El presente artículo fue escrito por Ludwig Laborda, estudiante de economía en la Universidad Central de Venezuela.


Viktor Frankl

Un buen amigo mío, a sabiendas de que disfruto leer sobre psicología, me ha prestado el libro El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl. El autor de este libro fue un psiquiatra prisionero en los campos de concentración, Auschwitz y Dachau principalmente, quién dirigió el departamento de neurología del Hospital Rothschild, el cual era el único en Viena que recibía pacientes judíos. En el libro, Frankl relata y comenta sus vivencias, las de sus compañeros y demás personas a su alrededor en los campos de concentración desde la psicología. En medio de su exposición, deja entrever las proposiciones hechas por él en lo que ha llamado “logoterapia”. Esta terapia busca enfrentar al paciente con el sentido de su propia vida, por lo cual éste debe confrontar su conducta con ese sentido de la vida. Para ponerla en contexto, la logoterapia es conocida como la «Tercera Escuela Vienesa de Psicoterapia» la cual se centra en la voluntad de sentido, en contraste con la voluntad de placer que rige el psicoanálisis freudiano y con la voluntad de poder, enfatizada por la psicología de Alfred Adler. Tanto el ensayo como el apéndice son excelentes. Pero, ¿por qué me ha gustado tanto el libro?.
Frankl hace aseveraciones muy importantes para mí en torno a la libertad. Por ejemplo, en el apartado llamado “Libertad Interior” dice:
Este intento de ofrecer una descripción psicológica y una explicación psicopatológica de las características típicas de la psicología en un campo de concentración quizá pueda inducir a pensar que el hombre es un ser completa e inevitablemente determinado por su entorno. Pero, ¿qué decir de la libertad humana? ¿No existe una libertad espiritual frente a la conducta y al entorno? ¿Es correcta la teoría que nos presenta al hombre como un producto de unos factores condicionantes, bien sean de naturaleza biológica, psicológica o sociológica? ¿Acaso el hombre es un mero producto fortuito del sumatorio de esos factores? Y, lo que es más importante, ¿demuestran las reacciones psicológicas de los internos que el hombre es incapaz de escapar a la influencia de las circunstancias externas, cuando éstas son tan asfixiantes como las reglas de un campo de concentración? ¿Carece el hombre de la capacidad de decisión interior cuando las circunstancias externas anulan o limitan la libertad de elegir su comportamiento externo?
Así responde Frankl a las preguntas:
Puedo contestar a las preguntas anteriores desde la óptica de la experiencia y también con arreglo a los principios. (…) El hombre puede conservar un reducto de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en aquellos crueles estados de tensión psíquica y de indigencia física.
Los supervivientes de los campos de concentración aún recordamos a algunos hombres que visitaban los barracones consolando a los demás y ofreciéndoles su único mendrugo de pan. Quizá no fuesen muchos, pero esos pocos representaban una muestra irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas -la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino- para decidir su propio camino.
Como se lee, aún en las condiciones más complicadas, Frankl considera que la libertad interior nunca se pierde. Aún en una situación de opresión, de coerción, de coacción, de compulsión es posible trascender lo biológico, psicológico y sociológico. No es que Frankl niegue que el hombre no esté influenciado por esas limitantes si no que, más bien, éstas no determinan al hombre. El hombre tiene, en última instancia, la libertad de elegir la actitud que tomará ante esas situaciones. Inclusive, más adelante en el libro, Frankl dice que estos factores no determinan al hombre sino que éste se determina a sí mismo siendo capaz de trascenderlos y hasta trascenderse a sí mismo.

Finalmente, quisiera compartir un último párrafo de este excelente libro:
La principal preocupación de los prisioneros se resumía en esta pregunta: ¿Sobreviviremos al campo de concentración? De no ser así, aquellos atroces y continuos sufrimientos ¿para qué valdrían? Sin embargo, a mí personalmente me angustiaba otra pregunta: ¿Tienen algún sentido estos sufrimientos, estas muertes? Si carecieran de sentido, entonces tampoco lo tendría sobrevivir al internamiento. Una vida cuyo último y único sentido consistiera en salvarse o no, es decir, cuyo sentido dependiera del azar del sinnúmero de arbitrariedades que tejen la vida en un campo de concentración, no merecería la pena ser vivida.
Este párrafo es bastante contundente por una razón: se puede sustituir “campo de concentración” por cualquier escenario agobiante, coercitivo y hostil para plantearse lo que allí se dice. Por otra parte, pensar que el ser humano es sólo biología, psicología y sociología va de la mano con pensar que es un ser autómata que sólo reacciona a impulsos, alguien que no tiene capacidad de decisión o volición. Por contraste, una vida cuyo último y único sentido sea la libertad sí que es una vida que vale la pena ser vivida (al menos para mí). Y esto me lleva a responder explícitamente la pregunta del título de esta entrada: ¿Por qué estoy interesado en Viktor Frankl? Porque me ayudó a entender, entre tantas cosas, la irreductibilidad de la libertad.