jueves, 7 de junio de 2012

La lectura del fin de semana. El libro del desasosiego. Fernando Pessoa.


La semana pasada hablábamos del Estambul de Orhan Pamuk, y esta semana hablamos de la Lisboa de Fernando Pessoa.
Pessoa y Lisboa son un binomio inseparable.
En la foto aparece su estatua, sentado en un velador en la terraza de su café favorito A Brasileira.
Pessoa fue el paseante de Lisboa, modesto empleado en una compañía de exportación, aburrido contemplador de la cotidianeidad de su ciudad, poeta, escritor, pensador, filósofo de la vida, ensoñador.
Diario íntimo de pensamientos del escritor durante más de 20 años.
Pessoa nos habla de su día a día y del desasosiego que en él genera la cotidianeidad, y eleva a categoría su vida, universaliza su vida, universaliza su ciudad, universaliza sus pensamientos.
Pessoa se eleva desde su día a día al día a día de cualquiera, por eso te sientes tan identificado con esta obra, su Libro del desasosiego, el más conocido de él, el más popular, el más intensamente lisboeta.
Con anterioridad en el blog ya vimos ensoñaciones de Pessoa sacadas precisamente de esta obra, de su Libro del desasosiego.
Pessoa nos habla de esa bella ciudad atlántica, bañada por el Tejo, como ellos llaman al río Tajo, en su desembocadura, ancha desembocadura, llena de luz, de reflejos, de gaviotas y de belleza.
Europa se asoma en Lisboa al Atlántico.
Lisboa suspendida en sus desniveles sobre las aguas del río, contempladora del mar, nostálgica de travesías, singladuras, expediciones, conquistas, imperios, nostálgica de exotismo, nostálgica de amor.
Perdida, olvidada Lisboa, triste Lisboa.
Y el fado como trasfondo de una Lisboa nostálgica, efímera, trasnochada, el sentimiento profundo, en una súbita punzada de desconsuelo, y de desamor, como el Libro del desasosiego de Pessoa.
Los turistas se sientan junto con la estatua de bronce de Pessoa y no saben quién es, sonríen a la cámara, se hacen una foto y se van.
Deben pensar que la estatua de Pessoa es una atracción turística más, como un reclamo.
Una pena, podían leer el Libro del desasosiego y descubrirse entre sus páginas a sí mismos, pararse a pensar, y entender la vida de otra manera, desde la perspectiva de la nostalgia, de la saudade, de la melancolía, tan atlántica, tan finisterre.
Desde la perspectiva del hombre abandonado a su suerte por los dioses.

el paseante

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