Las aventuras de Pumby (6). Diario de un niño franquista. La clase de literatura.
La primera vez que el profesor de literatura me preguntó siendo niño qué había querido decir un poeta en un poema yo le contesté, bueno, mejor dicho, el yo que yo era entonces le contestó: pues el poeta ha querido decir con el poema lo que ha dicho, aquello se tomó como un acto de desacato intolerable y fui expulsado de la clase.
La primera vez que el profesor de literatura me preguntó siendo niño qué había querido decir un poeta en un poema yo le contesté, bueno, mejor dicho, el yo que yo era entonces le contestó: pues el poeta ha querido decir con el poema lo que ha dicho, aquello se tomó como un acto de desacato intolerable y fui expulsado de la clase.
Carballo era entonces ya un poeta, un poeta encapsulado, un
poeta en potencia, un poeta en esencia o concentrado, como el café Nespresso,
algo que habría de dar fruto con el tiempo, como una semilla aún que habría de
dar flor en el mañana incierto, tuvieron que pasar los años hasta que en la
adolescencia escribí mis primeros poemas, luego hubo un largo paréntesis en que
sólo me dediqué a la pintura, y en ocasiones llevaba también un diario donde me
confesaba a mí mismo mi vida y eso me calmaba, tenía un efecto sedante sobre
mis incipientes ansiedades y fantasmas hoy aún más grandes y poderosos,
entretanto estuvieron las redacciones semanales en el colegio, en la clase de
literatura, me daba vergüenza ser semana tras semana el número 1 en redacción,
siempre me tocaba salir a leerla entre los encendidos halagos del profesor, mi
primer seguidor fervoroso.
Un poema es un poema, y en él el poeta ha querido decir lo
que ha dicho, quién puede explicar la
Ilíada, la
Odisea, la
Eneida, quién puede explicar nada, para eso estaba ya el que
lo escribió, me agotan, me aburren, las explicaciones, me parecen irrelevantes,
pobres, absurdas, pretenciosas, y, lo que es peor, equivocadas, le privan a uno
del placer de la lectura, de su espontánea luminosidad, la del texto en sí
quiero decir, de su prístina belleza perecedera e inagotable a la vez,
perecedera en su lectura, inagotable en su remembranza, tal vez sea esta la
mejor definición para mí de lo que es la poesía, algo que sólo se puede conocer
una vez porque la segunda vez ya no vuelve uno a sentir lo mismo, el poema
queda en uno como un espermatozoide que fecunda el óvulo de nuestra
imaginación.
Esto era lo último que podría haberle dicho al profesor de
literatura que me preguntaba por el significado de un poema, hubiera sido
constitutivo de escándalo público, o tal vez se hubiera pensado que estábamos
en clase de ciencias naturales, en cualquier caso aquí estoy después de más de
40 años dando el callo, fecundando óvulos a diario, con la imaginación.
El paseante.
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