viernes, 22 de junio de 2012

Ser un icono: Marlene Dietrich.

Escena de El Ángel azul de Josef Von Strernberg. 1930.
Lili Marleen...
Controvertida diva.
Ambigua, sensual, provocativa, seductora, decidida.
La mujer que asusta a los hombres, bueno, por lo menos a mí, pero que a la vez les fascina como un riesgo a correr, alguien que te hace vivir intensamente aunque sea por poco tiempo, que hace que te suba la adrenalina, como subirte a una montaña rusa, igual que subirte a sus piernas, como una montaña rusa.
Fantasías sexuales con la piernas de Marlene Dietrich, y luego con esa voz, la voz de la Segunda Guerra Mundial, Lili Marleen, la banda sonora de fondo de los dos bandos, una canción que marca una época.
Un mito, una diva, un icono.
Y una mujer prisionera de ese mito, cautiva de su propia imagen, de la imagen que proyectaba en los demás y que los demás le devolvían.
La fama, la fama que aprisiona y asfixia, es curioso como el exceso de popularidad y de fama perjudica a la persona, la convierte en un personaje del cual es difícil que pueda escapar.
Las expectativas son tan altas que aniquilan la realidad de la persona, la anulan, y tiene que estar representando permanente un papel.
Las divas suelen ser víctimas de este síndrome del exceso de popularidad, el cariño, la admiración, la devoción imparables del público hacen que la persona se convierta en un espejismo que crea la masa y que no es real, y para el famoso se convierte en un verdadero sufrimiento porque al final se da cuenta de que no es nadie salvo una creación de su propia popularidad. Un extraño.
No hay nada peor que alguien te mire y no te vea sino que vea un espejismo.
Antes esto era un fenómeno más espontáneo, ahora es totalmente forzado, buscado, explotado como marketing.
En cualquier caso ya no podrá haber nunca una diva comparable a Marlene Dietrich, ella marca una época de Europa, y Europa ya ni existe.

el paseante


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