lunes, 4 de junio de 2012

La sombra del paseante.




LA SOMBRA DEL PASEANTE.

Todo empezó por casualidad. Descubrí al paseante un día caluroso de verano mientras buscaba un sitio para sentarme en la Gran Vía de Madrid. Estaba intentado vislumbrar algún banco entre la marabunta de gente cuando le vi. Me llamó la atención la cadencia serena de su paso, la expresión tranquila de su rostro. Parecía observarlo todo sin juzgarlo, limitándose a saborear la Vida hasta comprender su esencia. Fluía y se confundía con su entorno. Todo era uno.
Esa fue la primera impresión que me causó, y fue lo que me atrajo irremediablemente hacia él. No sé por qué, sentí el impulso irrefrenable de tumbarme a su sombra, aunque al momento pensé que sería algo difícil de hacer porque el paseante no dejaba de pasear, o eso creí al principio. Pero cuando decidí seguirle disimuladamente para conocer mejor sus costumbres, me alegró descubrir que cuando algo le impactaba se quedaba petrificado, se paralizaba. En esos momentos de revelación estaba más iluminado que nunca, y, como consecuencia de ello, su sombra se hacía más nítida, más definida y profunda. Irresistible. A partir de entonces, le seguí cada día y esperé impaciente a que se produjeran esos momentos luminosos para tumbarme, ávidamente, a su poderosa sombra. Qué frescor. Qué relajación. Era una maravilla descansar a la sombra del paseante, la verdad, porque desde esa posición se captaban divinamente sus ondas, y podía recibir toda la sabiduría del mundo que le inundaba y resbalaba por su piel hasta llegar al suelo, donde yo la esperaba sedienta. Tanto me gustó la sensación que me producía estar a la sombra del paseante que acabé por fundirme con ella. Desde entonces sólo existo porque él existe, aunque sólo aparezco cuando está iluminado. Unas veces me manifiesto detrás de él, otras delante… pero cuando estoy más en mi salsa es cuando voy a su lado, porque entonces vamos de la mano, y me trata de igual a igual.
Ahora soy tu sombra, paseante. Aunque si vamos a estar tan unidos a partir de ahora, me parece que no tiene mucho sentido que te siga llamando paseante ¿no?. Es demasiado formal. Entonces creo que te llamaré Jota. Sí. Eso haré. Encantada de conocerte Jota.

La sombra del paseante

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