jueves, 14 de junio de 2012

Franco y yo (segunda parte).


Esta estatua era muy bonita y lucía muy bien donde estaba situada, en los Nuevos Ministerios, no sé por qué la quitaron, cosas de los políticos, gestos a la galería, lugares comunes, pensamiento políticamente correcto...
Absurdo.
Franco es, se quiera o no, una parte importantísima, para bien o para mal, de la historia reciente de España, volver la espalda a la comprensión en todas sus dimensiones del franquismo es algo propio de ignorantes.
En la precisión, el matiz, el dato, el conocimiento, está la riqueza del análisis que puede llevar a conclusiones válidas y a el aprendizaje útil.
Lo otro, la descalificación o la exaltación gratuita, el simplismo, la simplificación de la realidad, es tarea de ignorantes.
Reflexionar sobre ese periodo de la historia es complicado, siempre que hay dos bandos y hay vencedores y vencidos, siempre que hay abusos por ambas partes, siempre que hay víctimas, quedan heridas en la memoria imborrables, que sólo el paso del tiempo y la llegada de las nuevas generaciones pueden ir borrando.
Franco, ya lo he dicho con anterioridad, es parte del decorado sentimental de mi infancia y adolescencia, él estaba ahí, siempre presente, pero para mí no era lógicamente objeto de entendimiento o análisis, era como una montaña gigante, inamovible, incuestionable, inabordable, alguien que parecía iba a estar siempre allí.
Pero no fue así...
Y un buen día se marchó. 
Desapareció intentando dejar todo atado y bien atado pero todo se fue desatando poco a poco primero y rápidamente después.
Al principio yo no sabía qué iba a pasar, parecía que había un vacío que no se iba a poder llenar, pero con el tiempo el vacío se llenó.
¿Y cómo se llenó?


(continuará)

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