miércoles, 25 de junio de 2014

Muy bueno todo esto del diablo, verdad Bety? (Aventura veneciana 11).




Muy bueno todo esto del diablo, verdad Bety?, a que te gusta…? A mí también, sobre todo porque lo viví, nunca se puede igualar vivir algo con leerlo, por muy bueno que sea el escritor como es mi caso, pero no es lo mismo, aunque con mi escritura he de decir que me aproximo bastante a lo vivido, no sé si incluso en ocasiones lo supero, pero eso sería hablar de fantasías y esta historia es todo menos fantástica, créeme. Me crees? Dime que sí, dímelo Bety, lo necesito, necesito oírtelo decir.
Los días fueron pasando, me instalé con él en su morada, que no era el infierno precisamente, era un lujoso Palazzo a orillas del Gran Canal, no podía ser de otra manera, apenas nos veíamos, tenía un servicio excelente, mayordomos, doncellas, ayudas de cámara, todo diablos, muy bien adiestrados, muy disciplinados y obedientes, yo intentaba hacerme amigo de ellos pero era inútil, sabes, en el infierno funciona una especie de sistema de castas muy rígido y al parecer yo estaba llamado a destinos más altos, era uno de los escogidos para grandes hazañas.
Lo que más disfruté fue con el Palazzo, me pasaba los días visitándolo como si fuera un turista, y subido a la góndola particular del diablo, con un gondolero también diabólico que sabía bogar como todo un experto, sorteando las otras embarcaciones con destreza y habilidad consumadas, me encantaba, pedía la góndola antes del desayuno y apenas terminaba de desayunar un exquisito desayuno veneciano me subía a la góndola, la gente me miraba al pasar, tan elegantemente vestido recostado en el asiento de la góndola con mi elegante canotier  y mi traje de lino blanco, con un pañuelo de vistosos colores siempre diferente al cuello y una camisa de delicado popelín, y mis mocasines de piel vuelta de diferentes colores. Como creo que ya te dije una vez que entras en ese mundo el tiempo no existe, no reparas en él, no obstante siendo parte de ese complejo entramado tienes que guardar la apariencias y aparentar al relacionarte con el resto del mundo que eres uno más, de ahí que el complemento a mi elegancia tan cuidada fuera un magnífico reloj de muñeca, no puedo dar marcas, que brillaba bajo el sol de Venecia con reflejos tornasolados de una deslumbrante belleza.
Así pasaban mis días, a la noche cenábamos el diablo y yo juntos en los mejores restaurantes, no escatimaba, él no pagaba nunca, era muy conocido, resulta curioso comprobar todos los adeptos que tiene entre las más altas esferas de cualquier gremio y profesión, cenábamos opíparamente, de capricho, delicias, exquisiteces, los mejores vinos, los más selectos champagnes, los más escogidos licores, elaborados dulces y chocolates, puros de exóticos lugares.
Así pasaban mis días, como te digo, plácidamente, hasta que un día de improviso sucedió algo inesperado.

(continuará)

El paseante

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