Me gustas verano, eres mi estación favorita, creo que ya lo he dicho, me gustas por razones obvias, tontas, simples, evidentes.
Me gustas porque hace buen tiempo, qué tontería, pues claro, es verano.
Porque puedo disfrutar del sol, de la naturaleza, estar más tiempo al aire libre, hacer excursiones, bañarme en la piscina y en la playa, hacer ejercicio, contemplar la vida más de cerca, y vivir más intensamente.
En especial de ti, verano, me gusta tu alegría, tus colores tan vivos, tus sonidos, el canto de los pájaros en los jardines, el silbido de las gaviotas en el mar, los gritos de los niños en la playa, las conversaciones en voz alta, la música que suena en cualquier rincón.
Y tus colores, los atardeceres de color naranja, los amaneceres color turquesa, el mar de color variable, la piscina con su reflejo de luz esmeralda, la hierba tan verde que parece pintada, y esas ilimitadas extensiones de los campos de cultivo llenos de color amarillo como si al pintor se le hubiera ido la mano, o poblados hasta lo inverosímil de girasoles como salidos de un cuadro de Van Gogh.
Y las cosechas apuntando hacia el cielo ya apenas, esperando el otoño para madurar.
Admiro de ti también tus tormentas, cada año más infrecuentes, y recuerdo las tormentas de mi infancia, nada como aquello, daban miedo.
Me gustan también los colores de la ropa de las mujeres, sus dibujos, tan alegres, tan variados.
¿Y qué más me gusta de ti?
Pues las noches de luna, verla surcar el cielo a través de la ventana, en su lenta singladura nocturna iluminándome con su blanca luz.
Dormir acompañado por la luna, con la luna vigilando mi sueño desde lo alto del firmamento, eso sí que es un lujo gratuito, lo que costaría conseguir hacer algo así si no nos lo regalara el universo, sería algo imposible.
También me gusta el canto de las cigarras a la hora de más calor de la siesta, y el de los grillos por la noche, que cuando te acercas se callan.
Y tus cielos llenos de estrellas, como nunca, llenos de galaxias, constelaciones, planetas.
Y saber que cada año regresas, verano, a curar mis heridas, las heridas que el cruel invierno deja en mi alma, y a llenarme el alma de gozo y a reconciliarme con la vida y el amor a la naturaleza.
En tus días tan largos, en tu luz que nunca se acaba, en tu calor, tu color, tu alegría, tu vitalidad, desfallece a veces mi alma, te lo confieso, pensando en que tal vez algún día no te vuelva a ver, y pienso si en el más allá siempre será verano para mí y si podré seguir contemplando tu belleza y siendo feliz en ti como ahora.
el paseante
Y tus colores, los atardeceres de color naranja, los amaneceres color turquesa, el mar de color variable, la piscina con su reflejo de luz esmeralda, la hierba tan verde que parece pintada, y esas ilimitadas extensiones de los campos de cultivo llenos de color amarillo como si al pintor se le hubiera ido la mano, o poblados hasta lo inverosímil de girasoles como salidos de un cuadro de Van Gogh.
Y las cosechas apuntando hacia el cielo ya apenas, esperando el otoño para madurar.
Admiro de ti también tus tormentas, cada año más infrecuentes, y recuerdo las tormentas de mi infancia, nada como aquello, daban miedo.
Me gustan también los colores de la ropa de las mujeres, sus dibujos, tan alegres, tan variados.
¿Y qué más me gusta de ti?
Pues las noches de luna, verla surcar el cielo a través de la ventana, en su lenta singladura nocturna iluminándome con su blanca luz.
Dormir acompañado por la luna, con la luna vigilando mi sueño desde lo alto del firmamento, eso sí que es un lujo gratuito, lo que costaría conseguir hacer algo así si no nos lo regalara el universo, sería algo imposible.
También me gusta el canto de las cigarras a la hora de más calor de la siesta, y el de los grillos por la noche, que cuando te acercas se callan.
Y tus cielos llenos de estrellas, como nunca, llenos de galaxias, constelaciones, planetas.
Y saber que cada año regresas, verano, a curar mis heridas, las heridas que el cruel invierno deja en mi alma, y a llenarme el alma de gozo y a reconciliarme con la vida y el amor a la naturaleza.
En tus días tan largos, en tu luz que nunca se acaba, en tu calor, tu color, tu alegría, tu vitalidad, desfallece a veces mi alma, te lo confieso, pensando en que tal vez algún día no te vuelva a ver, y pienso si en el más allá siempre será verano para mí y si podré seguir contemplando tu belleza y siendo feliz en ti como ahora.
el paseante
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