‘Saint Laurent’: historia del 'biopic' imposible
Así se hizo la biografía del modisto francés que el cineasta Bertrand Bonello ha estrenado con aplausos en el Festival de Cannes
21 de mayo de 2014
07:30 h.
El director francés Bertrand Bonello acaba de ganar
la batalla y la guerra. Saint Laurent, su biografía del modisto francés
fallecido en 2008, ya se ha convertido en uno de los títulos que marcarán la
presente del Festival de Cannes, donde la película parte en el pelotón de cabeza
para figurar en el palmarés que el próximo sábado concederá un jurado presidido
por Jane Campion –que cuenta con toda una experta en moda en sus filas, Sofia
Coppola–. La película logra hacer palidecer un 'biopic' rival, Yves Saint
Laurent, que logró llegar a las salas francesas hace cinco meses, pese a
haber iniciado su producción bastante más tarde. Como dijo
Variety tras su estreno en Cannes, “la primera sería alta costura y la
segunda, solo prêt-à-porter”. Sin embargo, Bonello ha tenido que
sortear todo tipo de dificultades para tirar adelante su proyecto, un encargo de
EuropaCorp, la productora de Luc Besson, y los poderosos hermanos Altmayer
(productores de las películas de Michel Hazanavicius y François Ozon). Sin
embargo, el cineasta reivindica Saint Laurent como “un proyecto
personal”: dice que uno de sus primeros recuerdos de infancia es ver a su madre
vistiendo un smoking YSL. Este es el relato de la larga gestación de su
proyecto.
El director odia los ‘biopics’, pero hizo una excepción. Cuando le propusieron llevar a la gran pantalla la vida de Saint Laurent, Bonello (que ya compitió en Cannes con L’Apollonide, en España conocida como Casa de Tolerancia) se lo pensó unas cuantas veces. Lo último que le apetecía era abrazar un género que detestaba –el 'biopic'–, siempre proclive a contar vidas de santos a través de una serie de inalterables convenciones. Para preparar la película, Bonello asegura que visionó decenas de ellos, hasta entender qué era lo que tanto le molestaba y decidir cómo sortear el problema. En todo 'biopic', el director suele indagar en la vida del homenajeado hasta “encontrar una explicación [sobre sus problemas], a menudo en una escena de su infancia”, ha afirmado esta semana a la revista francesa Les Inrockuptibles. “Lo que me interesa del mito es el mito, y no su explicación. Me gustaría que mi filme sea más misterioso al final que al principio. Que no hayamos descubierto ninguna clave explicativa. Que sintamos, como mucho, lo difícil que fue para Saint Laurent ser Saint Laurent”, asegura Bonello. Misión cumplida: su biografía se salta todos los estereotipos, prefiriendo pintar un fresco biográfico que deambula entre los años 1967 y 1977, pero luego salta en el tiempo hasta el final de su carrera. Bonello no encuentra ninguna explicación psicológica a su suplicio. Básicamente, porque no tenía ninguna intención de buscarla. Y, sin embargo, logra reproducir la identidad y el tormento de un hombre que nunca pisó un supermercado ni sabía cambiar una bombilla, como le recrimina su madre en la película, una espectral Dominique Sanda, en esta biografía donde resuenan ecos de Proust, Ophüls y Visconti.
El proyecto se originó en manos de Gus Van Sant. “En un momento dado, el proyecto estuvo en manos de Gus Van Sant. Habíamos simpatizado durante el rodaje de Paris je t’aime [película por capítulos donde Ulliel interpretaba a uno de los protagonistas del segmento de Van Sant]. Una noche, mientras cenaba con Hédi Slimane, observó una foto de Saint Laurent y estuvo sorprendido por nuestro parecido físico”, explica Gaspard Ulliel, el actor escogido para interpretar al modisto. “Fue ahí donde todo empezó, por lo menos para mí. El proyecto me entusiasmaba, pero terminó siendo abandonado”, afirma el actor. Los hermanos Altayer también pensaron en Julian Schnabel, pero la alianza no se concretizó. Años más tarde, cuando Bonello tomó las riendas, no vio necesariamente a Ulliel en el papel. “Todo el mundo me hablaba de él desde el primer momento a causa de su parecido físico. A mí, ese parecido me paralizaba. No había suficiente con eso. Vi a unos veinte actores e hicimos tres meses de ensayos. Esos ensayos sirven para estar seguros de que podremos acompañarnos el uno al otro y construir algo juntos”, ha afirmado el director a Le Monde. Ulliel también se terminó viendo beneficiado por su imagen íntimamente ligada a la moda: ha sido imagen del perfume Bleu de Chanel y es asiduo de los desfiles.
