domingo, 8 de junio de 2014

Romeo y Julieta (Un asesino en las calles 12).




Romeo y Julieta


La velada en el ballet fue deliciosa. Bruttini estaba emocionadísimo, ponía tanta emoción en todo, era como si continuamente estuviera descubriendo la vida, cosas de la juventud.

Al igual que le pasó a Carballo dos días antes, Bruttini tuvo también que comprarse un smoking para ir convenientemente vestido a ver la función, la etiqueta es la etiqueta, Carballo le acompañó a los grandes almacenes donde él se había comprado el suyo, enseguida encontraron uno que le quedaba aceptablemente, si bien el smoking no le quedaba como a Carballo dado que Bruttini tenía un cuerpo robusto y era algo chaparrete, lo cual hacía que los trajes pareciera que fueran a reventar sobre su cuerpo, pero no obstante no le quedaba tampoco del todo mal, le daba una especie de aire de matón de mafia, su ascendencia siciliana se traslucía, se trasparentaba a través del smoking.

Se sentaron en sus butacas y comenzó a sonar la música, ambos entraron en trance, la sonoridad de la orquesta era magnífica, la acústica del teatro perfecta, los bailarines y la coreografía muy adecuados, sin estridencias, dentro de los límites del más puro clasicismo.

Nada más salir el primer bailarín a escena Bruttini se acercó a Carballo y le susurró al oído:

-          Comisario, yo tengo unas mallas como las del bailarín.

-          Ya me imagino Bruttini, ya me imagino…

-          Dígame Comisario, ¿le gustan?

-          Sí, mucho, son muy apropiadas.

-          ¿Le gustaría tener unas iguales?

-          ¿Para qué?

-          Yo las uso para hacer footing, son muy cómodas. Ya le acompañaré a comprarlas.

Justo detrás de ellos se oyó que alguien decía a media voz:

-          Quieren hacer el favor de callarse.

Bruttini se separó de Carballo y volvió a prestar atención al escenario.

Romeo y Julieta bailaban felices haciendo piruetas celebrando su amor.

Lástima que todo terminara tan mal en la función, pensó Carballo, como en la vida misma, las pasiones desatadas al final descarrilan.

Bruttini estaba emocionadísimo, después de cada escena aplaudía y gritaba “bravo”.

El chico estaba disfrutando de lo lindo, Carballo se sentía satisfecho, así pretendía resarcirle mínimamente de su ilusión y su entrega hacia la causa.

Al salir tomaron una copa y regresaron a la habitación, a la mañana siguiente Carballo volaría con destino Madrid, ésta había sido su manera de premiar la generosa entrega del pobre muchacho que apenas se recostó en su diminuta camita comenzó a roncar, parecía un bebé en su cuna, pensó Carballo. Tan orondo, mofletudo, y dormilón, pero qué será de él cuando yo me marche, pensó Carballo, no podía dejar de preocuparse por el pobre muchacho al que quería como a un hijo, y por sus planes de seguir la investigación por su cuenta, aquello era un verdadero problema estando suelto el asesino de Cony. Y Bruttini en ocasiones era tan ingenuo, parecía un niño, si bien era un investigador sutil y sagaz, no dejaba de ser sin embargo demasiado despistado y despreocupado con frecuencia, su confianza en sí mismo y en sus facultades era tan grande que solía jugarle malas pasadas, era como un genio algo chiflado, vivía la vida como si de un experimento continuo se tratara, como si fuera un juego, y la vida en ocasiones, y más cuando se es policía, debe tomarse muy en serio porque toda precaución es poca, eso pensaba Carballo.

Carballo no logró dormir en toda la noche, a la preocupación de su partida sumaba la responsabilidad que sentía de dejar solo al chaval que por otra parte no dejaba de roncar resoplando como si de una locomotora se tratara, no quiso despertarle, prefirió velar su pacífico sueño como si de un hijo se tratara, quién sabe lo que le esperaría. Mejor dejarle descansar tranquilo.

Al final Carballo concilió un breve sueño antes de que llamaran de recepción para despertarle, cuando sonó el teléfono Carballo no sabía ni quién era ni dónde estaba.

Pero era Carballo y estaba en Vancouver, eso, al menos por ahora, estaba claro.


(continuará)


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