lunes, 25 de junio de 2012

El verano y yo.


Es mi estación favorita, la felicidad total para mí es la visión de una playa llena de sombrillas, los chillidos de los niños mezclados con los silbidos de las gaviotas, el olor a bronceador, la arena quemándome los pies, el sol quemándome la piel, la contemplación del mar siempre tan azul, tan salado, tan frío, los chiringuitos, mejor con olor a sardinas, la sangria, la paella, el gazpacho, la cañita fresquita, los boquerones en vinagre.
Los barcos a los lejos, pasando majestuosos, como en un minué eterno.
Las velas de las pequeñas embarcaciones, punteando el mar como en un cuadro de Sorolla.
Todo es tan pictórico, tan sensual, tan hedonista, tan placentero...
Y esas gordas gordísimas que siempre andan llamando a voces a un niño que se llama Kevin o algo parecido.
Y esas abuelitas sentadas en sus sillitas bajo la sombrilla para que no las queme el sol.
Y esos señores acodados en la barra del chiringuito que ni pisan la playa por no mancharse de arena.
Y los adictos al sol quemados como carbones al sol, impenitentes martirizados por voluntad propia como San Lorenzos en la parrilla inversa del sol que les achicharra.
Y los perrillos ladrando y corriendo por la playa, y esos juegos de playa, las pelotitas que hay que esquivar, los balonazos, los que juegan al tenis en la orilla, los platillos volantes.
Los niños y los castillos de arena que se lleva la ola.
Los enamorados tumbados al sol cogidos de la mano. 
La canción del verano sonando en todas partes, mejor si es de Georgi Dann.
Y la siesta, claro.
Y por la tarde dar una vuelta por el paseo marítimo, morenito, con una camisa blanca y un pantalón vaquero, no hace falta más.
Uno revive en la playa, el mar le devuelve la vida, le rejuvenece, le da salud.
Pareces otro después de unos días junto al mar, te cambia la cara.
Y por las tardes la brisa fresquita y el olor a sal en el puerto cuando las embarcaciones regresan de la pesca diaria, y comprar algo de pescado en la lonja, y luego ir a los puestos de los hippies, comprar algún regalito para la familia, qué ilusión poder dárselo al regresar y ver qué cara ponen.
También ir algún día de excursión turística a algún lugar pintoresco y tomar fotos del paisaje.

El mar, el mismo mar de todos los veranos...

Te quiero mar, te quiero playa...


el paseante

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