Los secundarios fueron reducidos a la mínima expresión en la sala de montaje. Alrededor de Ulliel, Bonello ha seleccionado a un casting prácticamente perfecto, si bien en papeles menores, que han quedado extremadamente reducidos en el montaje final, de casi dos horas y media de duración. El director prefirió centrarse en la figura de su héroe y no andarse por las ramas con el resto del equipo, formado por destacados intérpretes. En primer lugar, Jérémie Renier (uno de los actores fetiche de los hermanos Dardenne) interpreta al fiel y sufrido Pierre Bergé, compañero sentimental pero también jefe de la empresa que fundaron juntos. “Se instauró una sensualidad entre nosotros. Nos conocemos desde hace mucho tiempo. En cambio, con Louis Garrel nos conocíamos poco. Pero hubo una especie de gracia, sucedió algo. La escena del beso ni siquiera estaba en el guion”, confiesa Ulliel. Garrel interpreta a Jacques de Bascher, el amante fatal que Saint Laurent compartió con Karl Lagerfeld –a quien llamaba mein Kaiser–. Bascher, dandy parisino que había sido muso de David Hockney, se convirtió en un habitual de la noche parisina hasta que falleció, afectado por el sida, en 1989. En el departamento de colaboradoras y modelos, que rondan un atelier de confección más parecido a una sala de hospital que a otra cosa –Saint Laurent obligaba a los presentes a vestir batas blancas y guardar el silencio–, sobresalen Léa Seydoux (como su íntima amiga Loulou de la Falaise, en un mínimo papel que es poco más que un cameo alargado), Amira Casar (como la estricta jefa de su estudio de alta costura, Anne-Marie Muñoz) y la modelo Aymeline Valade, quien ha sido imagen de Marni, Balmain y Alexander Wang, como Betty Catroux, en un papel inicialmente pensado para Olga Kurylenko.
Pierre Bergé ha amenazado con denunciar al equipo. El
proyecto de Bonello contó con el beneplácito del millonario François-Henri
Pinault, propietario de la marca Yves Saint Laurent desde 1999, que cedió los
derechos para utilizar el nombre de la marca, el logo y los vestidos desde
principios de esta década. Sin embargo, los productores no pensaron en solicitar
el visto bueno de Pierre Bergé, heredero de Saint Laurent y guardián de los
impresionantes archivos de la fundación Bergé-Saint Laurent, que cuenta con
5.000 vestidos, 15.000 accesorios y cerca de 35.000 dibujos y esbozos. “Me
enteré por la prensa que se preparaba una película. Les escribí para avisarles
que era necesario que me pidieran mi autorización. Eso nunca tuvo lugar. Atacaré
por vía judicial si la película se estrena”, escribió Bergé en Le Monde
hace unos meses. De momento, la denuncia no ha procedido. En cambio, Bergé sí
autorizó al responsable de la película rival, el actor y director Jalil Lespert,
con quien se reunió en 2012. A veces, la cortesía todavía se
recompensa.
Dos colecciones de moda fueron recreadas para la ocasión. Un problema derivado de la negativa de Bergé fue la necesidad de encontrar o reconstituir las prendas y accesorios que figuran en la película, en la que se ven decenas de vestidos y hasta dos colecciones enteras. Entre ellas, la impresionante colección rusa del otoño-invierno de 1976. Bergé había amenazado con recurrir a los tribunales si se vinculaban a Saint Laurent creaciones que no fueron creadas por el modisto. Bonello recurrió a dos mujeres para resolver el problema. La primera fue la responsable de decorados, Katia Wyszkop, que tuvo la tarea de reconstruir el mítico apartamento de la rue de Babylone y los talleres de la rue Spontini. El equipo alquiló un hôtel privado de la rive gauche donde rodó durante meses. Pero el auténtico reto recayó en Anaïs Romand, creadora del vestuario. “Lo más difícil técnicamente fue confeccionar las dos colecciones míticas de alta costura que se ven en la película a partir de nada, o casi nada, sin tener acceso a los archivos y a los vestidos de verdad que pertenecen a la Fundación Bergé-Saint Laurent. Fue un trabajo de hormiga decodificar la documentación para encontrar los volúmenes y materias correctos para no traicionar el espíritu YSL”, afirma.
