lunes, 23 de junio de 2014

Ya se me ha pasado la fiebre monárquica.




Ya se me ha pasado la fiebre monárquica, ya estoy más tranquilo, bueno, después de estos fervorosos apasionamientos conviene calmarse y reflexionar a cerca de lo que ha pasado realmente y también, por qué no decirlo, de lo que me ha pasado a mí respecto al fenómeno de la coronación del nuevo rey.
He estado reflexionando y creo que mi fervor se debió a una especie de atavismo, algo que llevamos en el subconsciente colectivo, la necesidad de tener una figura superior, protectora, que nos de seguridad, un arquetipo, como el rey del tarot, alguien poderoso, magnánimo, justo, sabio, alguien a quien confiar nuestros destinos, un guía, una especie, en definitiva, de demiurgo o mago de nuestro destino, en el cual recostar nuestra cabeza y descansar seguros después de nuestra lucha, sabiendo que él se encarga de luchar con fuerzas superiores a nosotros y que bajo su protección estamos seguros.
Tal vez algo así, a quién no le gusta tener un padre que haga de padre, que ejerza de padre, que sepa, por encima de todo, ser padre, pues a cualquiera pienso que le gusta, y esa función, esa pieza en nuestra psiquis, la ejercía el antiguo rey de una manera inconsciente para nosotros, al decir que se marchaba se desencadenó, al menos en mí, una especie de inseguridad, incertidumbre, miedo, sí, miedo a lo desconocido, a lo que está por venir, de ahí que en un primer momento rechazara la idea de que el rey se fuera y luego, cuando ya lo acepté, me así a la nueva figura del rey, el que habría de venir, como desesperada salida hacia delante en mi ansiedad porque todo siga como antes y esa pieza no falte en mi vida.
De ahí los encendidos elogios, los pronósticos sin fundamento, la exaltación, de ahí todo eso, que no ha sido más que una pura dialéctica, la dialéctica del miedo.
Una vez desenmascarado todo lo que sucedió dentro de mi cabeza conviene también decir que el cambio de rey ha supuesto un cierto desdoblamiento en mí, es decir, si bien nunca me ha entusiasmado la monarquía por razones ideológicas había otro yo latente al que al parecer y según los resultados le entusiasmaba, y yo sin conocer a mi yo monárquico, o por mejor decir encendido monárquico, encantado, por cierto, de haberte conocido pero no hacía falta que hubieras estado escondido durante tanto tiempo, esa timidez no se entiende más que como una en realidad sintomática falta de autocontrol, y digo sintomática por lo que el ocultamiento del yo monárquico ha tenido de contumaz, de reiterado, lo cual viene a ser síntoma igualmente de una represión, y creo que ésa es la clave, ahí está el debate, si mi yo monárquico, parte por otro lado de un yo mucho más amplio igualmente reprimido, estaba en esa situación de silencio y falta de reconocimiento, era precisamente porque mi yo consciente no había sido capaz de controlarle e integrarle en él, habiendo procedido a esconderle en una habitación con la puerta cerrada como mejor solución o al menos la menos esforzada.
Bastó el miedo, la incertidumbre, la inseguridad, para que ese yo dependiente, nada autosuficiente, temeroso, tomara el control y se deshiciera en elogios con los reyes, el saliente y el entrante.
Hasta aquí un análisis de mi encendido fervor de exaltación monárquica, porque lo que dije debió haber sido pasado por el tamiz de cierta moderación, de cierto equilibrio, mesura, relativización, de cierta en definitiva duda metódica y no llevado a términos absolutos e incuestionables por mí mismo, está claro.
Pues bien después de ese fervoroso alarde monárquico no me queda nada que decir más salvo esto que antecede porque no soy capaz de analizar la monarquía ni al rey saliente, ni al rey entrante, desde otro yo que no sea ese yo reprimido, inconveniente, diría que hasta políticamente incorrecto que llevo dentro de mí, ese yo atávico que me vampiriza y que deja mudo de pensamientos, razonamientos y palabras al otro yo, el yo racional que debería ser mi maestro de ceremonias en todos los aspectos de mi vida, pero que en este en concreto de la monarquía y en otros no lo es.
Y no lo es en todos aquellos aspectos de mi vida en los que juega mi sentimentalismo, es decir, la monarquía, la patria, la familia, la fe católica, todo aquello que es consustancial a mí, incuestionable, aquello en lo que mi vida hunde sus más profundos pilares, todo aquello en definitiva sin lo cual el castillo de naipes que es José Ramón, se vendría abajo, y ahora la pregunta final, y si el castillo de naipes se viniera abajo José Ramón no se volvería a reedificar?, y otra pregunta más, y si José Ramón se reedificara sobre otros pilares diferentes sería un nuevo José Ramón, más libre, más maduro, más autónomo?
He aquí las preguntas.

El paseante

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