El señor Philip Roth se despide, el más ejemplar de los narradores
El escritor estadounidense confirma su decisión de 2012 de dejar la literatura
Ha publicado 31 novelas en las que ha escudriñado con maestría el alma humana
Es uno de los grandes escritores de los últimos 50 años
En los años cincuenta y sesenta, un nuevo grupo de novelistas norteamericanos
tomó el relevo de la famosa "generación perdida". Sus nombres: Saul Bellow,
Bernard Malamud, Norman Mailer, todos ellos de procedencia judía. El más joven
era un tal Philip
Roth. El único no-judío a la altura de ellos era John Updike, un genuino
wasp. Los cuatro primeros procedían de un autor formidable, considerado
el padre de la narrativa judía estadounidense, un escritor de origen ucraniano
al que el reconocimiento le fue negado durante veinte años: Henry Roth. Todo lo
contrario que a sus continuadores. Philip Roth
debutó a los veintiséis años con un libro de relatos que obtuvo uno de los más
prestigiosos premios americanos: el National Book Award, pero el éxito le llegó
a la publicación de El lamento de Portnoy, cuya audacia sexual llamó
inmediatamente la atención. Ese arranque tan notable pareció debilitarse a
continuación, quizá porque con el éxito arrastraba una figura de provocador a lo
enfant terrible. Sin embargo, en las novelas que siguieron, se fueron
dibujando dos personajes bien definidos: Nathan Zuckerman y David Kepesh. Sobre
todo el primero se consideró como un "alter ego" del autor y el propio Roth jugó
con esa imagen. Las novelas de Zuckerman parecieron apagar un tanto el brillo de
sus esplendorosos principios, pero entre ellas hay dos realmente
extraordinarias: La visita al maestro (The ghost writer), en
la que establece una conflictiva relación con su mentor E. I. Lonoff, al que
acabará arrebatando a su amante Amy Bellette y Sale el espectro, donde
muchos años más tarde, Zuckerman encontrará a una envejecida Amy Bellette,
cerrará esa historia, su constante reflexión sobre la literatura y la vida, y
despedirá a Zuckerman como referente.
En cuanto a Kepesh, se trata de un personaje en tono menor y ni siquiera cuando lo recupera en El animal moribundo consigue crear un relato de altura.
Conocí a Roth en los años noventa, acompañado por su editor, el legendario
Roger Straus y por la entonces esposa de Roth, la actriz Claire Bloom, de la que
se separó en 1994. Ella publicó posteriormente un libro bastante negativo sobre
Roth, pero siempre he pensado que no fue casualidad que justo al año siguiente,
tras haber anunciado un cambio de dirección en Operación Shylock,
Philip Roth iniciase una serie de novelas que se cuentan por obras maestras. La
primera de ellas, un juego erótico titulado El teatro de Sabbath, de
tono granguiñolesco y fondo algo rabelesiano, que obtuvo del National Book Award
de nuevo y que, bien distinto de los juegos sexuales de sus primeros libros de
éxito, abre una etapa que podríamos denominar universalista donde el mundo más
bien cerrado de los judíos americanos de los primeros tiempos se abre y expande
y pasa a convertirse definitivamente en un interés por el sentido profundo de la
existencia humana en general. Ahí se inicia la llamada Trilogía americana con
una novela portentosa, acaso la mejor de las suyas, Pastoral americana.
El retrato de ese personaje, el Sueco, netamente american way of life,
de vida satisfactoriamente ordenada gracias a su voluntad de trabajo y esfuerzo
personal, que se enfrenta al desconcierto absoluto ante la actitud de la
siguiente generación representada por su provocadora hija es un monumento al
amor y el dolor y a la incomprensión del mundo. Y en el resto de novelas que
siguen a partir de ese momento no hay un sólo desmayo: es un escritor en
plenitud de facultades haciéndose las grandes preguntas de la existencia.
Hasta que llegamos a la serie de novelas cortas que tienen su origen
emocional en un libro anterior: Patrimonio, un texto impresionante
sobre el fin de su padre y, sobre todo, un texto sobre la muerte. Desde Sale
el espectro, la muerte adquiere una importancia capital en el escritor; no
porque se dedique a escribir específicamente sobre ella sino porque empieza a
reconocer su propia extinción. A partir de ahora, no volverá a escribir una
novela larga, como si el cansancio hiciera mella en él, como si ya no pudiera
disponer del aliento que le llevó a firmar sus últimas obras maestras. Entonces
se dedica a la novela corta, pero el genio es el genio. Salvo un par de ellas,
vuelven a ser obras maestras: Indignación, La humillación o Némesis
poseen la maravillosa fuerza expresiva de sus mejores obras y prolongan ese
fascinante bucear en la condición y la dignidad humana. A partir de estas
últimas nouvelles, Philip Roth parece escribir contra el tiempo, parece
escribir para no morir, para alejar a la muerte, en un esfuerzo final que le
hace dar lo más depurado y decantado de su escritura. Por ello, como escritor es
un hombre ejemplar; por eso mismo el anuncio de su despedida es tan emocionante.
Philip Roth ha llegado al tramo final y entrega la pluma. Quizá sea también el
último de los grandes, el más ejemplar de los narradores.
En cuanto a Kepesh, se trata de un personaje en tono menor y ni siquiera cuando lo recupera en El animal moribundo consigue crear un relato de altura.
Philip Roth debutó a los veintiséis años con un libro de
relatos que obtuvo uno de los más prestigiosos premios americanos: el National
Book Award, pero el éxito le llegó a la publicación de El lamento de
Portnoy
Como escritor es un hombre ejemplar; por eso mismo el
anuncio de su despedida es tan emocionante. Philip Roth ha llegado al tramo
final y entrega la pluma. Quizá sea también el último de los grandes, el más
ejemplar de los narradores
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