Romand contó con un aliado de envergadura: Olivier Châtenet, ex asistente de Azzedine Alaïa y creador de la marca E2 –que cuenta con incondicionales como Gwyneth Paltrow y Madonna–, además de responsable de una impresionante colección privada de más de 3.000 vestidos de Saint Laurent. Cuando se enteró de que Bonello preparaba el 'biopic', le pidió una cita. Se presentó con un iPad cargado de imágenes de sus vestidos y accesorios. Fue contratado inmediatamente. Durante nueve meses, trabajó junto a Romand para perfeccionar los atuendos de los protagonistas. Lo más difícil, según su propia confesión, fue esforzarse en que parecieran modernos. “No quería que pareciera una película de época llena de vestidos que nadie llevaría hoy. Quería que los vestidos siguieran siendo deseables para la gente joven de 2014”, sostiene la diseñadora de vestuario. En la película, el mismo Saint Laurent –interpretado por el viscontiano Helmut Berger al final de su vida– reza lo siguiente: “Quise ser moderno y creo que lo conseguí”. Lo mismo puede decirse de una película que recorre el pasado sin resultar polvorienta. “Anoche tuve un sueño. Chanel y yo paseábamos por Saint-Germain. Observábamos los escaparates y nos poníamos a llorar”, dice Ulliel en uno de los momentos más perturbadores de la película. Lo preferimos de largo a lo que hubiera hecho cualquier otro director menos dotado de sensibilidad y de talento: esa clásica escena en la que un padre pega a su hijo mientras se pinta con carmín ante el espejo.
El director odia los ‘biopics’, pero hizo una excepción. Cuando le propusieron llevar a la gran pantalla la vida de Saint Laurent, Bonello (que ya compitió en Cannes con L’Apollonide, en España conocida como Casa de Tolerancia) se lo pensó unas cuantas veces. Lo último que le apetecía era abrazar un género que detestaba –el 'biopic'–, siempre proclive a contar vidas de santos a través de una serie de inalterables convenciones. Para preparar la película, Bonello asegura que visionó decenas de ellos, hasta entender qué era lo que tanto le molestaba y decidir cómo sortear el problema. En todo 'biopic', el director suele indagar en la vida del homenajeado hasta “encontrar una explicación [sobre sus problemas], a menudo en una escena de su infancia”, ha afirmado esta semana a la revista francesa Les Inrockuptibles. “Lo que me interesa del mito es el mito, y no su explicación. Me gustaría que mi filme sea más misterioso al final que al principio. Que no hayamos descubierto ninguna clave explicativa. Que sintamos, como mucho, lo difícil que fue para Saint Laurent ser Saint Laurent”, asegura Bonello. Misión cumplida: su biografía se salta todos los estereotipos, prefiriendo pintar un fresco biográfico que deambula entre los años 1967 y 1977, pero luego salta en el tiempo hasta el final de su carrera. Bonello no encuentra ninguna explicación psicológica a su suplicio. Básicamente, porque no tenía ninguna intención de buscarla. Y, sin embargo, logra reproducir la identidad y el tormento de un hombre que nunca pisó un supermercado ni sabía cambiar una bombilla, como le recrimina su madre en la película, una espectral Dominique Sanda, en esta biografía donde resuenan ecos de Proust, Ophüls y Visconti.
El proyecto se originó en manos de Gus Van Sant. “En un momento dado, el proyecto estuvo en manos de Gus Van Sant. Habíamos simpatizado durante el rodaje de Paris je t’aime [película por capítulos donde Ulliel interpretaba a uno de los protagonistas del segmento de Van Sant]. Una noche, mientras cenaba con Hédi Slimane, observó una foto de Saint Laurent y estuvo sorprendido por nuestro parecido físico”, explica Gaspard Ulliel, el actor escogido para interpretar al modisto. “Fue ahí donde todo empezó, por lo menos para mí. El proyecto me entusiasmaba, pero terminó siendo abandonado”, afirma el actor. Los hermanos Altayer también pensaron en Julian Schnabel, pero la alianza no se concretizó. Años más tarde, cuando Bonello tomó las riendas, no vio necesariamente a Ulliel en el papel. “Todo el mundo me hablaba de él desde el primer momento a causa de su parecido físico. A mí, ese parecido me paralizaba. No había suficiente con eso. Vi a unos veinte actores e hicimos tres meses de ensayos. Esos ensayos sirven para estar seguros de que podremos acompañarnos el uno al otro y construir algo juntos”, ha afirmado el director a Le Monde. Ulliel también se terminó viendo beneficiado por su imagen íntimamente ligada a la moda: ha sido imagen del perfume Bleu de Chanel y es asiduo de los desfiles.
