parqué. Parecía quejarse de haberse caído, bueno, más bien de que le hubieran tirado, porque ese lecho, aunque cálido, le resultaba un poco duro. Pero esperó resignado a que Reme le recogiera.

Se agachó para cogerlo y se quedó petrificada. Por primera vez lo estaba viendo al revés, es decir con la gallina boca abajo y las letras invertidas. Y tuvo una revelación. Es verdad que se había preguntado antes por qué el último de los tres cacareos estaba escrito de diferente manera, pero en su momento pensó que era una licencia poética de J. para darle más realismo al comentario de la gallina. Ahora, al verlo desde otra perspectiva, se dio cuenta de que no estaba escrito así por casualidad, que era una pista clave. Y ella sabía el significado.

-      ¡Cómo no se me había ocurrido antes! –exclamó emocionada-. ¡¡ El tercer COOCC me está llevando a las siglas de Comisiones Obreras!!. Pero es que hay más: el asesino NO es de Comisiones Obreras ¿verdad, amigo?, y no lo es porque… ¡LO HAS TACHADO!. ¡Qué ingenioso eres, cabrón! –dijo sonriendo al espíritu de J.R.-

Reme ató cabos y supo sin ninguna duda quién había matado a su amigo. Se duchó, se vistió y después de tomar un desayuno frugal se fue a trabajar. En el tren planeó la manera de abordar al asesino, y cuando entró en el palacio se dirigió, serena, hasta el final de la nave donde sabía que estaba la mesa del compañero de J.R. Allí lo encontró, sentado y solo, mirando tranquilamente la pantalla del ordenador. Reme no había tratado mucho a Jorge Javier. Sólo sabía que era miembro de U.G.T. y que parecía llevarse bien con J.R. Parecía.

Reme se acercó muy despacio, teatralmente, al oído de Jorge Javier y éste se estremeció. Tal vez esperaba oír un mensaje diferente a lo que estaba a punto de escuchar.

- Sé que has matado a J.R. –le soltó a bocajarro en un susurro-. Jorge Javier se quedó lívido, lo que otorgó más seguridad a Reme para continuar su acusación.

-Tienes dos opciones –dijo dueña de sí-. La primera es negarlo todo y decir que estoy loca, pero si haces eso te juro que te haré la vida imposible de mil maneras distintas hasta que confieses. Tú no me conoces. Y la otra opción -que creo que es la más inteligente- es que lo hagas ahora y alegues enajenación mental transitoria. Tal vez así consigas pasar sólo unos pocos años en la cárcel. Tú decides.

Jorge Javier sopesó un momento ambas posibilidades y optó por la confesión.

-      Está bien. Yo lo hice. Le maté porque las risas que salían de su despacho cada vez que venías a verle me quemaban por dentro. Yo intentaba controlarme, no darle importancia, pero la sensación iba en aumento hasta que se hizo insoportable. Entonces empecé a sentir la urgencia de decirle lo que pensaba y acabar con ello. Pasé tiempo dándole vueltas a la idea, intentado encontrar las palabras adecuadas. Había imaginado todas las reacciones posibles. Incluso había comprado un matarratas cuando fantaseé con la idea de matarle si me rechazaba. Había guardado el veneno en un cajón y en él descansaba olvidado, esperando su momento estelar. Total, muerto el perro se acabó la rabia ¿no?. Así que ayer por la tarde, como estábamos solos, pensé que era el momento adecuado para abordarle, y entré en el despacho decidido a decir lo que sentía –“Tengo que confesarte una cosa que me está matando, J.R”-le dije-. Él me miró curioso y me animó a continuar:-“Tú dirás Jorge”. –“Verás, dije con voz temblorosa, no sé como decirlo…estoy enamorado de ti”. Aunque J.R. trató de mantener el tipo, como caballero educado que era, no pudo evitar dejar traslucir cierta repulsión cuando me declaré. Yo le conocía bien y sabía interpretar sus gestos. Así que inmediatamente salí del despacho avergonzado. Poco después salió él intentado apaciguar los ánimos: -No te preocupes Jorge Javier, yo te tengo mucho aprecio como amigo, y no es nada personal. Si fuera homosexual seguro que ya habría intentado seducirte, pero es que soy asexuado, compréndelo. Y para hacer las paces, si te parece, te invito a tomar algo del Lambrusco que iba a compartir con Reme esta tarde-. A mí ya nada podía consolarme. Le quería para mí y si no podía tenerle acabaría con él. El Lambrusco me dio una idea, así que le contesté:– “Estupendo, ve a tu despacho que yo voy ahora con dos vasitos de plástico que guardo para ocasiones como ésta”-dije aparentado normalidad-. Rescaté el matarratas del cajón y le eché un poco en su vaso. Entré relajado a su oficina, cogí la botella delante de él y llené los dos vasos.- ¡Chin, chin! ¡Por la vida!-brindamos-. La cosa se animó y al final terminamos la botella. Tras apurar la última copa me excusé y salí del despacho. No sé si llegó a pedir ayuda cuando comenzó a sentirse mal, porque yo me fui a mi casa en seguida. Eso es todo. El resto ya lo sabes.

Reme le miró con profundo desprecio y no hizo comentario alguno. No lo merecía. Recorrió el pasillo de la nave rumbo a la salida con una sensación de triunfo. Y una profunda tranquilidad le invadió de repente, esa tranquilidad que solía transmitirle J.R. Notaba que él estaba sonriendo desde el más allá, agradecido, y supo, como esas cosas que se saben por que sí, que su amigo había alcanzado la redondez perfecta. En vida él no sabía lo cerca que estaba de su objetivo. Fue cuando sintió que le acechaba la muerte cuando lo vio. De ahí la enigmática sonrisa que se le quedó prendida en el rostro.
La mayoría de las personas necesitan muchas vidas para alcanzar esa redondez porque no se preocupan por aprender, viven sin apenas darse cuenta de que están vivos. Pero J.R. no, J.R. se lo había currado, había exprimido la Vida al máximo y se había ganado a pulso el premio.

…Cuando Reme sintió la certeza de ese pensamiento entonces, sólo entonces, comenzó a llorar.

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