miércoles, 13 de junio de 2012

Ser un icono: Bette Davis.


Creo que la foto refleja muy bien su insignificancia.
Sólo alguien realmente insignificante puede llegar a ser tan grande como ella.
Cuanto más pequeño eres más humano eres, y por tanto más intensamente comprensivo de todo.
Sólo en la insignificancia el hombre, en este caso, la mujer, llega a ser colosal, divino, eterno.
Ella era un recipiente vacío en el cual se volcaban los personajes para llenarla, y en cada uno era alguien nueva, diferente, no fingía, ella era siempre alguien nueva en cada representación, volvía a nacer en cada personaje.
Animal de teatro, animal de cine, animal de escena, carne de actriz, vida de actriz.
En Eva al desnudo se representó a sí misma, actriz en decadencia, la más grande actriz desbancada por la ambiciosa meritoria que al final la vampiriza, chupa su sangre para sobre su cadáver triunfar.
Y es que sólo aniquilándola Bette Davis podía dejar de brillar, brillaba siempre, en la felicidad, el infortunio, la pobreza, la riqueza, brillaba siempre en esas nupcias eternas con la interpretación que mantiene por siempre.
¿Mito?
Ni mito siquiera, mucho más allá.
¿Icono?
Ni icono siquiera, mucho más lejos.
¿Diosa?
Ni diosa siquiera, ser humano.
Sólo eso, persona.
Nada más y nada menos.
La insignificante grandeza de ser mujer.
Nada más y nada menos.

el paseante

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