martes, 19 de agosto de 2014

El Diva's Club (Un asesino en las calles 47).




47 – El Diva’s Club

Aquello era demasiado para Carballo, el Comisario recordaba haber hecho de joven, cuando era un simple Oficial, alguna redada en el local, por aquel entonces se aplicaba la ley de vagos y maleantes y todos estos garitos estaban sometidos a permanente vigilancia acabando con frecuencia todos los que allí estaban con sus huesos en chirona, pese a todo los tiempos habían cambiado, ahora ya no estaba vigente la famosa ley de peligrosidad social y estos locales eran plenamente legales siempre y cuando respetaran los horarios y el nivel de ruidos permitido, es decir, no molestaran a los vecinos, además el local estaba totalmente transformado, antes según recordaba Carballo era un garito de comercio carnal como solía decirse y ahora el comercio había desaparecido si bien no la carne, siendo por otra parte la carne una carne diferente, ya no de mujer sino de crossdresser como se autodenominaba Bruttini, y tal vez ni siquiera sexo hubiera y todo se limitara a la casta contemplación de las vedettes. Carballo de entrada no logró valorar debidamente estos extremos pues el ambiente era por demás confuso, mucha pluma, marabús, ligas, picardías, sostenes provocativos, braguitas ajustadas, medias de vampiresa y tacones de vértigo, los perfumes de las vedettes se mezclaban a su paso en efluvios de fuertes aromas que llegaban a marear o provocaban, cuando menos, potentes estornudos entre los señores de mediana edad que muy trajeados y serios se encontraban entre el auditorio, selecto por otra parte a juzgar por la indumentaria y el consumo de champán que era continuo, siguiendo algunos el viejo ritual de beber champán en los zapatos de las coristas o crossdressers como se prefiera denominarlas.
Carballo tuvo el privilegio de pasarse por el camerino de las artistas, así se lo había pedido Bruttini que hiciera nada más llegar, y así lo hizo sin poder evitar ruborizarse ante el espectáculo de esas medio desnudeces que eran si cabe aún más provocativas que las desnudeces totales por lo que uno podía imaginar, siempre más que la realidad, la cual con frecuencia, por no decir siempre, defrauda, Bruttini apenas estaba comenzando a transformarse en vedette para la función, pilló al chico en braguitas y apenas comenzando a maquillarse, sólo llevaba pintados de rojo carmesí intenso los labios, y puestas las pestañas postizas, ni siquiera se había colocado aún la peluca. Todas las compañeras de Bruttini miraron a Carballo con deseo, o eso pensó Carballo al menos, aunque tal vez le miraran sólo con sorpresa o ni siquiera eso, le miraran pero no le vieran tan siquiera, enfrascadas como estaban el enfundarse sus ceñidas fajas y miriñaques, sus ajustados corpiños, y sus escandalosas protuberancias que venían a suplir sus insuficiencias en cuanto a curvas femeninas. Después de saludar a Bruttini, Carballo se marchó azorado y pensando cómo de aquel corpachón fornido de Bruttini podría salir una corista llamada la Brutta, aunque tal vez por ser precisamente la Brutta comprendía cuál habría de ser el resultado final…

(continuará)


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