jueves, 28 de agosto de 2014

Hasta que un buen día... (Un asesino en las calles 52).




52 - Hasta que un buen día…

Sí, sí, hasta que un buen día…
Pero no adelantemos acontecimientos, primero vamos a dar cuenta del bautizo del gatito, es decir, de cómo Bruttini, el gran Bruttini, le puso nombre al gato, Bruttini hablaba por teléfono con su madre todas las noches desde siempre, pero con más motivo aún desde que se separó de su mujer, de Maritzia la castradora, como él siempre la llamaba, Bruttini añoraba a su familia, aunque odiara a su mujer sin embargo añoraba a sus hijos de los cuáles ella le había separado y a los que no había podido volver a ver por el momento, estaba, por tanto, falto de cariño, de ternura, de comprensión, y se entenderá claramente el porqué si se piensa en todo lo que había perdido sin culpa alguna, o al menos él eso pensaba porque no hay justificación alguna para un intento de castración, o no?, eso se decía a sí mismo Bruttini.
Bueno, sigamos, como íbamos diciendo Bruttini llamaba a su madre por teléfono cada noche y le contaba su vida, todo menos lo de ser crossdresser, claro, eso no, eso nunca, su madre era una mujer conservadora y muy católica y ya tenía bastante con todo lo que había sucedido como para añadir eso, así lo pensaba Bruttini al menos, la pobre mujer notaba en Bruttini su tristeza aunque éste intentaba disimular y mostrarse animado cuando hablaba con ella, pero a una madre no se le escapa nada y es difícil engañarla, en el tono de voz del hijo la madre capta todos los matices de su estado de ánimo, hasta los más imperceptibles, y así pasaba en verdad, la madre de Bruttini estaba preocupada por él y por su nueva vida lejos de su pueblo en Madrid, trabajando en una nueva Comisaría en pleno centro de la ciudad con el peligro que eso implicaba, además le notaba triste aunque él tratara de disimularlo.
El día que adoptó al gatito Bruttini ardía en deseos de que llegara la noche para llamar a su madre y contárselo, las horas pasaban eternas en la Comisaría, se sentía como un niño de ilusionado, no sabía en qué pensar ni qué hacer para distraerse de su ansiedad, pensó llamarla en cualquier momento, pero pensó que sería peor porque siempre que la llamaba fuera del horario habitual su madre pensaba que le había sucedido algo y se alteraba.
Al fin llegó a casa, ya era de noche, el gatito salió a recibirle y se restregó entre sus piernas con el rabito tieso mostrando su felicidad y soltando débiles maullidos de cariño que eran como caricias de sonido, como los sonidos de un arpa tocada por las delicadas manos de un niño, y entonces Bruttini recordó cuando sus hijos salían a recibirle al volver del trabajo y le llamaban papá, pero no quiso concederse ninguna nostalgia ni que le invadiera ninguna tristeza, allí estaba el pequeño gatito para hacerle olvidar cualquier contrariedad, le puso su platillo de leche y su whiskas que devoró con un apetito caníbal y los ojos semientornados de placer mientras ronroneaba sonoramente en agradecimiento, terminado el ágape el gatito hizo sus conocidos como lavados de gato, se lamió y relamió pulcramente y se fue a recostar de un salto en las rodillas de Bruttini que se había aposentado en el sofá para llamar a su madre.
La madre de Bruttini era modista, así se había ganado la vida desde que enviudó estando aún encinta de Bruttini y así había sacado adelante a sus cuatro hijos, todos varones, los cuales adoraban a su madre y soñaban con estar siempre a su lado, la conversación fue la normal, qué tal estás?, bien, y tú mamá cómo estás?, bien hijo, comes bien?, mira que estás más delgado, tienes que comer más, cuídate, quieres que vaya a ayudarte, si te pones malo me avisas, si me necesitas me avisas, qué quieres que te haga de comida el próximo domingo?, ya te cosí los botones de las camisas que me trajiste… En fin, lo normal, en un momento dado Bruttini le dijo a su madre lo del gatito y tras decírselo hubo un largo silencio, a la madre le extrañó que con lo tosco que había sido siempre su hijo le diera por sentir ternura hacia un minino, por otro lado se alegró de que tuviera compañía y un motivo para volver a casa y no andar vagabundeando por ahí en una ciudad tan peligrosa como ella imaginaba que era Madrid, enseguida le preguntó cómo se llamaba el gato y Bruttini se dio cuenta que no le había puesto nombre, la madre siguió hablando de sus cosas, estaba haciendo un vestido de encargo para una señora del pueblo, para las fiestas, y le contó que era de una tela de color negro muy suave, tan suave que parecía Cachemir…

(continuará)

Dedicado a la perrita Candy de mi amiga Beatriz en el recuerdo. El paseante.


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