Muy bueno todo esto del diablo, verdad Bety?, a que te gusta…?
A mí también, sobre todo porque lo viví, nunca se puede igualar vivir algo con
leerlo, por muy bueno que sea el escritor como es mi caso, pero no es lo mismo,
aunque con mi escritura he de decir que me aproximo bastante a lo vivido, no sé
si incluso en ocasiones lo supero, pero eso sería hablar de fantasías y esta
historia es todo menos fantástica, créeme. Me crees? Dime que sí, dímelo Bety,
lo necesito, necesito oírtelo decir.
Los días fueron pasando, me instalé con él en su morada, que
no era el infierno precisamente, era un lujoso Palazzo a orillas del Gran Canal,
no podía ser de otra manera, apenas nos veíamos, tenía un servicio excelente,
mayordomos, doncellas, ayudas de cámara, todo diablos, muy bien adiestrados,
muy disciplinados y obedientes, yo intentaba hacerme amigo de ellos pero era
inútil, sabes, en el infierno funciona una especie de sistema de castas muy
rígido y al parecer yo estaba llamado a destinos más altos, era uno de los
escogidos para grandes hazañas.
Lo que más disfruté fue con el Palazzo, me pasaba los días
visitándolo como si fuera un turista, y subido a la góndola particular del
diablo, con un gondolero también diabólico que sabía bogar como todo un experto,
sorteando las otras embarcaciones con destreza y habilidad consumadas, me
encantaba, pedía la góndola antes del desayuno y apenas terminaba de desayunar
un exquisito desayuno veneciano me subía a la góndola, la gente me miraba al
pasar, tan elegantemente vestido recostado en el asiento de la góndola con mi
elegante canotier y mi traje de lino
blanco, con un pañuelo de vistosos colores siempre diferente al cuello y una
camisa de delicado popelín, y mis mocasines de piel vuelta de diferentes
colores. Como creo que ya te dije una vez que entras en ese mundo el tiempo no
existe, no reparas en él, no obstante siendo parte de ese complejo entramado
tienes que guardar la apariencias y aparentar al relacionarte con el resto del
mundo que eres uno más, de ahí que el complemento a mi elegancia tan cuidada
fuera un magnífico reloj de muñeca, no puedo dar marcas, que brillaba bajo el
sol de Venecia con reflejos tornasolados de una deslumbrante belleza.
Así pasaban mis días, a la noche cenábamos el diablo y yo juntos
en los mejores restaurantes, no escatimaba, él no pagaba nunca, era muy
conocido, resulta curioso comprobar todos los adeptos que tiene entre las más
altas esferas de cualquier gremio y profesión, cenábamos opíparamente, de
capricho, delicias, exquisiteces, los mejores vinos, los más selectos champagnes,
los más escogidos licores, elaborados dulces y chocolates, puros de exóticos
lugares.
Así pasaban mis días, como te digo, plácidamente, hasta que
un día de improviso sucedió algo inesperado.
(continuará)
El paseante
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