Los secundarios fueron reducidos a la mínima expresión en la sala de montaje. Alrededor de Ulliel, Bonello ha seleccionado a un casting prácticamente perfecto, si bien en papeles menores, que han quedado extremadamente reducidos en el montaje final, de casi dos horas y media de duración. El director prefirió centrarse en la figura de su héroe y no andarse por las ramas con el resto del equipo, formado por destacados intérpretes. En primer lugar, Jérémie Renier (uno de los actores fetiche de los hermanos Dardenne) interpreta al fiel y sufrido Pierre Bergé, compañero sentimental pero también jefe de la empresa que fundaron juntos. “Se instauró una sensualidad entre nosotros. Nos conocemos desde hace mucho tiempo. En cambio, con Louis Garrel nos conocíamos poco. Pero hubo una especie de gracia, sucedió algo. La escena del beso ni siquiera estaba en el guion”, confiesa Ulliel. Garrel interpreta a Jacques de Bascher, el amante fatal que Saint Laurent compartió con Karl Lagerfeld –a quien llamaba mein Kaiser–. Bascher, dandy parisino que había sido muso de David Hockney, se convirtió en un habitual de la noche parisina hasta que falleció, afectado por el sida, en 1989. En el departamento de colaboradoras y modelos, que rondan un atelier de confección más parecido a una sala de hospital que a otra cosa –Saint Laurent obligaba a los presentes a vestir batas blancas y guardar el silencio–, sobresalen Léa Seydoux (como su íntima amiga Loulou de la Falaise, en un mínimo papel que es poco más que un cameo alargado), Amira Casar (como la estricta jefa de su estudio de alta costura, Anne-Marie Muñoz) y la modelo Aymeline Valade, quien ha sido imagen de Marni, Balmain y Alexander Wang, como Betty Catroux, en un papel inicialmente pensado para Olga Kurylenko.
Dos colecciones de moda fueron recreadas para la ocasión. Un problema derivado de la negativa de Bergé fue la necesidad de encontrar o reconstituir las prendas y accesorios que figuran en la película, en la que se ven decenas de vestidos y hasta dos colecciones enteras. Entre ellas, la impresionante colección rusa del otoño-invierno de 1976. Bergé había amenazado con recurrir a los tribunales si se vinculaban a Saint Laurent creaciones que no fueron creadas por el modisto. Bonello recurrió a dos mujeres para resolver el problema. La primera fue la responsable de decorados, Katia Wyszkop, que tuvo la tarea de reconstruir el mítico apartamento de la rue de Babylone y los talleres de la rue Spontini. El equipo alquiló un hôtel privado de la rive gauche donde rodó durante meses. Pero el auténtico reto recayó en Anaïs Romand, creadora del vestuario. “Lo más difícil técnicamente fue confeccionar las dos colecciones míticas de alta costura que se ven en la película a partir de nada, o casi nada, sin tener acceso a los archivos y a los vestidos de verdad que pertenecen a la Fundación Bergé-Saint Laurent. Fue un trabajo de hormiga decodificar la documentación para encontrar los volúmenes y materias correctos para no traicionar el espíritu YSL”, afirma.
Romand contó con un aliado de envergadura: Olivier Châtenet, ex asistente de Azzedine Alaïa y creador de la marca E2 –que cuenta con incondicionales como Gwyneth Paltrow y Madonna–, además de responsable de una impresionante colección privada de más de 3.000 vestidos de Saint Laurent. Cuando se enteró de que Bonello preparaba el 'biopic', le pidió una cita. Se presentó con un iPad cargado de imágenes de sus vestidos y accesorios. Fue contratado inmediatamente. Durante nueve meses, trabajó junto a Romand para perfeccionar los atuendos de los protagonistas. Lo más difícil, según su propia confesión, fue esforzarse en que parecieran modernos. “No quería que pareciera una película de época llena de vestidos que nadie llevaría hoy. Quería que los vestidos siguieran siendo deseables para la gente joven de 2014”, sostiene la diseñadora de vestuario. En la película, el mismo Saint Laurent –interpretado por el viscontiano Helmut Berger al final de su vida– reza lo siguiente: “Quise ser moderno y creo que lo conseguí”. Lo mismo puede decirse de una película que recorre el pasado sin resultar polvorienta. “Anoche tuve un sueño. Chanel y yo paseábamos por Saint-Germain. Observábamos los escaparates y nos poníamos a llorar”, dice Ulliel en uno de los momentos más perturbadores de la película. Lo preferimos de largo a lo que hubiera hecho cualquier otro director menos dotado de sensibilidad y de talento: esa clásica escena en la que un padre pega a su hijo mientras se pinta con carmín ante el espejo.
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